24.8.20

El uso y el abuso de las palabras y del silencio

Todos Somos Uno: Palabras para el silencio El mejor regalo que le podemos hacer a nuestros hijos, es enseñarles a usar y a no abusar de las palabras y del silencio.
 
No se trata del uso correcto gramáticamente hablando, pero de la oportunidad en el hablar. Porque en función de ello, les enseñaremos conceptos mucho más profundos referentes a la paz, la solidaridad, la lealtad, la honestidad, la unidad, la belleza, el amor para el prójimo y a la verdad… Si, el amor a la verdad. ¿Nos chilla la palabra? En una sociedad que reduce la educación a la memorización de informaciones y a la mera acumulación de una serie de “puntos de vista” y en la que el objetivo supremo parece ser “encontrar el equilibrio” entre todos ellos, puede sonar atrevido hablar de verdad. Hemos de educar a nuestros hijos en la actitud permanente de búsqueda de la verdad  y, sobre todo, en procurar siempre defender esa verdad. Pero no como algo propio. La verdad es demasiado grande para que podamos apropiarnos de ella.
 
En general, hay dos males relacionados con el mal uso de las palabras y del silencio en nuestra sociedad. Y podemos empezar a cambiar mentalidades transmitiendo ideas básicas a nuestros hijos. Ambas están relacionadas con la relación que entretenemos con la verdad.
 
El primer mal consiste en hablar mal de las personas sin tener evidencias objetivas para hacerlo y sin tener la menor intención de ayudar a nadie haciéndolo. “Me han dicho”, “parece que”, “cuidado con esa persona”, “tiene la reputación de…”, etc. Es un grave atentado a la justicia, que en raros casos se podrá subsanar.  Después de quitarle todas las plumas a un pájaro, no vuelven a crecer. Difamar es muchísimo peor que dar una paliza, es matar al otro. Una persona despojada de su reputación, difícilmente podrá hacer bien. 
 
El segundo mal consiste en callar algo que deberíamos denunciar. No hablamos aqui de la denuncia chivatoria por celo, recelo, rancor o envidia. Hablamos de actuaciones objetivamente equivocadas, que deben corregirse por el daño que causan a una o más personas. Uno de los motivos por los que caemos a menudo en esa omisión, es porque tenemos mochilas muy pesadas. El “qué van a pensar”, “no me la puedo jugar”, “total no sirve para nada”, “ya se solucionará, hay que dejar que fluyen las cosas”, “no tengo tiempo”, “no me quiero complicar la vida”, etc, acaba acallándonos a todos. Hay quien usa argumentaciones más sofisticadas, como por ejemplo “no se puede juzgar la intención”, “quién sabe por que lo han hecho”, etc. Nadie puede juzgar intenciones, pero actos objetivos, sí. Nadie sabe lo que ocurría en la cabeza de los que compraban esclavos cuando eso era legal en los EEUU o de los ejecutivos que cobraron bonus millonarios antes de declarar sus empresas insolventes, nadie puede juzgar la consciencia de esas personas individualmente. ¿Eso es motivo para no luchar contra la esclavitud o por no perseguir el fraude? 

Las personas que mandan en las organizaciones (gobiernos, empresas, escuelas, etc.) tienen la obligación de solucionar con prudencia las actuaciones injustas y dañinas, y sabemos que el primero de los cuatro pasos en la resolución prudente de una situación es el análisis de la información. Para poder analizar la información, hay que tener acceso a ella. Quien acalla a quien la facilita acusándole de “juzgar intenciones”, “faltar unidad”, “ser negativo”, no esta en una posición para tomar una decisión prudente, porque le falta información para que su decisión sea prudente. 

A veces denunciar una situación injusta puede tener un precio muy alto. Decía Martín Luther King, “para tener enemigos no hace falta declarar una guerra; solo basta decir lo que se piensa.” Pero vale la pena si la causa es importante. El miedo de destacar, la falta sensación de atentar a la unidad (sin verdad no hay unidad, y la ausencia de conflicto, no siempre es signo de paz) nos lleva a un conformismo aburguesado que nos anestesia como el opio. Hoy en día, se habla mucho de la educación “integral” de los niños. Esa educación integral, no debe plantearse como un mero bombardeo de puntos de vistas, sino como la integridad en el pensar, el hacer y el decir. Y para ello, deben tener bellos modelos de buen uso de las palabras y del silencio.
 
Sobre el tema de la difamación  un video precioso que ha dado la vuelta al mundo esta semana, que nos habla de la rectitud de intención y de la belleza. “Prefiero que hablen mal de mi que de mi hija”, dice la protagonista de ese precioso video, alrededor de la que circulen rumores (“¿de dónde sale su hija?”). Cuanto duele que te difamen, cuanto duele… Pero lo que todavía más duele, es la gente, especialmente los amigos, que observan el espectáculo pasivamente. Quizás por eso decía Martín Luther King, “al final, no nos acordaremos tanto de las palabras de nuestros enemigos, sino de los silencios de nuestros amigos”.