Desde hace ya un tiempo «suelo llevarme las manos a la cabeza» cada
vez que escucho a políticos o grandes empresarios marcar los caminos de
la educación; hablar de cuáles o cómo deben ser los objetivos y
principios de la educación. Bajo su punto de vista, esta debería ir
orientada, claro, a que los jóvenes realicen estudios con el único
objetivo de conseguir un trabajo.
Desde la revolución industrial los sistemas educativos han cambiado
bien poco, pues como nos siguen demostrando hoy día, los fines de la
educación siguen estando destinados principalmente a la productividad.
De ahí, que la formación de la persona en valores humanos, atendiendo a
sus necesidades y respetando sus ritmos de desarrollo, queda en un
segundo plano pues «lo primero es lo primero».
Pasa generación tan generación y, por momentos, da la sensación que
poco o nada estamos aprendiendo. Los adultos «nos acabamos acomodando y
conformando» como respuesta a nuestra cobardía a escuchar a ese espíritu
rebelde con el que de jóvenes nos llegamos a identificar. Hoy, la
humanidad sigue sumida en la explotación laboral, la violencia, el
deterioro ecológico o la transmutación de valores debido, en gran parte,
a sistemas educativos que explotan y reducen todo a precio y riqueza. Y
de adultos lo vemos «tan normal».
Pero, si la educación es guiada por los caminos que la productividad y
el capitalismo marcan, quizás vaya siendo hora que nos preguntemos, y
además de una manera responsable, donde encajan o cómo estos sistemas
educativos tan feroces pueden dar cabida a aspectos tan importantes e
imprescindibles para la vida de todos los seres humanos y del resto del
planeta como es educar en la coherencia, la responsabilidad, el amor a
la verdad y el bien, así como en la dignidad y el valor de las cosas.
Dado que todas estas cosas de las que hablamos difícilmente pueden ser
cuantificadas por un sistema educativo que basa sus «aprendizajes» en
valores numéricos, en todos los sentidos.
Va siendo hora que la humanidad se haga con una brújula. Pero no una
cualquiera, sino una que sea capaz, por vez primera desde los orígenes
de la educación, de ser conscientes que la humanidad irá en la dirección
hacia donde orientemos la educación de las niñas y niños, puesto que
como decía la Dra. Montessori : «Si servimos y educamos al niño, estamos
preparando el camino de la humanidad».
Es todo tan complicado a la vez que fascinante; todo tan utópico a la
vez que posible. Por mucho que nos cueste creerlo, la solución está hoy
en nuestras manos. Es la misma solución que tuvieron las generaciones
pasadas y que, visto la realidad de hoy en día, no se atrevieron a
ejecutar para poder llegar al tan ansiado puerto de la educación
humanista. Hoy, seguimos teniendo la oportunidad de elegir entre una
educación centrada y destinada a satisfacer las necesidades productivas
de un mundo capitalista y consumista, o girar completamente el rumbo y
comenzar a educar desde un punto de vista holístico del mundo en que
vivimos.
Está en nuestras manos. En realidad, siempre lo ha estado. «Solo»
hace falta una generación de adultos responsables, coherentes y bien
informados que sean capaces de llevarlo a cabo.