 El mejor regalo que le podemos hacer a nuestros hijos, es enseñarles a usar y a no abusar de las palabras y del silencio.
El mejor regalo que le podemos hacer a nuestros hijos, es enseñarles a usar y a no abusar de las palabras y del silencio.
No
 se trata del uso correcto gramáticamente hablando, pero de la 
oportunidad en el hablar. Porque en función de ello, les enseñaremos 
conceptos mucho más profundos referentes a la paz, la solidaridad, la 
lealtad, la honestidad, la unidad, la belleza, el amor para el prójimo y
 a la verdad… Si, el amor a la verdad. ¿Nos chilla la palabra? En una 
sociedad que reduce la educación a la memorización de informaciones y a 
la mera acumulación de una serie de “puntos de vista” y en la que el 
objetivo supremo parece ser “encontrar el equilibrio” entre todos ellos,
 puede sonar atrevido hablar de verdad. Hemos de educar a nuestros hijos
 en la actitud permanente de búsqueda de la verdad  y, sobre todo, en 
procurar siempre defender esa verdad. Pero no como algo propio. La 
verdad es demasiado grande para que podamos apropiarnos de ella.
El
 primer mal consiste en hablar mal de las personas sin tener evidencias 
objetivas para hacerlo y sin tener la menor intención de ayudar a nadie 
haciéndolo. “Me han dicho”, “parece que”, “cuidado con esa persona”, 
“tiene la reputación de…”, etc. Es un grave atentado a la justicia, que 
en raros casos se podrá subsanar.  Después de quitarle todas las plumas a un pájaro, no vuelven a crecer. Difamar es muchísimo peor que dar una paliza, es matar al otro. Una persona despojada de su reputación, difícilmente podrá hacer bien. 
El
 segundo mal consiste en callar algo que deberíamos denunciar. No 
hablamos aqui de la denuncia chivatoria por celo, recelo, rancor o 
envidia. Hablamos de actuaciones objetivamente equivocadas, que deben 
corregirse por el daño que causan a una o más personas. Uno de los 
motivos por los que caemos a menudo en esa omisión, es porque tenemos 
mochilas muy pesadas. El “qué van a pensar”, “no me la puedo jugar”, 
“total no sirve para nada”, “ya se solucionará, hay que dejar que fluyen
 las cosas”, “no tengo tiempo”, “no me quiero complicar la vida”, etc, 
acaba acallándonos a todos. Hay quien usa argumentaciones más 
sofisticadas, como por ejemplo “no se puede juzgar la intención”, “quién
 sabe por que lo han hecho”, etc. Nadie puede juzgar intenciones, pero 
actos objetivos, sí. Nadie
 sabe lo que ocurría en la cabeza de los que compraban esclavos cuando 
eso era legal en los EEUU o de los ejecutivos que 
cobraron bonus millonarios antes de declarar sus empresas insolventes, 
nadie puede juzgar la consciencia de esas personas individualmente. ¿Eso
 es motivo para no luchar contra la esclavitud o por no perseguir el 
fraude? 
Las personas que mandan en las organizaciones (gobiernos, empresas, escuelas, etc.) tienen la obligación de solucionar con prudencia las actuaciones injustas y dañinas, y sabemos que el primero de los cuatro pasos en la resolución prudente de una situación es el análisis de la información. Para poder analizar la información, hay que tener acceso a ella. Quien acalla a quien la facilita acusándole de “juzgar intenciones”, “faltar unidad”, “ser negativo”, no esta en una posición para tomar una decisión prudente, porque le falta información para que su decisión sea prudente.
A veces denunciar una situación injusta puede tener un precio muy alto. Decía Martín Luther King, “para tener enemigos no hace falta declarar una guerra; solo basta decir lo que se piensa.” Pero vale la pena si la causa es importante. El miedo de destacar, la falta sensación de atentar a la unidad (sin verdad no hay unidad, y la ausencia de conflicto, no siempre es signo de paz) nos lleva a un conformismo aburguesado que nos anestesia como el opio. Hoy en día, se habla mucho de la educación “integral” de los niños. Esa educación integral, no debe plantearse como un mero bombardeo de puntos de vistas, sino como la integridad en el pensar, el hacer y el decir. Y para ello, deben tener bellos modelos de buen uso de las palabras y del silencio.
Las personas que mandan en las organizaciones (gobiernos, empresas, escuelas, etc.) tienen la obligación de solucionar con prudencia las actuaciones injustas y dañinas, y sabemos que el primero de los cuatro pasos en la resolución prudente de una situación es el análisis de la información. Para poder analizar la información, hay que tener acceso a ella. Quien acalla a quien la facilita acusándole de “juzgar intenciones”, “faltar unidad”, “ser negativo”, no esta en una posición para tomar una decisión prudente, porque le falta información para que su decisión sea prudente.
A veces denunciar una situación injusta puede tener un precio muy alto. Decía Martín Luther King, “para tener enemigos no hace falta declarar una guerra; solo basta decir lo que se piensa.” Pero vale la pena si la causa es importante. El miedo de destacar, la falta sensación de atentar a la unidad (sin verdad no hay unidad, y la ausencia de conflicto, no siempre es signo de paz) nos lleva a un conformismo aburguesado que nos anestesia como el opio. Hoy en día, se habla mucho de la educación “integral” de los niños. Esa educación integral, no debe plantearse como un mero bombardeo de puntos de vistas, sino como la integridad en el pensar, el hacer y el decir. Y para ello, deben tener bellos modelos de buen uso de las palabras y del silencio.
Sobre
 el tema de la difamación  un video precioso que ha dado la vuelta al 
mundo esta semana, que nos habla de la rectitud de intención y de la 
belleza. “Prefiero que hablen mal de mi que de mi hija”, dice la 
protagonista de ese precioso video, alrededor de la que circulen rumores
 (“¿de dónde sale su hija?”). Cuanto duele que te difamen, cuanto duele…
 Pero lo que todavía más duele, es la gente, especialmente los amigos, 
que observan el espectáculo pasivamente. Quizás por eso decía Martín 
Luther King, “al final, no nos acordaremos tanto de las palabras de 
nuestros enemigos, sino de los silencios de nuestros amigos”.

