Ayer leí un capitulito del libro Educación y Paz, de María Montessori. Concretamente, la primera disertación de los discursos pronunciados en la Escuela Internacional de Filosofía de Amersfoort, el 28 de diciembre de 1937. Vale la pena leer las fuentes originales de los grandes genios de vez en cuando. De aquí me llega cuál es la predisposición básica imprescindible (no la técnica) de María Montessori para observar el desarrollo de los niños. Veamos tres aspectos importantes de esta manera de seguir al niño.
1. Ciencia y amor, aunque suene raro Esta mujer solía decir que para trabajar con niños hay que adoptar una actitud científica y amorosa. Científica, para observar con la mayor rigurosidad los pequeños detalles (descubrimientos, experiencias) con los que poder descubrir el nacimiento de la personalidad. Observar a los niños con la mínima intervención y anotar estos fenómenos del desarrollo son procesos clave para entender qué somos y qué podríamos haber sido los adultos. En esto consiste esa actitud científica de la que hablaba. La actitud amorosa, aunque pueda parecer contradictoria con la frialdad de la observación, resulta impepinable para poder observar a los niños en su ambiente natural. Si un etólogo quiere observar un grupo de primates, tiene que pasar desapercibido, tiene que ser nadie. Pero debe hacer eso en el lugar donde viven esas criaturas. Si coges una familia de primates y los metes en un camión, también puedes observar su comportamiento científicamente, pero realmente, estás haciendo un experimento. No puedes sacar conclusiones sobre cómo son socialmente, cómo se desarrollan, o cómo se alimentan e interactúan con el entorno. Vete a saber cuál es el contexto natural para observar el desarrollo humano. Lo que María Montessori tenía claro es que el vínculo amoroso con un adulto que les da seguridad, atención y afecto, forma parte de ese contexto natural. Por eso, lo considera una condición imprescindible para realizar una observación fiable de la naturaleza infantil. El caso es que, en ese capítulo de Educación y Paz, María Montessori dice que cuando está con niños no es ni siquiera científica e insiste en que “soy nadie”. Lo dice expresamente, contradiciendo aparentemente esta idea que acabo de mencionar. |
2. La humildad, un valor fundamental para pasar a un segundo plano. Sin embargo, la profundidad de esas palabras es maravillosa, porque guarda un mensaje oculto: Ser nadie es alcanzar la humildad absoluta, es despojarse de juicios, interpretaciones, comparaciones e interferencias culturales y del pasado personal …y es la condición previa para realizar cualquier acción científica. Si eres nadie, nada ocurre contra ti. Tu ego queda al margen: puedes trabajar sin sentir el desafío directo de ningún niño y sin que te afecte el caos. Eres un observador invisible, imparcial. Te pones en situación de que se revelen ante ti secretos y respuestas inesperadas. En la paz interior de “ser nadie” surgen verdaderas creaciones y las ideas más originales, relacionas conceptos que de otro modo no se te pasarían por la cabeza, descubres cosas nuevas porque no temes lo que te vas a encontrar, porque no hay ideología política ni creencia religiosa que se meta por medio, simplemente se van revelando aspectos de la naturaleza (en este caso de los niños) en los que nadie había reparado. Esto hacía María Montessori, como otros grandes creadores de la historia de la humanidad. |
3. Los niños son naturaleza Cuando estuve trabajando en las Islas Galápagos, en el 2003, aprendí que la naturaleza no se toca. Ves iguanas marinas y lobos marinos campando a sus anchas, pelícanos, garzas, fragatas…, te acercas a ellos y no huyen de ti ni se defienden porque en Galápagos no hay depredadores. Yo veía cómo mis compañeros caminaban por las piedras en silencio para no pisar las plantas porque toda forma de vida es sagrada, y cualquier mínima intervención modifica ecosistemas milenarios que permanecen en equilibrios muy frágiles. Es mejor que los únicos sonidos sean el continuo movimiento del aire y del mar, y los ruidos esporádicos de insectos, aves y lobos marinos. Así sonaba la Tierra hace varios millones de años. Oír en directo el pasado remoto es un lujo. Observarlo es un lujo. Interferir con mi voz, o modificar lo más mínimo aquel escenario, sería perdérmelo todo y una catetada imperdonable. Así me sentí yo: me sentí nadie. Me encantó mimetizarme en el orden natural, que es un desorden visual de una belleza extraordinaria. |
Me venían imágenes
de las hileras de olivos, los huertos y todas esas formas de vida
organizadas por el ser humano como soldaditos, y me inundaba una
tristeza enorme porque la naturaleza se organiza de otra forma. Y cuando recuerdo mi clase en el colegio, donde estábamos sentados siguiendo el mismo patrón con que se plantan las lechugas que después nos comemos, pienso que tal vez los niños tengan la misma relevancia social que las lechugas. |
Un detalle importante: ser nadie es la forma de estar en un lugar donde el protagonismo no es tuyo y te conviertes en observador. El maestro/a Montessori no sólo observa, pero cuando logra el ambiente “normalizado” dispone de tiempo para hacerlo y eso le permite detectar las necesidades, el ritmo y los hitos del desarrollo de cada niño y modificar sutilmente el ambiente o presentar a cada criatura la actividad adecuada a su punto de interés.
¿Es posible crear algo similar dentro de las casas? ¿Cómo debe ser ese ambiente? Y lo más interesante ¿Estás preparado/a para ser nadie en tu casa de vez en cuando? Los ambientes domésticos son el resultado de algo que sucedió hace tiempo. Y no son colegios, pero tal vez no se nos haya ocurrido intervenir un poco menos y colocarnos en modo observación, sin culpa ni estrés por dejar un poco de lado el control y situarnos en un segundo plano.
Seguramente, nadie observó las experiencias embrionarias que nos hicieron ser como somos. Y tal vez tampoco hubo quien preparara adecuadamente un ambiente propicio para nuestro desarrollo. La mayoría de los adultos actuales estuvimos muchas horas de nuestra vida sentados en pupitres, en fila, ordenaditos y obedeciendo. Como lechugas. ¡Cuánto potencial castrado, cuántas neurosis y cuánto victimismo pudo haberse evitado!