Durante mucho tiempo, el 
argumento de la brecha digital ha servido de sustento para fundamentar 
decisiones políticas y educativas a favor de un acceso universal a la 
tecnología en países emergentes o en colectivos socioeconómicamente 
desfavorecidos. Partiendo de esa premisa, es común encontrar en el 
programa electoral o de gobierno de cualquier país, región y espectro 
político la promesa de dar acceso a internet o de dotar de tabletas a 
todos los centros docentes o alumnos. Reduciendo la brecha digital, se 
pretende alcanzar igualdad de oportunidad en los colectivos 
socioeconómicos desfavorecidos. Prácticamente todos los gobiernos y los 
organismos internacionales que tratan de asuntos relacionados con la 
educación deploran la existencia de una brecha digital , para después concluir la imperativa necesidad de reducirla.
La idea de que el acceso de 
un estudiante a un dispositivo tecnológico contribuye a mejorar sus 
resultados académicos, sus oportunidades laborales, y por lo tanto 
contribuye en gran medida a reducir la brecha socioeconómica, es una 
asunción que nunca ha sido probada. De hecho, una de las mejores 
revistas académicas de Elsevier publicó en el 2006 un artículo que 
revisa el concepto de brecha digital . Concluye que, si bien es 
cierto que el concepto ha fundamentado y sigue fundamentando políticas 
sociales y educativas, carece de marco teórico, de definición 
conceptual, de enfoque multidisciplinario y de investigación cualitativa
 y longitudinal.
Ese artículo se vio avalado en el 2015 por el informe de la OCDE Students, computers & learning ,
 que observa que los países que han invertido mucho en nuevas 
tecnologías en la educación no muestran mejoras apreciables en lectura, 
matemáticas o ciencias. En cambio, los que no han hecho esa inversión 
han mejorado rápidamente sus resultados en todos los parámetros. El 
informe llega a la conclusión de que la tecnología no ayuda a cerrar la 
brecha socioeconómica. Pero ¿cómo es posible eso?
Si bien es cierto que los 
estudios indican que el acceso en propiedad a un dispositivo tecnológico
 es más bajo en las familias desfavorecidas, los mismos estudios indican
 que hay más consumos abusivos de la tecnología en esas familias. Según 
dos recientes informes publicados en el 2017 y el 2019 por Common Sense 
Media, los niños de 0 a 8 años que pertenecen a hogares con ingresos 
bajos tienen un consumo diario superior (3h 29m) a los que pertenecen a 
hogares con ingresos altos (1h 50m). La tendencia se repite para la 
franja de los 8 a 12 años; los niños de esa edad que pertenecen a 
hogares con ingresos bajos tienen un consumo diario de 5h 49m, frente a 
3h 59m en los hogares de ingresos altos. Para los adolescentes de 13 a 
18 años, la diferencia es también significativa; los que se encuentran 
en hogares con ingresos bajos consumen 8h 07m de pantallas al día, 
mientras que los que pertenecen a hogares con ingresos altos tienen un 
consumo de 6h 49m. Esos tiempos no incluyen los que se dedican a la 
pantalla en el colegio y para realizar los deberes.
Esos estudios demuestran que 
el niño o adolescente perteneciente a un colectivo socioeconómico 
desfavorecido tiene un uso más abusivo de la tecnología que el resto de 
los jóvenes usuarios. Por lo tanto, el acceso a la tecnología en la 
infancia y la adolescencia no reduciría, sino al contrario, podría 
contribuir a aumentar la brecha socioeconómica. Mala noticia para los 
gobiernos, las empresas, los colegios y las oenegés que están buscando 
dar una imagen de progreso social invirtiendo en el acceso temprano 
universal a la conectividad temprana. Medidas quizás populares, pero no 
efectivas. En realidad, lo que amplía la brecha socioeconómica no es la 
mal llamada brecha digital , sino el abismo que existe entre las 
familias que entienden la importancia de limitar el uso de la tecnología
 y las que acríticamente han comprado el tecnomito de que el acceso a la
 tecnología es sinónimo de oportunidades educativas, de progreso y de 
modernidad. Esa es la verdadera brecha educativa. A esas últimas 
familias, se les ha vendido un discurso esencialmente capitalista, 
disfrazado de progresismo, un disfraz cada vez más común, pero tan 
frágil como la ropa del emperador. Hay que reconocer que la igualdad 
vende, sobre todo cuando nos la vende la élite.
¿Quizás todo eso explica
 que los ejecutivos de empresas tecnológicas de Silicon Valley hacen 
firmar a las niñeras de sus hijos contratos que prohíben el uso de la 
tecnología mientras cuidan de sus hijos? ¿Será también la razón por la 
que la implementación de las tabletas suele hacerse en colegios públicos
 de Silicon Valley, mientras que los ejecutivos de las empresas que 
diseñan y venden tecnología llevan a sus hijos a colegios privados que 
no las usan? No todo el mundo puede permitirse el lujo de las 
interacciones personales. Mientras sigamos comprando de la élite 
política y cognitiva la igualdad de pacotilla a precio de oro o de voto,
 la igualdad que tanto anhelamos seguirá siendo lujo y privilegio de 
unos pocos.