Vivimos rodeados de tecnologías. Los
niños, también. El uso que hacen de ellas y su entrada en las aulas
sigue generando debate. La doctora en Educación y Psicología Catherine
L’Ecuyer pone en cuestión el actual modelo. Esta canadiense también es
autora de varios libros como Educar en la realidad, sobre el uso de las nuevas tecnologías en la infancia y en la adolescencia, y Educar en el asombro.
– ¿Se deben incorporar las nuevas tecnologías al sistema educativo?
Estamos en el medio de un experimento a
gran escala. No se debería experimentar con los niños y los jóvenes sin
que sus padres estén al corriente de las implicaciones y sin brindarles
la opción de una educación analógica.
– ¿Es posible limitar su aplicación en el ámbito educativo?
La pregunta sería si nuestros hijos
aprenden de forma distinta por haber nacido en la era digital. La teoría
del nativo digital dice que sí. Pero esa teoría está desacreditada en
la literatura científica. Haber nacido en la era digital no te hace
aprender de forma distinta de la generación que te precede. El ser
humano es el mismo hoy que hace doscientos años. Lo que ha cambiado no
es el alumno, sino es el entorno frenético en el que se encuentra. La
hiperestimulación tecnológica está generando una epidemia silenciosa de
“inatención”.
– ¿Por qué?
A medida que el niño hiperestimulado se
acostumbra a niveles cada vez más intensos y rápidos de estímulos, el
umbral de sentir la realidad sube y el niño necesita sensaciones cada
vez más nuevas y rápidas. Frente a esa situación, el maestro tiene dos
posibilidades: acrecentar el círculo vicioso (con más tecnología) o
volver a la lentitud para que el niño vuelva a conectar con la realidad.
El primero da resultados inmediatos -por eso es tan popular y
tentador-, pero es un parche. El segundo da resultados a largo plazo y
es mucho más exigente para el educador y para el alumno.
– ¿Es posible cuando fuera del aula su uso está tan generalizado?
Atrasar la edad de uso de la tecnología
no es algo utópico. La función de un ideal es de apuntar más allá de las
posibilidades actuales. Por lo tanto, la única cuestión relevante
consiste en determinar si el ideal apunta en la dirección oportuna. Ser
visionario no es lo mismo que apuntarse a las modas lideradas por
empresas. La innovación es un concepto comercial, no educativo. No es lo
mismo fascinar que asombrar; información que conocimiento; estar a
remolque de los algoritmos de una aplicación que prestar atención
sostenida o “estar flipado” que estar motivado por un aprendizaje con
sentido.
– ¿Qué opina sobre las restricciones que se están planteando sobre requisar el móvil en las escuelas?
Los reality shows aún no han
entrado en las aulas y tampoco lo vemos como una restricción. En vez de
preguntarnos si hay que sacar los móviles del aula, sería mejor
preguntarnos si hemos de dejarlos entrar. Y si ya están en las aulas,
hemos de preguntarnos, ¿por qué han entrado? ¿Basado en qué evidencias?
Hay que pedir explicaciones, la redición de cuentas es un proceso
necesario en educación, porque tratamos con personas.
– ¿Hace falta más formación e información a padres, niños y adultos sobre el uso de las tecnologías?
Sí, pero la retórica tecnológica está
permeando toda la sociedad y para no hacer sentir los padres culpables,
pocos “expertos” se ven capaces de defender la limitación o el atraso de
la tecnología. La formación suele enfocarse desde el mal llamado uso
responsable. ¿Se puede enseñar a un niño o joven un uso responsable con
el dispositivo en mano cuando aún no es capaz de gestionar su libertad?
Dar responsabilidades a alguien que no es libre es traicionar el sentido
mismo de libertad. Antes de entrar en las redes, es preciso tener una
serie de cualidades que mitigan los riesgos.
“En vez de preguntarnos si hay que sacar los móviles del aula, sería mejor cuestionar si hemos de dejarlos entrar”
– Por ejemplo.
La capacidad de inhibición de los
estímulos, el autocontrol, el locus de control interno, el sentido de la
intimidad, la capacidad de prestar atención de forma sostenida, el
sentido de la relevancia… La tecnología es una herramienta fabulosa en
una mente preparada para usarla. Pero ¿cuántos niños o jóvenes tienen
esas cualidades? La respuesta será distinta para cada niño, motivo por
el que no se pueden incorporar esos dispositivos masivamente. Esas
cualidades se adquieren offline, no online. La mejor
preparación para el mundo virtual es el mundo real, el mundo
contextualizado que permite dar sentido a la información. Internet es un
mundo descontextualizado, por eso las fake news se han convertido en una pandemia.
– ¿Hay un consenso científico?
Lo hay para la primera infancia. Las
principales asociaciones académicas recomiendan, por motivos de salud
públicas, que los niños de menos de dos años no vean pantallas y que los
niños de entre 2 y 5 años no vean más de una hora al día. En esas
edades, los estudios hablan de más perjuicios que beneficios:
inatención, reducción del vocabulario, impulsividad, déficit de
realidad, pérdida de oportunidad de interacción humana, etc.
– ¿Para las otras etapas?
En general existen evidencias en cuanto a
la percepción subjetiva de los alumnos y de los maestros: sienten que
esas herramientas ayudan al aprendizaje, se sienten más motivados con
ellas. Pero no hay consenso que esas prácticas traigan beneficios
objetivos en cuanto a resultados académicos u oportunidades laborales.
Por el contrario, la literatura sobre la
multitarea tecnológica indica que realizar dos cosas a la vez que
requieren procesar información pasa factura al alumno, considera que les
convierte en “enamorados de la irrelevancia”. Considerando que la
educación es la búsqueda de lo relevante, del sentido, creo que es
legítimo poner en cuestión si esas herramientas tienen su lugar en la
vida escolar de un niño o joven con una mente aún inmadura. El peso de
la prueba no descansa en el que pide precaución y prudencia, sino en el
que pretende repentinamente revolucionar la educación con algo novedoso.
La prueba es doble, debe probar inocuidad y beneficios.
– Fuera del ámbito educativo, ¿existen
aplicaciones para el público infantil, publicadas como herramientas
educativas que no cuentan con el respaldo científico?
La pregunta debería ser justo la
contraria: ¿existe alguna de esas aplicaciones que cuente con el
respaldo científico? La Asociación Canadiense de Pediatría dice que “no
hay evidencia que apoye la introducción temprana de la tecnología”. No
hay tiempo o recursos disponibles para evaluar cada aplicación y medir
su impacto a medida que se incorpora al mercado. Las ochenta mil
aplicaciones de la App Store de Apple (cifra de 2015) no están
generalmente ni reguladas, ni probadas. No solamente el efecto educativo
que damos por supuesto no está probado, sino que algunas aplicaciones
chocan frontalmente con las evidencias. Los niños pequeños aprenden
vocabulario a través de las interacciones personales, no de las
pantallas.