Dichoso boletín de notas…
Imagina que en septiembre te propusiste un reto. Aprender un nuevo
idioma, un curso de cocina o realizar la prueba deportiva de tus sueños.
Imagina que has ido aprendiendo y progresando a lo largo del paso de
estos meses. A tu ritmo, has sentido como desde septiembre, y en
octubre, noviembre y diciembre, has ido sintiendo que avanzabas, que has
aprendido mucho y, hoy, tu preparación al respecto es mucho mayor que
cuando comenzaste.
Imagina ahora que llega un adulto cualquiera y te dice que todo lo
aprendido hasta el día de hoy no sirve para nada. La única justificación
que te da es que no «eres apto» pues llegado un día X que él planificó
en septiembre no has obtenido una valoración X que, según él, es el
mínimo exigible para valorar tu aprendizaje. Triste, le dices que sí que
has aprendido, que así lo sientes, pues tus conocimientos sobre el tema
hoy son mucho mayores que en septiembre. Pero él sigue empeñado en que
no y, además, te lo hace saber calificando tu aprendizaje y te da un
boletín de notas para que todo el mundo vea y sepa que no eres apto, que
lo que dice es cierto, por mucho que tú sigas sintiendo que sí que has
aprendido.
Imagina ahora que esto mismo se lo hiciéramos a los niños. Que desde
bien pequeños fueran creciendo con un mensaje adulto impuesto de que «no
vale lo que ellos sientan que han aprendido» porque, «lo verdaderamente
importante», es lo que el adulto considere bajo su criterio que han
aprendido. Sí, a esos mismos niños que nos pasamos la vida diciéndoles
(y mintiéndoles) en el mensaje de que lo importante en la vida es el
camino y el proceso y no tanto el resultado; y que no importa ganar ni
ser el mejor, pues lo realmente importante «es participar» y la
satisfacción personal del proceso; a esos mismos niños que les repetimos
y repetimos eso de que “por encima de todo hay que ser buenas personas”
y luego nos pasamos toda su vida escolar valorando únicamente
conocimientos y nada competencias de carácter más humano adquiridas a lo
largo de su vida. Hace tiempo que confundimos lo habitual con lo
normal, y así nos va.
Imagina, de verdad, intenta imaginar que ese reto o ese aprendizaje
que como adulto te está dando una satisfacción personal tremenda fuera
constantemente cuestionado o juzgado por una tercera persona que para
nada puede saber y sentir lo que para ti significa avanzar, aunque «sólo
sea un pequeño paso». Más aún cuando a ese adulto le importa bien poco
si estás a un día, una semana o un mes de alcanzar “ese dichoso objetivo
programado”.
Pues esto es lo que ocurre en la escuela desde hace décadas. Niñas y
niños en proceso de conseguir todo cuyas ilusiones, autoestima y ganas
de aprender son guillotinadas por el simple hecho de no hacerlo en un
día X previamente programado por un adulto para el que poco le importa
tu proceso y mucho tu resultado. De nada vale el proceso; de nada vale
lo que tú puedas sentir que has conseguido, pues lo realmente importante
es que la administración tenga bien organizada toda la parte
burocrática y administrativa de la educación.
Pero no se preocupen. La misma escuela que te dice «tú no eres apto»
tiene preparados estupendos programas de educación emocional en sus
aulas. Quizás este sea el verdadero problema, el de considerar la
educación emocional como una asignatura y no plantearse si
intrínsecamente la escuela tiene adquiridas determinadas rutinas desde
hace décadas que no son emocionalmente coherentes.
La propuesta que puede hacer Montessori en este aspecto es realmente
interesante. En Montessori no hay notas. Los procesos de evaluación son
continuos y personales, de tal manera que no se les exige a todos los
niños el mismo proceso y los mismos resultados el mismo día, pues
afortunadamente cada niño es único e irrepetible. El Guía Montessori
lleva un seguimiento personal de cada uno de sus alumnos. Cuando se
reúne con las familias, ambas partes pueden ver el proceso del niño: de
dónde viene, dónde está y dónde se pretende llegar con él. De esta
manera el niño no es evaluado con un número al final de trimestre, pues
esta conducta es tremendamente injusta. Cada niño tiene una realidad, y
partiendo de ahí se planifica la realidad educativa de ese niño a lo
largo del curso.
No es justo y emocionalmente es catastrófico que una niña o un niño
que está en proceso de poder conseguir todo lo que se propone, tenga que
ver subestimada su salud emocional continuamente porque cada vez que
llega el final de trimestre “siempre obtiene malas notas”. Esa niña o
niño está en proceso, lo único que quizás en vez de llegar hoy lo hará
mañana, y no es justo que esté viviendo su proceso educativo con un
mensaje continuo y aplastante de “tú no puedes” que le acompañará toda
su vida.