Las palabras puestas en boca de María Montessori en esta entrevista
literaria fueron tomadas de los textos de la autora: L´Antropología
Pedagógica, El Niño, Il metodo della pedagogía científica applicato
all´autoeducazione nella Casa Dei Bambini, Educazione e Pace, La Magia
del Bambino, Educar para un nuevo mundo, y fragmentos de conferencias,
tomados de las traducciones de Enrique Mariscal.
La Dra. Montessori me citó en un lúgubre pasaje de
las afueras de Roma, ciudad algo inhóspita por estos años, y
especialmente para mí que llegué por medios poco habituales. Para ambos
prometía ser un encuentro extraño: dos seres del mismo mundo, pero a la
vez de mundos diferentes, pues el tiempo que nos separaba haría de esta
conversación quién sabe qué. ¿Un imposible? ¿Un fascinante desafío?
Cuando nos encontramos, caminamos por unas veredas llenas de meandros y cruzamos calles inverosímiles escapando a la visibilidad de las ochavas con un taconeo nervioso.
Cuando nos encontramos, caminamos por unas veredas llenas de meandros y cruzamos calles inverosímiles escapando a la visibilidad de las ochavas con un taconeo nervioso.
En esos primeros momentos ella me habló vagamente de su adolescencia, de las negativas de su padre a permitirle seguir la carrera médica y de cómo se resistió a convertirse en una maestra, como se lo dictaba el mandato familiar, y fue la primera médica italiana de la historia. “Rara paradoja”, observé balbuceando un pésimo italiano que ella supo perdonar, “que sin embargo se haya terminado dedicando a la educación”. Me miró con una sonrisa amarga: “mi mérito no es haber querido desafiar a mis padres, sino haber querido desafiar a la escuela”, y agregó, deteniéndose frente a la vidriera de una oscura taberna: “venga, entremos...”.
Doctora Montessori, gracias por su amabilidad al conceder esta entrevista a Antes de Ayer. Quisiera comenzar, puesto que esta web está dedicada a la infancia, preguntándole por su concepción del niño.
Muy bien. Comencemos diciendo que el niño es una abstracción filosófica inexistente. En las escuelas hemos tenido hasta ahora como principio de justicia la uniformidad niveladora de los escolares. Una igualdad abstracta que lleva a todas las individualidades infantiles hacia un tipo que no puede ser llamado ideal porque no representa un ejemplo de perfección...
¿Quiere decir que el niño es en realidad una “construcción”, una idea de los adultos?
No, no, todo lo contrario. Se ve que usted piensa desde su siglo... Mi idea es otra. Cuando se dice que el padre y la madre “construyen” los hijos se repite una expresión inexacta. Es preciso decir que el hombre ha sido construido por el niño, éste es el padre del hombre.
El bien o el mal del hombre maduro tienen relación muy estrecha con la vida del niño, que fue origen. Es sobre el niño que caerán y se grabarán todos nuestros errores y es el niño el que escogerá los frutos de manera indeleble. Nosotros moriremos, pero nuestros hijos sufrirán las consecuencias del mal que habrá deformado su alma para siempre.
El ciclo es continuo y no se puede interrumpir. Tocar al niño es tocar el punto más sensible de un todo que tiene sus raíces en el mas lejano pasado y que se dirige hacia el infinito porvenir. Tocar al niño, es tocar el punto más delicado y vital en el que todo puede decidirse y renovarse, donde todo es vida, donde se hallan encerrados los secretos del alma, porque, allí se elabora la creación del hombre.
Trabajar conscientemente para el niño e ir hasta el fin con la intención prodigiosa de salvarlo, equivaldría a conquistar el secreto de la humanidad, como fueron conquistados tantos ocultamientos de la naturaleza exterior.
Me da la sensación de que usted cree que el niño está subvalorado... que no se reconoce en él una trascendencia...
“Ceguera” sería la palabra, en mi opinión. Y la ceguera impresionante del adulto, su insensibilidad hacia sus hijos —frutos de su propia vida— tienen, ciertamente, lastres que se han extendido a través de generaciones. El adulto que ama al niño, pero que lo desprecia inconscientemente, provoca en éste un sufrimiento secreto, espejo de nuestros errores y advertencia para nuestra conducta. Todo ello revela un conflicto universal, inconsciente.
Después de treinta años de estudios, lo consideramos como el ser humano olvidado por la sociedad y más aún por aquellos que le otorgan y conservan la vida. ¿Qué es el niño? Es el estorbo constante del adulto, absorbido y fatigado por ocupaciones cada vez más exigentes. No hay sitio para el niño en la casa, cada día más reducida, de la ciudad moderna, donde las familias se acumulan. No hay lugar para él en las calles, porque los vehículos se multiplican y las aceras se hallan llenas de gente que tiene prisa. Los adultos, cuando las ocupaciones los absorben, carecen de tiempo para ocuparse del niño. El padre y la madre trabajan fuera de la casa y cuando no lo hacen, la miseria los oprime y arrastra al niño junto con los adultos. Hasta en las mejores situaciones, el niño es abandonado en su habitación, en manos de gente extraña pagada para que se ocupe de él; además se le prohíbe la entrada a la parte de la casa destinada a los padres. No hay refugio alguno donde el niño pueda sentir que es comprendido, donde pueda ejercer su actividad. Es preciso que permanezca quieto, que se calle, que no toque nada, pues nada le pertenece. Todo es propiedad inviolable del adulto, prohibida al niño. ¿Dónde están sus cosas? No posee ninguna. Hasta hace algunas decenas de años, ni siquiera existían sillas especiales para ellos. De ello se derivó aquella famosa expresión —que en la actualidad sólo tiene sentido metafórico—: “Te he tenido sobre mis rodillas cuando eras pequeñuelo” o “Aprendiste esto sobre el regazo de tu mamá”.
Creo que se sorprendería si conociera a los niños de donde yo vengo. Hace poco entrevistamos a un especialista que sostenía la tesis de que una revolucionaria inversión en esta “ceguera” a la que usted se refiere constituye la clave para entender nuestra sociedad.
Es claro que usted y yo vivimos tiempos distintos... aquí no ha pasado nada de eso. Cuando el niño se sentaba sobre los muebles paternos o en el suelo, era reñido; si se sentaba sobre los peldaños de la escalera era castigado; para que pudiese sentarse, era preciso que un adulto se dignara tomarlo sobre sus rodillas. He aquí la situación del niño que vive en el ambiente del adulto: es un perturbador que busca y nada encuentra para él, que penetra en un lugar y es expulsado.
Un alienado...
Digamos que su posición es como la del hombre sin derechos civiles y sin ambiente propio: un extrasocial a quien todo el mundo puede tratar sin respeto alguno, insultar, azotar y castigar, ejerciendo un derecho recibido de la naturaleza: el derecho del adulto.
Por un fenómeno psíquico misterioso, el adulto se olvidó de preparar un ambiente adecuado para su hijo. En la organización social descuidó a su hijo; en la elaboración de leyes sucesivas dejó sin leyes a su propio heredero y, por consiguiente, fuera de la ley. Lo abandonó sin dirección al instinto de tiranía que existe en el fondo del corazón de todo adulto. Esto es lo que encuentra el niño que llega al mundo con su aporte de nuevas energías, que debiera ser como el soplo regenerador que, de generación en generación, rechaza los gases asfixiantes acumulados durante una vida humana llena de errores.
Me está sugiriendo un panorama poco menos que nefasto... ¿Usted cree que el hombre es en esencia “malo”?
No, yo no diría eso. Mas bien lo contrario, recuerdo por ejemplo las opiniones y críticas que llegaron de todas partes: de filósofos, pedagogos y personas comunes ante el éxito de mis modelos de enseñanza. Me decían, cuando hice leer y escribir a niños de cuatro años: “¿Cómo puede ser tan optimista acerca de la naturaleza humana?”. Como verá, esto remite al lado opuesto de su pregunta.
Pero la gran lucha, que no ha terminado, proviene de los filósofos y de los religiosos, que atribuían los hechos, que fueron atestiguados por tantas personas, a opiniones mías. Para algunos, era una admiradora de Rousseau que creía, con él, que “todo es bueno en el hombre pero que todo se pierde en contacto con la sociedad”, y había realizado en las escuelas una especie de romance, como Rousseau lo había hecho en un libro.
Ni aun discutiendo conmigo se podía llegar a una explicación clara o convincente. Una persona conocida escribió en un diario muy serio: “la Montessori es una pobre filósofa”. Para los religiosos, yo estaba contra la fe y muchos se me acercaron para explicarme el hecho del “pecado original”. Se puede imaginar qué podían pensar los calvinistas o, en general, los protestantes, convencidos de la maldad innata del hombre.
Entonces ¿cómo cree usted que llega a tener lugar esta suerte de olvido cruel hacia el niño?
Es algo mas sutil. En los innumerables volúmenes sobre la historia de los hombres, nunca aparece el niño. Nunca se lo toma en cuenta en la política, en la organización social, en la guerra... El adulto habla como si existiera solamente él, y el niño sólo forma parte de la vida privada. Es un objeto que significa deberes y sacrificios para los adultos, y por lo tanto merece castigos cuando molesta.
Soñando con un paraíso terrestre en el mundo futuro, el adulto imagina solamente a Adán, Eva y la serpiente. En el paraíso terrenal no existe el niño. Y el hecho de que pueda provenir del niño una ayuda, una luz, una enseñanza, una nueva visión no ha entrado todavía en la mentalidad social.
En mi tiempo se ha comenzado a recuperar el sentido de lo privado en la historia, y no sólo en relación a la infancia, sino también al lugar de hombres y mujeres en la historia. ¡Usted misma es un buen ejemplo de eso...! Si pudiera usted conocer la obra de Phillipe Ariès estaría encantada... o al menos tendría más esperanzas.
No, no crea, si yo de hecho tengo esperanzas. Creo que estamos ahora en el umbral de una nueva época; aquélla en que será preciso trabajar para dos humanidades distintas: la del adulto y la del niño. Y vamos hacia una civilización que deberá preparar dos ambientes sociales, dos mundos distintos, el del adulto y el del niño.
Ha llegado la hora del niño. Se plantea, pues, una cuestión social importante, con todo su poder: la cuestión social del niño.
¿Qué alcance cree que tendrá este movimiento, pensando por ejemplo en un futuro muy lejano, digamos en el año 2000?
No se burle, venir del futuro no le da derecho... No hay dudas del alcance de un movimiento social en favor del niño; tiene una importancia inmensa para la sociedad, para la civilización, para toda la humanidad. Ha aparecido un impulso real y universal, que representa una reforma social a nuestro alrededor. Si esta reforma es considerable, y anuncia nuevos tiempos y una nueva era de esta civilización, somos los últimos sobrevivientes de una época, ya caduca, en la que los hombres sólo se preocupaban en construir un ambiente cómodo para sí, un ambiente para la humanidad adulta.
La cuestión social del niño penetra con sus raíces en la vida interior; se extiende hacia nosotros, los adultos, para sacudir nuestra conciencia y renovarnos. El niño no es un extraño que el adulto puede sólo considerar desde el exterior, con criterios objetivos. El niño es la parte más importante de la vida del adulto. Es el constructor del adulto.
¿Y a qué causas atribuye usted este nuevo movimiento?
Creo que no ha sido organizado ni dirigido por ningún iniciador. Ha brotado como una evolución natural en una tierra volcánica, donde espontáneamente se desprenden llamas dispersas por todas partes. Así nacen los grandes movimientos. Sin duda alguna, la ciencia contribuyó a ello; se la puede considerar como la iniciadora del movimiento social del niño. La higiene comenzó a combatir la mortalidad infantil, seguidamente demostró que el niño era víctima del trato escolar, un mártir desconocido, un condenado perpetuo durante su infancia, pues terminado el estado infantil, acaba también la época de la escuela.
Muchos reformadores actuales tienen en cuenta al niño; en la urbanización de las ciudades se le construyen parques; en la construcción de plazas y jardines se reservan lugares para juegos infantiles; en la organización de teatros se piensa en los espectáculos para, niños; se editan periódicos y libros infantiles, se organizan viajes para niños y hasta en las esferas industriales, los fabricantes piensan en los niños, construyendo para ellos muebles y vajillas. Desarrollada la organización consciente de clases, se procura organizar a los niños, dándoles el sentimiento de disciplina social y de la dignidad que deriva del individuo, como ocurre en ciertas organizaciones infantiles tales como los boy-scouts y las “repúblicas para niños”.
Este movimiento actuaría como una positiva revolución...
Principalmente positiva, pero no sólo positiva...los deformadores políticos, revolucionarios de nuestro tiempo, se apoderan del niño para que sea un instrumento dócil de sus futuras intenciones. Por todos lados, lo mismo para el bien que para el mal, pero ya sea con la finalidad de ayudarlos o con el objetivo interesado de servirse de él como instrumento, el niño está ahora presente. Ha nacido como individuo social. Es fuerte y penetra en todos lados. Ya no es únicamente un miembro de la familia; ya no aquél que el domingo, con sus vestidos de fiesta, se paseaba dócilmente de la mano del padre.
Quisiera volver sobre algo que dijo usted hace un momento. ¿Cree usted que la escuela maltrata a los niños?
¿Usted me hace preguntas sensacionalistas a propósito? ¿En qué periódico dijo que se publicará esta entrevista? Bah, no importa. Se lo ilustraré con un ejemplo. Un día, un grupo de maestros ingleses protestó públicamente; decían que ellos se retirarían de la profesión si se abolían los castigos, porque no podrían enseñar sin la existencia de los mismos.
¡Los castigos! No me había dado cuenta que los castigos eran una institución indispensable para dominar la vida de toda la humanidad infantil. Todos los hombres crecieron bajo esa humillación.
Acerca de los castigos, la Liga de las Naciones realizó una encuesta en Ginebra y el Instituto J. J. Rousseau organizó otra en nombre de la New Education Fellowship. Se preguntó en las escuelas públicas y privadas “qué clase de castigos usaban para educar a los niños”. Resulta curioso que en vez de ofenderse por una encuesta indiscreta, todos se apresuraron a dar su información y algunas instituciones parecían orgullosas de sus métodos de castigo. Algunos dijeron, por ejemplo, que prohibían el castigo inmediato para que no fuera aplicado en un momento de ira; pero anotaban cuidadosamente las faltas y aplicaban luego la pena merecida durante toda la semana. Algunas familias expresaron que mandaban a sus niños a la cama sin cenar. Era un castigo "no violento".
No cabe la menor duda de que el castigo violento era el más común: bofetadas, insultos, palos, prisión, terribles temores imaginarios. La lista llegada a la Liga de las Naciones era la continuación, en nuestro siglo, de la sabiduría salomónica: “Aquél que no usa el bastón con su hijo, es un mal padre, porque lo condena al infierno”
En Londres pude comprar látigos que se vendían en manojos y que aún eran usados por los maestros, aunque la costumbre viniese del pasado.
Más allá de coincidir con su condena al castigo físico, entiendo que usted tal vez se refería a otro tipo de maltrato.
Si, también. Pensemos en la situación del aula: si la maestra se ha equivocado al juzgar las actitudes de sus alumnos, ellos son demasiado débiles para escapar a su opresión, están perdidos, ninguno podrá ya sustraerse a la tiranía como podía suceder en las clases de antaño con la fuga de la atención. Entonces, la maestra hablaba a muchos niños presentes, pero ausentes en su espíritu. Y ahora, en la lucha de opresiones entre el adulto y el niño, la maestra se halla más armada, la lucha se ha vuelto más encarnizada gracias al descubrimiento de instrumentos pedagógicos más destructores. Del mismo modo que ha progresado la guerra entre los hombres con sus medios de destrucción en el campo de batalla.
Es usted muy crítica con la escuela...
Debo serlo. La escuela es el ambiente social creado para los niños. Sin embargo es fácil reconocer en ella los signos de que la persona para la que fue destinada no le dio su propia contribución. Hasta ahora hemos querido dominar a los niños exteriormente por medio del látigo en vez de tratar de someterlos como seres humanos, con una guía interior. Es por ello que han pasado por nuestro lado sin que los supiésemos conocer.
Por otro lado está el tema social: ¡Es inútil reformar la escuela y los métodos si a esta escuela y a estos métodos escapan los que, para la defensa social, están más necesitados de ellos! Cualquier método sirve para hacer útil y moral a un individuo sano y normal. La reforma que se impone es la de la escuela y la pedagogía, una reforma que nos conduzca a proteger en su desarrollo a todos los niños, incluso a los que se muestran refractarios al ambiente de la vida social.
¿La educación de los más pequeños debe, según lo que acaba usted de decir “acompañar el desarrollo”? Le parecerá tal vez algo extravagante, pero es una discusión de mi tiempo: ¿enseñar, cuidar, acompañar el desarrollo...?
No, no me parece extravagante. Es evidente que la palabra educar no se utiliza en el sentido de enseñar sino de facilitar el desarrollo psíquico del niño.
¿Quiere decir que está todo dado? ¿que el medio ambiente no incide en el desarrollo?
El factor ambiente es indudablemente secundario en los fenómenos de la vida. Puede modificar, ayudar, o destruir, pero nunca crear. Los orígenes del desarrollo son interiores, el niño no crece porque se nutre, porque respira, o se encuentra en aptas condiciones de clima. Crece porque la vida potencial que hay en él se desarrolla, se actualiza, porque el germen fecundo de donde proviene su vida se desarrolla según el destino biológico que le ha fijado la herencia.
Una gran misión dirige al niño, la de crecer y devenir hombre. Como él es inconsciente de su misión y de sus necesidades internas, y los adultos están bien lejos de la posibilidad de interpretarlas, se han creado alrededor de los niños, en la vida de familia y en la escuela, muchas circunstancias equívocas, que obstaculizan la expansión de la vida infantil. Es necesario remover todo cuanto sea posible estas circunstancias, estudiando con mayor profundidad las necesidades íntimas y ocultas de la primera infancia para corresponder así con nuestra ayuda, a liberar al niño.
En otro viaje de éstos le voy a presentar a un psicólogo soviético a quien le encantaría discutir esta cuestión con usted
No se haga el vivo, que no vino a la antigua Grecia, sino sólo unas décadas para atrás. Yo ya conozco a Vigotski... si es que a él se refiere.
Perdón, no quise ofenderla... Si le parece bien, hablemos de su método.
Si, mejor. Además es necesario dar una guía sobre la orientación que tiene nuestro trabajo. Refiriéndose a las llamadas “escuelas Montessori” y “método Montessori” hay contradicciones, dificultades e incertidumbres.
Si se aboliera no sólo el nombre, sino el término “método”, sustituido por otra indicación y hablásemos de una ayuda para que la personalidad humana pueda conquistar su independencia, de un medio para liberarla de antiguos prejuicios acerca de la educación, entonces todo se aclararía. Es la personalidad humana, y no un método de educación lo que debe considerarse. Es la defensa del niño, el reconocimiento científico de su naturaleza, la proclamación social de sus derechos lo que debe sustituir a los inarticulados modos de concebir la educación.
Si le parece bien, centrémonos en algún aspecto específico. Usted mencionó antes, por ejemplo, la lectoescritura.
¿Qué es eso?
Quiero decir que usted hizo referencia a un modo original de enseñar a leer y escribir
Ah, por supuesto. Para recordar cómo comenzó nuestro estudio tenemos que remontarnos a muchos años atrás, cuando un grupo de niños de 4 años reveló un fenómeno inesperado que causó gran sorpresa y que se denominó “la explosión de la escritura”. Algunos niños, comenzaron a escribir espontáneamente y este hecho se propagó a un gran número de niños. Llenaron pisos y paredes con su escritura incontenible y aprendieron a leer distintos tipos de escritura: mayúsculas y minúsculas, cursivas e imprentas, y finalmente escrituras artísticas y góticas.
Era una especie de milagro. Sin embargo ¿cuál fue la reacción de los científicos de la época? No fue atribuido a un hecho psíquico, sino a un método de educación. No se podían aunar escritura y naturaleza, la escritura debía ser la consecuencia de una paciente e ingrata preparación, el recuerdo de áridos esfuerzos y de penas soportadas en la escuela. De castigos y tormentos impuestos por alguien que no fuese analfabeto. Debía ser verdaderamente maravilloso ese método que había obtenido resultados tan brillantes en una mente tan temprana.
Eso debe haberla puesto a usted en una posición de autoridad
No tanto...Cuando los científicos extranjeros vinieron a conocer este supuesto maravilloso método, yo no tenía para mostrarles más que las letras del abecedario separadas una de la otra, letras con forma de objetos manuales y móviles, de dimensiones mas bien grandes. Estos profesores se sintieron molestos, pensaron que me burlaba de ellos. En las altas esferas se empezó a decir que todo eso no era serio, que hablar de milagros era una mistificación. Además, al ver que en vez de libros comunes adoptábamos objetos que podían ser vendibles, temieron mezclarse en una tarea comercial.
Ah, por supuesto. Para recordar cómo comenzó nuestro estudio tenemos que remontarnos a muchos años atrás, cuando un grupo de niños de 4 años reveló un fenómeno inesperado que causó gran sorpresa y que se denominó “la explosión de la escritura”. Algunos niños, comenzaron a escribir espontáneamente y este hecho se propagó a un gran número de niños. Llenaron pisos y paredes con su escritura incontenible y aprendieron a leer distintos tipos de escritura: mayúsculas y minúsculas, cursivas e imprentas, y finalmente escrituras artísticas y góticas.
Era una especie de milagro. Sin embargo ¿cuál fue la reacción de los científicos de la época? No fue atribuido a un hecho psíquico, sino a un método de educación. No se podían aunar escritura y naturaleza, la escritura debía ser la consecuencia de una paciente e ingrata preparación, el recuerdo de áridos esfuerzos y de penas soportadas en la escuela. De castigos y tormentos impuestos por alguien que no fuese analfabeto. Debía ser verdaderamente maravilloso ese método que había obtenido resultados tan brillantes en una mente tan temprana.
Eso debe haberla puesto a usted en una posición de autoridad
No tanto...Cuando los científicos extranjeros vinieron a conocer este supuesto maravilloso método, yo no tenía para mostrarles más que las letras del abecedario separadas una de la otra, letras con forma de objetos manuales y móviles, de dimensiones mas bien grandes. Estos profesores se sintieron molestos, pensaron que me burlaba de ellos. En las altas esferas se empezó a decir que todo eso no era serio, que hablar de milagros era una mistificación. Además, al ver que en vez de libros comunes adoptábamos objetos que podían ser vendibles, temieron mezclarse en una tarea comercial.
Muchos debieron convencerse de que las letras eran allí colocadas, aisladas, y ningún maestro hacía esfuerzo para enseñar a escribir. Evidentemente los niños hacían progresos por sí solos. Algunos pensaron que todo el secreto del “milagro” consistía en haber presentado las letras del alfabeto como objetos aislados y móviles. Parecía algo simple y genial, y se lamentaban de no haberlo pensado ellos mismos.
Los adelantos, entonces, se atribuyeron a un método de educación, incierto y discutible. Y aparecieron las críticas. Se dijo que no había que sacrificar la vida mental de los pequeños para obtener resultados inútiles, porque más tarde – a los seis años – todos podrán aprender a leer y escribir, y ya se sabe cuánto esfuerzo y sacrificio cuesta.
¿Y qué pasó entonces?
El “milagro” fue oficialmente olvidado, y no llegó a interesar a la psicología moderna. Me quedó a mí el trabajo de investigar los efectos de la psicología infantil revelados por esta experiencia. Y es que nadie mejor que yo podía aislar esos hechos reales de influencia educativa que pudieran provocarlos. Era evidente para mí que alguna energía relativa a los niños de corta edad existía allí, y se había manifestado.
¿Y cuál era, finalmente, el fundamento de ese modo de enseñar?
En el abecedario de papel esmerilado encontré la guía tan deseada por el dedo que toca las letras, de modo que no sólo la vista, sino también el tacto, se unían para enseñar el movimiento de la escritura con exacto control.
Nuestro trabajo también sorprendió en lo relativo a la llamada "disciplina", o sea el importante hecho de niños pequeños que, dejados en libertad de elegir sus propias ocupaciones, de cumplir sus ejercicios sin ser molestados, quedaban en silencio y en orden.
Ellos podían permanecer así en ausencia de la maestra. La conducta colectiva de armonía social, la cualidad de carácter, sin envidia, sin competencia, dispuesta a prestar ayuda recíproca, causaba admiración.
Eran amantes del silencio; y lo buscaban como un verdadero goce. La obediencia se desarrollaba en sucesivos grados de perfección hasta llegar a una obediencia hecha con alegría, diría con deseos de obedecer; muy similar a la de los perros, cuando su dueño arroja lejos un objeto para que ellos se lo alcancen.
Qué ocurrente comparación...¿y que hay de la maestra “obedecida”? ¿Cómo lograba que la obedecieran así?
No, usted no entiende: la maestra no intervenía para obtener este extraño fenómeno. Ello no era consecuencia directa de la educación; todo ocurría espontáneamente, porque no había enseñanzas, ni exhortaciones, ni premios, ni castigos.
Se ha establecido que la educación moral no es más que la conformación de la personalidad y que es posible erradicar los malos hábitos sin que sea necesario sermonear a los niños, castigarlos, ni siquiera darles un buen ejemplo. No hacen falta amenazas ni promesas, lo que hace falta son buenas condiciones de vida. Además de los niños a los que llaman “buenos” (léase pasivos) y los que se portan mal, hay una tercera categoría aceptada por todo el mundo. Éstos últimos gozan de excelente salud, de imaginación, saltan de una cosa a la otra, y sus padres dicen que son particularmente brillantes.
El mundo aún no está capacitado para definir lo bueno y lo malo. Todo este tiempo ha juzgado erróneamente. Para obtener disciplina hay que dar libertad. No es necesario que el adulto se convierta en guía o mentor. Sólo tiene que darle a los niños las oportunidades de trabajo que antes se les habían negado.
Al principio parecía imposible que un grupo de 40 chicos se pudiera mantener en orden trabajando dentro de una misma aula, sin ninguna maestra que los controlara, en especial si se tiene en cuenta que estos niños tenían entre tres y cinco años. Los periódicos afirmaron que de ser cierto, era maravilloso. Los visitantes se empeñaban en averiguar cuál era el truco, porque estaban seguros de que era un truco.
Sin embargo, este hecho inusitado debía tener alguna causa, ser producto de alguna influencia. Si alguien me preguntaba, yo sólo podía responder: "es la libertad", como para la explosión de la escritura había respondido: "es el abecedario móvil".
Se dice de sus métodos que dan un lugar importante al material de juego.
El material no es un nuevo medio que se pone al alcance de la antigua maestra activa para ayudarla en su tarea de instructora. Aquí se trata de un radical cambio de actividades que antes caían en la maestra, y que por medio de nuestro método, son principalmente dejadas al niño. Lo principal son los objetos, y no la enseñanza de la maestra. Como es el niño quien los usa, pasa a ser él la entidad activa.
Esto debe haber generado sorpresa...
¿Sorpresa? ¡Descreimiento, mas bien! ¿De dónde me dijo usted que venía? En el primer hogar de niños que fundé, los chicos vivían en la misma casa, una especie de conventillo situado en las inmediaciones, y uno de los descreídos fue el embajador de la Argentina, que en esa ocasión estaba en Roma. Quería ver la escuela con sus propios ojos, llegar de improviso de modo que no estuviésemos preparados para recibir visitas. Le explicó sus intenciones a la hija del primer ministro de Italia, quien le prometió que lo acompañaría y que no diría ni una palabra en la escuela.
Pero no habían tenido en cuenta que era jueves, el día en que los chicos no van a la escuela en Italia, así que la escuela estaba cerrada. Sin embargo, salió a atenderlos un niño muy pequeño y les preguntó si necesitaban algo. No tenía más de cuatro años, y los niños pobres de esa edad no suelen dirigirse a la gente rica y extranjera con esa soltura. Pero él se expresaba con total naturalidad, y cuando le dijeron que habían ido para ver la escuela y que era una lástima que estuviera cerrada, les contestó: ¡Ah, no hay problema! El portero tiene las llaves y todos los chicos viven aquí cerca, los voy a buscar.
Doctora, ha sido un enorme placer conversar con usted
Por favor, el placer fue mío. Y disculpe que ahora lo deje, pero no salgo mucho últimamente, y ya he tenido bastantes aventuras por hoy.
Aunque se han introducido detalles literarios para crear la ilusión de un diálogo, todo lo que la Dra. Montessori desarrolla aquí en lo referido a su método y opiniones se ha tomado de sus textos literalmente.