Jamie tiene ahora 13 años. Nunca ha besado una niña, pero está listado en el registro de delinquentes sexuales. ¿Y eso?
Jamie
tenía 10 años, era un niño normal y corriente. Una noche le invitarón a
dormir a casa de un compañero de clase. ¿Quieres que te enseñe algo
divertido? le preguntó su amigo. Y empezó a acribillar a Jamie con
imágenes de pornografía desde el PC de su habitación. Jamie se sentía
incómodo, pero a la vez atraído por todas esas imágenes y su curiosidad
le pedía cada vez más.
De
vuelta a casa, Jamie se conectó con el PC de su habitación en busca de
más, y más imágenes. Durante 3 años, mientras sus padres pensaban que
Jamie hacía sus deberes, él seguía con lo que pronto se convirtió en una
adicción que le destrozó la vida. No le bastaba lo “convencional”, y
buscaba a lo largo de la noche, cosas cada vez más tremendas. Con niños,
violencia extrema, y animales.
Un día,
tocan la puerta de la casa de Jamie unos agentes de policía. “Buscamos a
un internauta que ha cometido delitos sexuales en la red”. Imaginaros
la sorpresa de los padres cuando los agentes entran en la habitación del
niño y se llevan, no solo al PC, sino también al hijo.
A pesar de haber pasado por una terapía profunda, Jamie reconoce que nunca podrá tener una relación “normal” con una mujer. Cuando ve a una mujer, le acribillan imágenes obscenas y violentas. Imágenes que, según él, nunca podrán borrarse de su mente, muy a pesar de su aversión por ellas.
Hoy en
día, hablar de la historia de Jamie “no se lleva”, porque es demasiado
incómodo. Probarlo en una cena un sábado a la noche, o en un parking de
colegio y veréis como se relativiza este tema. “Hay que hablar en
positivo”, “no hay que predicar con miedo”, “no hay que ser tan
exagerado”, “eso pasa en los EE.UU., pero aquí no”, “hay que confiar en
nuestros hijos”, etc.
Hablemos
claro. Compramos a nuestros hijos el último arsenal de aparatos
tecnológicos con conexión a Internet para que estén “conectados” con un
mundo que llamamos “real”, mientras nosotros vivimos en un mundo de
fantasía, ignorando la realidad de ese mundo virtual. “Hay que
enseñarles a usar las herramientas digitales de forma responsable, no
pueden vivir en una burbuja”, ese es el argumento el más utilizado por
los padres y los educadores que fomentan las horas de “burbuja en la
pantalla”. ¿Y eso se hace poniendo un ordenador en la habitación de un
niño de 10 años? ¿O comprando un móvil con conexión a Internet a un niño
de 8 años? ¿O dejando que los niños usen sus móviles en el patio del
colegio, enseñando lo que descargan a sus compañeros? El uso de las
nuevas tecnologías se aprende en 10 minutos, que es lo que tardamos tú y
yo cuando nos compraron nuestro primer PC para hacer nuestros deberes
en la universidad. Eso es lo que tardó mi suegra con 70 años en entender
como funciona su primer móvil Nokia.
Así
hablaba la directiva de un colegio que usa tabletas: “la digitalización
del aula, es un choque de trenes. Por un lado queremos que los niños
estén todo el día aprendiendo a través de la pantalla, y por otro lado
no queremos las consecuencias negativas que eso puede conllevar”. Cuando
un colegio obliga a todos los padres a tener un ordenador en casa a
disposición de niños menores, y los padres tienen un horario que no
coincide con el de los niños (lo que ocurre en la mayoría de los
hogares), ¿qué ocurre en esa franja horaria? Recordemos que hablamos de
niños menores, que todavía no tienen la madurez para poder saber navegar
con templanza, prudencia y sentido. Seamos realistas e inteligentes.
Para que nuestros hijos no pierdan la inocencia, quizás primero hemos de
perder nosotros la ignorancia. Y eso ocurre hablando y escuchando
hablar de lo que ocurre, hoy en día, en la red. A continuación, algunas estadísticas:
Promedio de la edad de la primera exposición a contenidos pornográficos en Internet: 11 años.
Sitios web de pornografía: 4.2 millones sitios web con 372 millones de páginas (12% del total)
Promedio diario de correos electrónicos de pornografía: 2,5 miles de millones (8% del total)
Busquedas diarias de pornografía: 68 millones (25% del total de peticiones en motores de búsqueda)