24.8.20

La verdadera brecha educativa

Durante mucho tiempo, el argumento de la brecha digital ha servido de sustento para fundamentar decisiones políticas y educativas a favor de un acceso universal a la tecnología en países emergentes o en colectivos socioeconómicamente desfavorecidos. Partiendo de esa premisa, es común encontrar en el programa electoral o de gobierno de cualquier país, región y espectro político la promesa de dar acceso a internet o de dotar de tabletas a todos los centros docentes o alumnos. Reduciendo la brecha digital, se pretende alcanzar igualdad de oportunidad en los colectivos socioeconómicos desfavorecidos. Prácticamente todos los gobiernos y los organismos internacionales que tratan de asuntos relacionados con la educación deploran la existencia de una brecha digital , para después concluir la imperativa necesidad de reducirla.
La idea de que el acceso de un estudiante a un dispositivo tecnológico contribuye a mejorar sus resultados académicos, sus oportunidades laborales, y por lo tanto contribuye en gran medida a reducir la brecha socioeconómica, es una asunción que nunca ha sido probada. De hecho, una de las mejores revistas académicas de Elsevier publicó en el 2006 un artículo que revisa el concepto de brecha digital . Concluye que, si bien es cierto que el concepto ha fundamentado y sigue fundamentando políticas sociales y educativas, carece de marco teórico, de definición conceptual, de enfoque multidisciplinario y de investigación cualitativa y longitudinal.
Ese artículo se vio avalado en el 2015 por el informe de la OCDE Students, computers & learning , que observa que los países que han invertido mucho en nuevas tecnologías en la educación no muestran mejoras apreciables en lectura, matemáticas o ciencias. En cambio, los que no han hecho esa inversión han mejorado rápidamente sus resultados en todos los parámetros. El informe llega a la conclusión de que la tecnología no ayuda a cerrar la brecha socioeconómica. Pero ¿cómo es posible eso?
Si bien es cierto que los estudios indican que el acceso en propiedad a un dispositivo tecnológico es más bajo en las familias desfavorecidas, los mismos estudios indican que hay más consumos abusivos de la tecnología en esas familias. Según dos recientes informes publicados en el 2017 y el 2019 por Common Sense Media, los niños de 0 a 8 años que pertenecen a hogares con ingresos bajos tienen un consumo diario superior (3h 29m) a los que pertenecen a hogares con ingresos altos (1h 50m). La tendencia se repite para la franja de los 8 a 12 años; los niños de esa edad que pertenecen a hogares con ingresos bajos tienen un consumo diario de 5h 49m, frente a 3h 59m en los hogares de ingresos altos. Para los adolescentes de 13 a 18 años, la diferencia es también significativa; los que se encuentran en hogares con ingresos bajos consumen 8h 07m de pantallas al día, mientras que los que pertenecen a hogares con ingresos altos tienen un consumo de 6h 49m. Esos tiempos no incluyen los que se dedican a la pantalla en el colegio y para realizar los deberes.
Esos estudios demuestran que el niño o adolescente perteneciente a un colectivo socioeconómico desfavorecido tiene un uso más abusivo de la tecnología que el resto de los jóvenes usuarios. Por lo tanto, el acceso a la tecnología en la infancia y la adolescencia no reduciría, sino al contrario, podría contribuir a aumentar la brecha socioeconómica. Mala noticia para los gobiernos, las empresas, los colegios y las oenegés que están buscando dar una imagen de progreso social invirtiendo en el acceso temprano universal a la conectividad temprana. Medidas quizás populares, pero no efectivas. En realidad, lo que amplía la brecha socioeconómica no es la mal llamada brecha digital , sino el abismo que existe entre las familias que entienden la importancia de limitar el uso de la tecnología y las que acríticamente han comprado el tecnomito de que el acceso a la tecnología es sinónimo de oportunidades educativas, de progreso y de modernidad. Esa es la verdadera brecha educativa. A esas últimas familias, se les ha vendido un discurso esencialmente capitalista, disfrazado de progresismo, un disfraz cada vez más común, pero tan frágil como la ropa del emperador. Hay que reconocer que la igualdad vende, sobre todo cuando nos la vende la élite.
¿Quizás todo eso explica que los ejecutivos de empresas tecnológicas de Silicon Valley hacen firmar a las niñeras de sus hijos contratos que prohíben el uso de la tecnología mientras cuidan de sus hijos? ¿Será también la razón por la que la implementación de las tabletas suele hacerse en colegios públicos de Silicon Valley, mientras que los ejecutivos de las empresas que diseñan y venden tecnología llevan a sus hijos a colegios privados que no las usan? No todo el mundo puede permitirse el lujo de las interacciones personales. Mientras sigamos comprando de la élite política y cognitiva la igualdad de pacotilla a precio de oro o de voto, la igualdad que tanto anhelamos seguirá siendo lujo y privilegio de unos pocos.