
“Ahora
 vamos a hacer una ficha. Vamos a pintar un conejo que vive en una 
granja. Luego vamos a ver unas letras en la tableta. Y luego vamos a 
escuchar una grabación en inglés. Y, finalmente, os voy a explicar por 
qué hay que ser generosos.” ¿Qué ocurre en un niño de 4 años que se 
encuentra en una clase así? ¿Cómo aprenden los niños? ¿Aprenden a través
 de fichas, pantallas y discursos? 
Los 
niños nacen con asombro. El asombro es “no dar el mundo por supuesto”. 
Decía Tomás de Aquino que el asombro es “el deseo de conocer”. ¿Qué 
asombra? La belleza de la realidad. Los niños necesitan realidad para 
aprender, porque el cerebro humano está hecho para aprender en clave de 
realidad. Los niños, por ejemplo, aprenden a través de experiencias 
sensoriales concretas para comprender el mundo y comprenderse a sí 
mismos. De hecho, los últimos estudios en neurociencia nos confirman que
 la memoria semántica (de conocimientos conceptuales) y la memoria 
biográfica (de los acontecimientos vividos a través de las experiencias 
percibidas) todavía no están diferenciadas en la infancia. Esas dos 
memorias se diferenciarán poco a poco a lo largo de la adolescencia, 
hasta la edad adulta, lo que nos indica que los niños no aprenden las 
cosas a través de discursos, fichas o pantallas, sino que necesitan 
experiencias reales y relaciones interpersonales “en directo”.
Necesitan
 tocar al conejo, no pintarlo en un fichero. Necesitan ver y oler la 
granja, no escuchar hablar de ella. Para interiorizar la generosidad, 
necesitan ver la belleza de esa virtud en acción, no escuchar discursos 
sobre ella. Para aprender un idioma, necesitan escuchar hablarlo por una
 persona en carne y hueso que les quiere (su principal cuidador). Por 
ejemplo, los estudios confirman que los niños no aprenden idiomas ni por
 CD ni por DVD, y que esos medios pueden contribuir incluso a la 
reducción del vocabulario en niños más pequeños2. Estudios sobre el 
Video Deficit Effect (efecto deficitario del vídeo) confirman que existe
 un déficit de aprendizaje cuando un niño aprende a través de la 
pantalla en vez de “en directo”. Y, por eso, si le decimos a un niño 
pequeño que deje de gritar, pero se lo decimos gritando, puede ocurrir 
el efecto contrario al deseado. Susurrando conseguiríamos más 
resultados…
Los 
niños triangulan entre la realidad y la persona que asume el rol de 
mediador entre ellos y esa realidad. En casa ese mediador son los padres
 mientras en el aula es el maestro. ¿Qué es lo primero que hace un niño 
cuando descubre un caracol en el patio del colegio? “¡Mira!”, va 
diciendo corriendo a su maestro. Como decía Rachel Carson, “para 
mantener vivo en un niño su innato sentido del asombro, se necesita la 
compañía de al menos un adulto con quien poder compartirlo (…)”. Si su 
maestro se asusta del caracol, el niño hará lo mismo y lo tirará al 
suelo. Si el maestro aprueba, el niño empezará a jugar con el molusco 
sin miedo. Por eso decía la Madre Teresa de Calcuta, “no te preocupes 
porque tus hijos no te escuchan, te observan todo el día”. Los niños 
calibran la realidad a través de nuestra mirada, que hacen suya.
¿Cuál es
 el pilar que fundamenta ese triángulo entre el niño y la realidad? Es 
el vínculo de apego. Por ese motivo, es tan importante que cada niño 
pueda desarrollar un apego seguro con su maestro. Ese vínculo convierte 
al maestro en una base de exploración segura para que el niño pueda 
lanzarse a aprender, movido por el asombro. El apego seguro es un 
vínculo de confianza que es consecuencia de haber atendido con prontitud
 las necesidades básicas del niño. ¿Cómo un maestro puede atender con 
prontitud las necesidades básicas de cada niño en una clase de 15 o 20 
niños? Buena pregunta, quizás podríamos hacer esa pregunta a las persona
 que marcan los ratios en la etapa de Infantil.
En 
definitiva, el rol del maestro es triple. Primero percibir las 
necesidades del niño, a través de la sensibilidad. Segundo, calibrar la 
realidad para el niño. Tercero, acompañar el niño discretamente en su 
exploración. Ninguna de esas tareas pueden ser realizadas por una 
pantalla, pues tanto la sensibilidad, “calibrar la realidad” como el 
acompañamiento discreto son actos profundamente humanos que ni un 
dispositivo ni los algoritmos de una aplicación, por muy perfectos que 
sean, pueden replicar.
En 
conclusión, en un mundo educativo cada vez más “digitalizado”, hemos de 
recordar que el papel del maestro tiene mucha más trascendencia de la 
que nos imaginamos. No solo porque el maestro es base de exploración 
hacía la realidad, sino también por que transmite a sus alumnos las 
actitudes que haya encarnado con su vida. Porque la belleza que asombra,
 solo se transmite a través de la belleza. Es necesario que los maestros
 se den cuenta del impacto que tienen y tendrán, no solo en toda una 
generación de niños, sino también en el futuro de la humanidad, porque 
como decía Kundera: “Los niños no son el futuro porque algún día vayan a
 ser mayores, sino porque la humanidad se va a aproximar cada vez más al
 niño, porque la infancia es la imagen del futuro”.