
Una
 hormiga que da cosquillas en la palma de la mano, la barba de papa que 
pica cuando le da el beso de buenas noches, la sombra que se mueve 
cuando camina… El genio, la afectividad y la imaginación del niño se 
pone en marcha. Cuando se acerca a la chimenea en casa de la abuela, 
busca a Mary Poppins. Todo lo contrario de lo que pasa en la cabeza de 
un niño que se pasa todo el día delante de una pantalla, escuchando a 
quién le habla a modo de adiestrarle o llevando un ritmo frenético 
porque le llenan la cabeza y la agenda de actividades estructuradas para
 alcanzar hitos.
La organización neurológica NO es el motor del niño, tal y como hemos pensado durante años. Siguiendo este falso paradigma, nos hemos empeñado y seguimos empeñándonos en bombardear a los niños con estímulos externos para diseñar sus circuitos neuronales con el fin de conseguir el “niño a la carta”. Ahora, son la mayoría los que coinciden en que el motor del niño es algo intangible, inmaterial. Al margen de como cada uno lo puede llamar (alma, inteligencia, energía, espíritu, etc.), los griegos ya decían que el principio de la filosofía era el asombro, la primera manifestación de aquel intangible que mueve al ser humano. Miles de años después, la más reconocida pedagoga de todos los tiempos, María Montessori, hacía hincapié en la importancia del asombro en el aprendizaje del niño.
La organización neurológica NO es el motor del niño, tal y como hemos pensado durante años. Siguiendo este falso paradigma, nos hemos empeñado y seguimos empeñándonos en bombardear a los niños con estímulos externos para diseñar sus circuitos neuronales con el fin de conseguir el “niño a la carta”. Ahora, son la mayoría los que coinciden en que el motor del niño es algo intangible, inmaterial. Al margen de como cada uno lo puede llamar (alma, inteligencia, energía, espíritu, etc.), los griegos ya decían que el principio de la filosofía era el asombro, la primera manifestación de aquel intangible que mueve al ser humano. Miles de años después, la más reconocida pedagoga de todos los tiempos, María Montessori, hacía hincapié en la importancia del asombro en el aprendizaje del niño.
En 1999, Dan Siegel,
 uno de los expertos mundiales en neurociencia (University of 
California, Los Angeles), afirmaba lo siguiente:
 “No hay necesidad de 
bombardear bebés o niños pequeños (o nadie) con una estimulación 
sensorial excesiva con la esperanza de construir mejores cerebros. 
Sencillamente, no es así. Los padres y los otros cuidadores pueden 
relajarse y dejar de preocuparse por proporcionar una gran cantidad de 
bombardeo sensorial a sus hijos. La sobreproducción de conexiones 
sinápticas durante los primeros años de vida es suficiente en si para 
que el cerebro pueda desarrollarse adecuadamente dentro de un entorno 
medio que proporciona la cantidad mínima de estimulación sensorial (…).” (traducción)
El
 protagonista de la educación, no es el método que se utiliza, ni la 
cantidad de estímulos, ni siquiera el educador. Es el niño. No significa
 eso que el niño mande, que no haya que ponerle límites y que tengamos 
que ceder a sus caprichos. Tampoco quiere decir que los niños son los 
que diseñen el proyecto educativo y familiar. Quiere decir que el niño 
no es un mero espectador de lo acontecimientos. No quiere ser 
adiestrado, sino educado. El niño pequeño busca lo bueno y lo bello y 
tan solo debemos acompañarle, siendo buenos intermediarios entre él y la
 realidad, creando el entorno favorable a su descubrimiento y 
protegiéndolo de lo que no le conviene. 
La
 sobre estimulación externa sustituye al asombro, sofoca la capacidad de
 creatividad y de motivación propia del niño, satura los sentidos e 
impide que el niño perciba estímulos menos ruidosos. Al final, el niño 
no presta atención a los estímulos menos ruidoso aunque sean 
importantes, se apalanca, se aburre y busca sensaciones nuevas para 
satisfacer su adicción al ruido y a la sobre estimulación.
 Para que un 
niño se pueda asombrar, hace falta respetar una serie de condiciones, 
entre otras, dejarle margen de libertad, de autonomía, que estén 
cubiertas sus necesidades básicas, fomentar el silencio, la 
sensibilidad, darle tiempo, respetar sus ritmos, fomentar una ambiente 
de confianza y proteger su inocencia.