25.7.20

El papel del adulto en la resolución de conflictos

Ya sabemos que favorecer la independencia es muy positivo para el desarrollo de nuestros peques, y no sólo hablamos de la independencia física (que aprendan a andar, a comer solos, a vestirse, a asearse...) que sería el primer paso, la conquista de los 6 primeros años, sino también de la independencia intelectual (pensar y razonar por sí mismos) que llega en el segundo plano del desarrollo, y la independencia social (desenvolverse en la sociedad) que se desarrolla principalmente en el tercer plano del desarrollo. Si al leer lo de los planos del desarrollo no sabes de qué hablo te lo explico en este post ;).
Como veis, cada etapa supone la conquista de un tipo de independencia, pero no significa que sólo se trabaje en ella en esa etapa determinada. Me explico: el tema del que hablamos hoy, la resolución de conflictos, entraría dentro de la independencia social, ¿verdad? Pero el hecho de que la independencia social se conquiste en la adolescencia no significa que no se esté trabajando desde mucho antes, por eso el hecho de facilitar que nuestros hijos aprendan a resolver sus conflictos desde pequeños es tan importante, son los cimientos sobre los que se apoyará esa independencia social cuando sean mayores.
Ya hemos tratado el tema de la resolución de conflictos anteriormente en RetoMontessori, en esta ocasión vamos a centrarnos en nuestro papel como adultos, cuándo y cómo debemos intervenir, por qué a veces no queremos intervenir pero lo hacemos...

¿Por qué no intervenir?

He comenzado el post hablando de la importancia de favorecer la independencia de nuestros peques así que, obviamente, la idea es que cada vez que intervenimos para solucionar un conflicto entre niños les estamos privando de la oportunidad de aprender a resolverlo ellos mismos. Es exactamente igual que cuando les ofrecemos ayuda innecesaria para hacer cualquier otra tarea como ponerse los zapatos o comer por sí solos.
Pero también hay que tener en cuenta que están aprendiendo, habrá ocasiones en las que consigan resolverlo sin ninguna ayuda por nuestra parte (negociación), habrá otras en las que tal vez necesiten simplemente que les guiemos un poco para que ellos lleguen a una solución (mediación) y habrá otras en las que no consigan encontrar una solución y tengamos que proponer nosotros una o varias soluciones (arbitraje). La negociación es la opción ideal, y el arbitraje debería ser el último recurso, a medida que los niños van desarrollando su capacidad de resolver conflictos cada vez necesitarán menos intervención por parte del adulto.

¿Cuándo y cómo intervenir?

  1. En un principio me mantengo al margen, pero observo la situación desde la distancia por si en algún momento se me necesita. Os tengo que decir que la mayoría de las veces el conflicto se resuelve sin mi intervención, de hecho alguna vez he intervenido y me he dado cuenta de que no tenía que haberlo hecho, de todo se aprende, jeje.
  2. Si veo que el conflicto está provocando mucha tensión y parece que no consiguen resolverlo me acerco y les digo con voz calmada "Creo que podéis resolver esto con vuestras palabras, pero si me necesitáis estaré aquí". Esta frase por una parte les recuerda que tienen la opción de resolverlo con palabras (esto a veces se nos olvida a los adultos, cómo no se les va a olvidar a ellos...), y por otra parte les empodera porque ven que confiamos en que son capaces, pero a la vez no les abruma porque también les estamos diciendo que si nos necesitan estamos disponibles. Una frase bastante potente, ¿verdad?
  3. Si la tensión va en aumento y llegan "a las manos" considero que es el momento de intervenir, aunque intento hacerlo respetuosamente, por ejemplo en vez de gritarles "¿¡Qué es eso de pegarse!? ¡No se pega a los demás!" intento decir algo como "Sé que estáis muy enfadados pero resolvemos los conflictos con nuestras palabras, sin hacernos daño... ¿Queréis que os ayude a resolverlo?" Normalmente cada uno empieza a contar su versión de los hechos y nuestro papel ahí es mediar, recordándoles que respeten su turno para hablar y que tengan en cuenta:
    • Empezar las frases por "Yo" en vez de por "Tú". Por ejemplo: "Me ha molestado que cojas mi pelota sin pedirme permiso" en vez de "Tú has cogido mi pelota sin pedirme permiso"
    • Describir la situación en vez de juzgar. Por ejemplo: "Me molesta que cojas mis cosas sin preguntar" en vez de "¡Eres malo y siempre rompes mis cosas!"
    • Expresar lo que necesitamos de una forma positiva. Por ejemplo: "Me gustaría que me pidas permiso cuando quieras coger mi pelota" en vez de "No quiero que cojas mi pelota".
Bueno, hasta aquí todo bien en teoría, ¿no? Pero a veces en la práctica no todo es tan claro...

¿Por qué a veces cuesta tanto seguir estas pautas?

Ahora viene el momento en el que llevamos todo esto a la vida real, a veces nos funciona genial y nos sentimos los mejores padres del mundo, pero otras veces no funciona a la primera, o ni siquiera lo intentamos y decidimos intervenir aunque creamos que los peques son capaces de resolverlo...
En mi experiencia, las situaciones en las que intervengo para resolver un conflicto a pesar de que siento que no debería hacerlo suelen ser:
  • Cuando estoy cansada o de mal humor o no me encuentro bien; en estos casos mi cerebro primitivo piensa "Ahora no estoy para tonterías, hay que acabar con este conflicto cuanto antes".
  • Cuando tenemos prisa, en este caso tiendo a pensar "Ahora no tenemos tiempo para esperar a que resuelvan esto por si mismos, voy a resolverlo yo y listo".
  • Por evitar miradas de desaprobación de otras personas... Esto es algo que llevo tiempo trabajando y cada vez me afecta menos, pero admito que en algunas ocasiones todavía me afecta y pienso algo como "Sé que pueden resolver este conflicto sin ayuda, pero la madre del otro niño me está echando una mirada como si fuera la madre más negligente del mundo... En fin, voy a intervenir...".
¿Os suena escuchar este tipo de frases en vuestra cabeza? Bienvenid@s al club 😉 Siempre digo que no podemos pretender ser perfectos, ni como padres ni como nada, somos humanos y no siempre lo hacemos todo bien, pero lo bueno de estas situaciones en las que no lo hacemos muy bien es que nos ayudan a saber qué cosas tal vez deberíamos cambiar o mejorar... Por ejemplo:
  • Cuando estoy cansada o de mal humor o no me encuentro bien, en vez de intervenir para resolver el conflicto, puedo probar a decirles algo como "Ahora no me encuentro bien y no me ayuda veros peleando, ¿queréis que os ayude a resolver ese conflicto?"
  • Cuando tenemos prisa, en vez de resolver yo el conflicto y dar por zanjada la discusión puedo decirles algo como "Ahora no tenemos tiempo para hablar de esto con calma, ¿buscamos una solución rápida y lo hablamos más tarde?"
  • Por evitar miradas de desaprobación de otras personas... En este caso a mí me gusta preguntarme "¿A quién le molesta esa mirada de desaprobación? ¿A mí o a mi ego?" Ya os imagináis la respuesta... ¡Anda! ¡Si es a mi ego de "buena madre" a quien le molesta porque se siente juzgado! Y como sé que mi ego y yo no somos lo mismo, puedo dejar que mi ego se sienta todo lo molesto que quiera pero no dejo que controle mis decisiones.
Ahora os digo, que esto es a lo que aspiro, hay ocasiones en las que no lo hago así, pero me acepto y me perdono, y lo tomo como un aprendizaje más. Eso es con lo que quiero que os quedéis 🙂