27.8.20

¿Cómo te sientes hoy? ¿Cómo estás?

Corazón de lana conectado a un cerebro de lana
¿Cuántas veces al día hacemos este tipo de preguntas a otras personas? ¿O cuantas veces nos la hacen a nosotros?
Me atrevería a decir sin temor a equivocarme, que la gran mayoría de las veces respondemos a esta pregunta en automático, sin pararnos a pensar realmente en cómo nos sentimos. Incluso puede, que aún dedicando un tiempo a pensar la respuesta, muchos de nosotros, en determinados momentos, ni siquiera seamos capaces de concretar la respuesta y poder explicar cómo nos sentimos realmente.
Te invito a comprobarlo por ti mismo y pensar unos instantes la respuesta a esta pregunta…

¿Cómo te sientes hoy?

¡Tómate tu tiempo! No hay prisa, aquí te espero…
¿Sabrías realmente contestar?
¿Puedes identificar tus emociones?
¿Tienes la capacidad de escucharte y aceptar aquello que sientes o piensas sin juzgarte?
Te estarás preguntando la razón de este interrogatorio, ¿verdad? Perdona el atropello. Te lo explico enseguida.
En estos días, hemos tenido la oportunidad de conocer en mayor profundidad a madres y padres como tú y hemos descubierto algo tan natural como esperanzador:

Una de las preocupaciones más presentes en su día a día son las EMOCIONES, ya sean propias o las de otra persona, en especial las de sus hijos.

 

¡Sí! El fascinante y desconocido mundo de las Emociones.

Este es un tema que, por suerte, está en auge en nuestros días, pero que muy probablemente no fue así en el “ranking de temas importantes” para la sociedad de nuestra infancia.
Me identifico al 100% con el sentir de esta mayoría de madres y padres que se desarman ante las emociones y reacciones de sus hijos.
No sé si será este tu caso.
Permíteme poner algún ejemplo para ilustrar con mayor claridad a qué me refiero.
Siendo madre de dos niños pequeños, es  frecuente vivir en casa situaciones como la que sigue:
Un mañana cualquiera, mis hijos y yo en casa. Se acerca la hora de comer, está por venir mi marido y toca preparar la comida. A menudo les apetece la idea de cocinar juntos, pero en otros momentos se quedan jugando en el salón.
En ese preciso momento en el que tengo las manos pringadas hasta los codos por la masa de las hamburguesas de pavo…
¡Gritos y llantos! ¡Estalla la guerra y el salón se convierte en un campo de batalla!
…Y yo que no sé si ha pasado algo grave, un accidente, empiezo a manotear intentado sacudirme la masa de hamburguesa de las manos para llegar cuanto antes y enfrentar cara a cara a la tragedia.
Llego al salón con carne de pavo picadita y huevo con perejil y ajo hasta en las pestañas para ver a mi hijo de 5 años lleno de ira porque su hermana pequeña ha roto su alucinante y super-hiper-mega fantástica construcción de bloques de lego.  
¡Ojo! No digo con esto que no sea algo importante. Lo es, por supuesto que lo es. En este momento para él se ha cometido una injusticia absoluta hacia su persona, una falta de respeto con su creación, en la que había puesto todo su entusiasmo e imaginación. Y esto despierta en él una sed de venganza que se traduce en ganas de pegar, morder o decir cosas muy, muy feas a su hermanita de 2 años. Que por otro lado y muy probablemente, sólo quería participar de ese magnífico momento de creatividad y diversión. Y después de la reacción, para ella totalmente desmesurada de su hermano se siente asustada, triste e incomprendida.
Pero esto no es todo. Ahora entro yo en escena y el infarto que me acompaña desde la cocina. El miedo por pensar que había ocurrido alguna desgracia doméstica, se transforma en enfado. Un enfado que me ciega y me impide conectar con las emociones de mis hijos. Inevitablemente, siento rechazo.
Pero ¿por qué siento rechazo hacia las emociones de mis hijos? ¿Qué es lo que está pasando en mí? ¿Cómo puedo identificar mis propias emociones y gestionarlas? ¿Cómo puedo, en este momento de absoluta desconexión con ellos y conmigo misma, acompañarlos desde el respeto y el amor incondicional?
¿Por qué resultará tan complicado?
Puede ser sencillamente porque no lo hemos aprendido, no tenemos las herramientas para salir airosos de estas situaciones y no se puede dar lo que no se tiene. Digamos que tenemos heridas emocionales que aún están por sanar. Quizá porque, desde el desconocimiento y con la intención de modificar un “mal comportamiento”, se nos criticó, rechazó o manipuló por sentir lo que sentíamos.
Frases del tipo:

«Pero no te pongas a llorar que te pones muy fea»

«Los hombres no lloran»

«Si te pones tristes, mamá se va a poner malita»

«Como no se te pase la rabieta ya, te quedas sin ir al parque»

«Anda no seas tonto, dale el juguete a tu hermano que es más pequeño que tú»

«¿Pero de qué tienes miedo? ¡Si ahí no hay nada! Los valientes no tienen miedo»

 …Y así, un largo etcétera de desatinos e improperios emocionales.
Esta falta de comprensión y acompañamiento nos lleva a desconectar de nuestras propias emociones. Ese rechazo hacia nuestras emociones nos lleva a pensar que no podemos ser tal y como nos sentimos frente a los demás.
Pero resulta que somos seres emocionales, sociales y pensantes. Todo está conectado en nosotros. Científicamente se han identificado hasta 400 emociones diferentes, que no son otra cosa que reacciones adaptativas al ambiente que nos rodea y que nos protegen y nos mantienen alerta. ¡400!
Aprender y tener la capacidad de escuchar, identificar, respetar y “manejar” nuestras emociones y las de los demás, es lo que se conoce como Inteligencia Emocional, y tiene una influencia directa sobre nuestra autoestima y sobre nuestra relación con los demás y con nosotros mismos.
¡Casi nada!
¿No te encantaría acompañar a tus hijos en ese Autoconocimiento tan necesario y vital? ¡A mí sí! ¿Dónde hay que firmar? Y creo que el lugar perfecto para este GRAN RETO es sin duda su propio hogar. Es el primer escenario de nuestra vida donde se comparte espacio, energía y emociones. Podríamos definirlo como una especie de Centro de Entrenamiento o Capacitación, un “Training Place” donde aprender a convivir, a discutir, a poner límites, resolver conflictos, donde desarrollar la capacidad de tolerancia a la frustración, etc. pero en un ambiente controlado, amable y lleno de amor sin condiciones.
¿Qué te parece?
Te propongo que desde hoy, empecemos a tomarnos cada situación difícil que pueda surgir con nuestros hijos, como una nueva oportunidad para aprender juntos y mejorar en la comodidad del hogar, bajo la protección de la familia y, a ser posible, sin una carga dramática excesiva.
Aún estamos a tiempo de aprender. ¡Nunca es tarde si la dicha es buena! Y como bien sabes, nuestros hijos son nuestros grandes maestros.
Por cierto, ¿Te gustaría saber cómo resolvimos la “Gran caída del Imperio Legoliano”? O mejor dicho ¿cómo podíamos haber resuelto ese conflicto? 
 Quizá podría haber empezado por ¡No posicionarme en uno u otro bando! Que por cierto, es algo muy complicado de controlar… pero si lo hago de alguna manera estoy señalando a uno de mis hijos como el “agresor” y al otro la “víctima”. Y esto es una forma de etiquetarlo, ¿no crees?
Después, ¡Respirar profundamente! y aceptar sus emociones y las mías propias.
Y cuando hubiera bajado un poco la intensidad, continuar con frases del tipo: “Veo que estás muy enfadado porque…”. “Entiendo que estés triste porque…” “¿Cómo te has sentido?”, “¿Cómo crees que se ha sentido tu hermano/a?”, “¿Cómo podríamos resolverlo la próxima vez?”…
Esto es sólo una sugerencia, y seguro que cada uno de nosotros encuentra un modo respetuoso y amable de resolver situaciones parecidas. Nos encantaría leer tus estrategias o las herramientas que empleas para resolver conflictos en casa, en la calle, en el mercado, en el autobús, donde sea.
Te invito a dejar aquí tu comentario y convertir este espacio en un lugar para compartir, reflexionar y aprender bajo la compresión mutua y sin juicios.

¡Que tengas un día lleno de reacciones adaptativas al entorno!
Muchísimas gracias por tu tiempo.
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