L’Ecuyer advierte de que no se puede ver el aprendizaje desde prismas tan pobres como la pedagogía de la actividad o el conductismo. Para ella, “la actividad perfectiva surge del interés, y el interés surge del sentido”.
 Por Catherine L’Ecuyer, publicado en Magisterio el 09/4/19.
Por Catherine L’Ecuyer, publicado en Magisterio el 09/4/19.
Catherine L’Ecuyer es canadiense, afincada en Barcelona y madre de cuatro hijos. Es máster por IESE Business School y máster Europeo Oficial de Investigación. Es autora de varios artículos y libros educativos, entre ellos Educar en el asombro y Educar en la realidad, de los que se han vendido ya más de 60.000 copias.
¿Qué hay del dilema entre Educación tradicional y Nueva Educación?
—Resulta cada vez más cómico escuchar a expertos dar ponencias 
magistrales en congresos educativos demonizando la instrucción directa. 
En la etapa de Infantil, la clase dirigida no tiene sentido, porque los 
niños aprenden de las experiencias sensoriales. Pero los estudios 
reconocen que la mejor forma de enseñar en otras etapas es mediante la 
combinación de la instrucción directa y del aprendizaje por 
descubrimiento guiado. Lo que es malo no es la transmisión de 
conocimientos como tal, sino la mentalidad conductista que entiende a la
 jerarquía como fuente de conocimiento per se. El maestro no causa la verdad, ayuda al aprendiz, principal protagonista de su aprendizaje, a conocerla.
¿Y el dilema conocimiento versus competencias?
—La insistencia en la cuestión de las competencias es algo que viene de 
la pedagogía de la actividad –aprender haciendo– que tiene su origen en 
la Escuela Nueva del siglo XX. Pero para poder actuar, hay que saber; 
para poder querer, hay que conocer. El ser humano es un ser pensante y 
despreciar lo que caracteriza a la persona no es una hoja de ruta 
educativa viable.
¿Qué opina de las metodologías “activas”?
—Muchas de ellas pueden llegar a ser más pasivas que la clase magistral.
 Ante una pantalla, un cerebro inmaduro es tan pasivo como un puerto 
USB, porque quien lleva las riendas es la aplicación con sus algoritmos.
 La tecnología es una metodología fabulosa para mentes amuebladas y 
preparadas. El problema radica en que la pedagogía de la actividad 
confunde movimiento con aprendizaje y el conductismo confunde 
inmovilismo con aprendizaje. No podemos ver el aprendizaje desde esos 
prismas tan pobres. La actividad perfectiva surge del interés, y el 
interés surge del sentido en relación con una finalidad. Reducir la 
cuestión educativa a las metodologías es confundir fines con medios. 
Quizás por eso hay tanta Educación en los colegios y tan poca en los 
alumnos.
Algunos dicen que “está todo en internet”. ¿Se está abusando de las herramientas TIC?
—Las TIC han de usarse para lo que sirven. ¿Sirven en el aula? El 
problema de la tecnología es que nos da información descontextualizada. 
Las mentes amuebladas son capaces de extraerla y de contextualizarla. 
Pero las mentes jóvenes necesitan que un buen maestro haga ese trabajo 
para ellas. El maestro es clave porque proporciona el contexto que ayuda
 a dar sentido a los conocimientos. Sin el educador, el niño está 
perdido. El Émile de Rousseau no fue un experimento con grupo de control, era un niño ficticio. No podemos basar un método educativo en un sueño.
¿Ve un movimiento de vuelta a la filosofía Logse con la 
reforma que aprobó el actual Gobierno? Rebajar el nivel de exigencia, 
titular con suspensos…
—Estamos en plena vuelta al Romanticismo pedagógico de Rousseau. 
Claparede, uno de los precursores del movimiento de la Educación Nueva 
de principios de siglo XX inspirada en Rousseau, hablaba de la necesidad
 de eliminar asignaturas y rebajar las exigencias curriculares para 
reducir la fatiga. Y soñaba con la existencia de un sérum que podía 
reducir la inatención y la fatiga para mejorar el aprendizaje. La 
historia se repite, no solo con la bajada de las exigencias, lo vemos 
también en la creciente medicación de nuestros alumnos y en el furor por
 paliativos que proporciona una atención artificial: las pantallas. Las 
pantallas no llevan a la atención sostenida, sino a la fascinación ante 
estímulos frecuentes e intermitentes. Las tratamos como un sérum mágico,
 pero son muletas.
¿Y cómo se soluciona la inatención y la fatiga?
—Cuando el niño alcanza la concentración y realiza actividades 
sensoriales y mentales que tienen un propósito, no cuando se vacía el 
aprendizaje de sus contenidos.
¿Es posible un pacto educativo?
—Es preciso ir a la raíz de las cuestiones antes de aprobar políticas 
educativas, abordar los temas sin fanatismo, con seriedad y serenidad 
antes de repercutirlo en los niños. Por desgracia, no solamente 
carecemos de ese sano debate en las instancias civiles, sino que ni 
siquiera existe en el seno del ámbito legislativo –con la actual 
tendencia a aprobar por decreto en vez de por leyes–. La tendencia 
antiintelectual es de debatir a lo Gladiator en las redes y en 
las tertulias televisivas, con un nivel de superficialidad que da miedo,
 propagando eslóganes retóricos populistas, construyendo principios 
partiendo de la casuística y del pragmatismo.
¿Cuál sería su reforma educativa esencial?
—No soy fan de las leyes como principal medio de regular la acción 
humana. Creo en la disciplina interior y en la responsabilidad personal.
 Hemos de convencernos de que todo empieza en la familia. Los maestros 
son claves, pero no pueden hacer milagros si la familia desiste de su 
papel educativo. Por desgracia, los padres llevan años escuchando 
mensajes que los han desapoderado de su papel de primeros educadores de 
sus hijos. Por un lado, está la industria del consejo empaquetado, que 
les dice exactamente lo que han de hacer para que sus hijos duerman, 
obedezcan, coman. Luego, la neurociencia les ha vendido una serie de 
mitos que les han convencido de que hay que escolarizar a los niños 
desde la cuna porque el sistema educativo está mejor preparado que ellos
 para educarlos. Los padres hacen con el profesor lo que antes se hacía 
con el sacerdote: llevárselo con una fe ciega para que él haga el 
trabajo de formar al niño. Una vez asumida la necesidad de entregar el 
niño al colegio como si de un cheque en blanco se tratara, las ideas 
rousseaunianas cuajan con facilidad. Cada padre y cada maestro ha de 
reconsiderar seriamente el alcance de su responsabilidad educativa: ese 
es el verdadero punto de partida.
- El papel de la neurociencia, una burbuja. “La Educación basada en la neurociencia es una burbuja. La neurociencia nos proporciona datos sobre el cerebro y su funcionamiento, pero el paso de esos datos al diseño de los métodos educativos es un salto lleno de complejidades, incluso de fe en algunos casos”.
- Escepticismo sano. “Nuestra actitud hacia la innovación debe ser de escepticismo sano. Hemos de exigir que los colegios usen métodos basados en evidencias. Si un colegio quiere experimentar con los alumnos, los padres deben saberlo y consentirlo explícitamente”.
- La innovación. “Es un concepto comercial, no educativo. La Educación no es verdadera por ser innovadora, sino que es innovadora por ser verdadera”.