Catherine L’Ecuyer es autora de los bestsellers Educar en el asombro y Educar en la realidad. Investigadora y divulgadora en el campo de la educación, está firmemente comprometida con el respeto a la infancia. En su ponencia, nos habla de la educación sensorial, de los perjuicios de la sobreestimulación, del uso de las pantallas en niños pequeños y de la aniquilación de la sensibilidad por causa de la pornografía, consumida en edades cada vez más tempranas. Frente a este “panorama desolador”, Catherine nos ofrece ideas, y no recetas, para “volver a lo básico” y sobre todo “hacer que el mundo en tres dimensiones sea más atractivo que el mundo de las pantallas”. Todo ello comienza por cuestionar nuestra relación con las pantallas así como nuestro papel como educadores frente a elementos del entorno que pueden ser nocivos para nuestros hijos.
La educación sensorial, clave para el aprendizaje y el intelecto
Define Catherine L’Ecuyer la sensibilidad “como una especie de honda que permite al asombro sintonizar con la realidad. Es una especie de radar que lo abarca y capta todo”. Añade: “Nuestros hijos prestan atención plena a través de los cinco sentidos y cuanto más rica en matices sea esa capacidad de percibir la realidad, más ricos en matices serán los pensamientos”.La importancia de las experiencias sensoriales para el buen desarrollo intelectual es bien conocida desde hace tiempo. No en vano, recuerda Catherine, “decía Aristóteles que no hay nada que exista en el intelecto que primero no haya nacido en los sentidos. Posteriormente, María Montessori decía que la educación sensorial es la base para la educación intelectual y la educación moral”.
La hiperestimulación que dificulta la educación sensorial
“¿Cuál es el mayor obstáculo para el aprendizaje?”, se pregunta. Y aunque en épocas pasadas el problema principal y más estudiado fue la carencia de estímulos, el panorama hoy en día es bien distinto. “En 2018 sabemos que si bien es verdad que la carencia es un problema para el aprendizaje la sobreestimulación es igual de perjudicial. Hay estudios que lo confirman”, afirma la experta.“Uno de esos estudios, realizado en 2011, consistió en dar bebidas gaseosas azucaradas a un grupo de personas durante un mes. Una vez finalizado dicho estudio se dieron cuenta de que esas personas tenían más dificultad para percibir sabores, porque habían sido expuestas a una altísima dosis de azúcar”. Catherine aterriza estos hallazgos en nuestra realidad diaria y nos habla de “cuando llevamos el bollo azucarado o las chuches de merienda a los niños, o cuando añadimos en las papillas azúcar o sal para ayudar a que coman mejor. Ese es el motivo por el que a los niños les cuesta tanto comerse una manzana, unas espinacas o unos garbanzos”. Esto ocurre porque “cuando el gusto está sobreestimulado baja la sensibilidad, sube el umbral de sentir y ese niño necesita cada vez más estímulos artificiales para poder percibir las cualidades de los alimentos”. Catherine cita a Montessori que decía, ya en 1909, que “la adulteración de la alimentación se hace posible por una torpeza en los sentidos de los consumidores”. Catherine concluye que el consumo de esos productos “lleva a más torpeza en los sentidos y aquello es un círculo vicioso que, además, provoca problemas de salud como sobrepeso, obesidad, diabetes, etc.”
“Otro estudio de 2007 demuestra que existe una correlación entre el consumo de videojuegos violentos y la baja sensibilidad”, nos cuenta Catherine. Las personas participantes en el estudio que habían jugado mucho tenían más dificultad de reconocer un rostro alegre en una persona. Catherine apunta el porqué: “La capacidad de percibir la alegría en un rostro requiere sensibilidad, empatía, que viene a ser sentir con el otro. La violencia anestesia esa sensibilidad. Por lo tanto baja la sensibilidad, sube el umbral de sentir y necesitamos esos estímulos cada vez más rápidos para poder sentir”.
El efecto de la pornografía y la rapidez de los estímulos en la educación sensorial
Citando de nuevo a Montessori, Catherine señala que “la capacidad de apreciar los matices en los estímulos refina la sensibilidad y multiplica el placer” y recuerda que “el placer puede ser estético o también puede ser sexual”. La pornografía, que busca lograr estados continuos de excitación, acaba aniquilando el placer, y por lo tanto la capacidad de sentir. Hace que el umbral de sentir suba a niveles muy altos, pero cuando se vuelve a un contexto de respeto, de lentitud, de ternura, uno ya no siente absolutamente nada y todo le parece demasiado aburrido”. Advierte que “hemos de explicar a nuestros jóvenes que, cuando ellos escogen tener experiencias con la pornografía, renuncian a otras experiencias quizás no tan fascinantes pero muchísimo más reales, bellas y verdaderas, porque tienen sentido”. Es un tema preocupante y sobre el que parece urgente actuar, porque según estadísticas del 2015, “el 62% de las niñas y el 93% de los niños han consumido pornografía en línea antes de los 18 años y la primera visualización ocurre a los 12 años, coincidiendo con la edad de introducción de los smartphones.
Catherine concluye: “sería bueno dejar de plantear las soluciones en términos de sistemas de vigilancia y de control, como los filtros – que los niños se los saltan con facilidad- y preguntarnos si es lógico o razonable que un niño tenga un smartphone con 7, 12 o 13 años.”También existen estudios que relacionan “el consumo de pantalla en la infancia con la inatención más adelante”. Catherine cita a Dimitri Christakis, experto en el efecto pantalla, que dice que “una exposición prolongada a cambios rápidos de imágenes durante los primeros años de vida condicionaría la mente a niveles de estímulos más altos, lo que llevaría a una falta de atención más adelante en la vida”. De hecho, subraya L’Ecuyer, un estudio dice que “por cada hora diaria de consumo de pantalla antes de los tres años, hay un 10% más de probabilidad de tener inatención con siete”.
La educación sensorial y la Abeja Maya
Si comparamos los dibujos que vimos de pequeños con los que ven nuestros hijos nos daremos cuenta del cambio. “Cuando nosotros veíamos la Abeja Maya, volaba lentamente con Willy y era todo muy lento. Ahora están rehaciendo muchos de los contenidos que nosotros veíamos de pequeños pero a una velocidad vertiginosa”. Así, “el niño se acostumbra a esa velocidad, que no existe en el mundo real. Cuando vuelve al mundo real todo le aburre”. Nos cuenta Catherine una anécdota que compartió con ella una maestra en Alicante. Una niña de tres años, mientras ella contaba una historia, se levantó y le dijo: “Esto que estás contando no me gusta, passsa” e hizo el gesto de deslizar el dedo como hacemos en las pantallas táctiles. Catherine concluye que “esa niña no capta esa realidad lenta porque su sensibilidad no alcanza el umbral de sentir. Ella no se siente atraída por nada, porque no percibe las cosas y se aburre. Se siente apática y se vuelve completamente dependiente del entorno”.Otra anécdota que nos cuenta Catherine, advirtiéndonos de que tal vez nos suene a broma, es que “en Youtube se ha habilitado la opción de ver los vídeos a más velocidad. Y entre los jóvenes se ha puesto de moda ver esos vídeos a velocidad doble y con voz de ardilla”. La explicación que encuentra Catherine es que “no podemos aguantar la lentitud”.
¿Cómo apostar por la educación sensorial ante este panorama?
Catherine nos ha ido desmadejando en su ponencia “un panorama desolador por esos padres y maestros que están luchando a diario” por recuperar la mirada de los niños, que en la actualidad son miradas ausentes, anestesiadas, desmotivadas, “esas miradas inadaptadas a la realidad”.Y para hacerlo hay dos caminos:
El primero de ellos es la fascinación, que parece responder a la idea de que si no puedes combatir a tu enemigo has de unirte a él. Así, usaremos “estímulos externos cada vez más rápidos para llenar artificialmente el gap entre la sensibilidad y el umbral del sentir”. Si optamos por este camino, los padres debemos proporcionar a nuestros hijos “el arsenal tecnológico que les permite poder aliviar esa sed, esa necesidad que tienen de sensaciones nuevas”. Este primer camino es corto y rápido, porque “ante el estímulo externo frecuente el niño se relaja. Los niños se quedan hipnotizados porque les damos la dopamina que su cerebro adicto está reclamando”. Ahora bien, este camino no lleva a ninguna parte, porque, aclara Catherine, “lo único que conseguimos con eso es un parche y reforzar el círculo vicioso de la sobreestimulación”.
“Hay otro camino, pero es muchísimo más largo y complicado”, nos cuenta con una sonrisa, porque esta opción permite salir de ese círculo vicioso. “Consiste en llenar la vida de nuestros hijos con realidad, ayudarles a adaptarse a la realidad lenta. Tanto en casa como en las aulas, hemos de bajar el nivel de estrés”. Si bien se confiesa “crítica con la industria del consejo empaquetado” y de aplicación universal porque cree “que cada padre y madre sabe aterrizar eso a su forma, con su estilo familiar y en sus circunstancias”, Catherine nos ofrece cinco ideas que nos invita a adaptar a nuestra realidad y a nuestra manera:
- Volver a actividades lentas, que requieren mucha paciencia, como la conversación, la lectura, la cocina o cosas tan sencillas como atarse los zapatos.
- Volver a entornos sobrios, con pocas cosas y cosas bellas. En lugar de juguetes complicados, “más material para tocar, para descubrir. La idea es que es el niño el que se ha de poner en marcha a través del juego, no es el juguete el que se ha de poner en marcha porque el niño está apretando botones”.
- Volver al juego desestructurado. “Los estudios dicen que a través del juego desestructurado los niños desarrollan unas funciones ejecutivas que son necesarias para el aprendizaje y el rendimiento académico: memoria de trabajo, capacidad atencional, planificación, capacidad de inhibición, que viene a ser el autocontrol, por cierto, muy necesario para el uso de las nuevas tecnologías”, subraya Catherine, que nos pone ejemplos como “jugar a restaurantes, al médico, llenar con vasitos de agua un agujero en la arena o admirar una fila de hormigas en el bosque o en la acera”.
- Conseguir que el mundo en tres dimensiones sea más atractivo que el mundo en dos dimensiones de las pantallas planas. Catherine ya reconoce que “es todo un reto”, pero que podremos empezar a abordarlo cuando “nosotros pensemos que el mundo en tres dimensiones es más atractivo que el mundo en dos dimensiones. Si ellos ven que nosotros también lo vemos es mucho más fácil que ellos lo entiendan”. Nos presenta la escena de una conversación en la que el adulto no despega los ojos de la pantalla de su móvil pero dice que está escuchando y subraya que “los niños saben perfectamente que prestar atención no es cuestión de escuchar solo, es cuestión de estar con los cinco sentidos».
- Aprender como educadores a ver las consecuencias que tienen elementos perjudiciales alrededor de nuestros hijos.
Porque “nosotros también tenemos que recuperar esa sensibilidad que nos
permite ver cuáles son los efectos del entorno que pueden afectar a
nuestros hijos. No vale siempre decir: “Bueno, no es para tanto”. Esa
frase refleja una actitud de tirar la toalla y de cinismo”, según
Catherine, que pasa a enumerar esos elementos perjudiciales que nos
rodean y rodean a nuestros hijos:
- El azúcar que alborota los sentidos y luego deja apático,
- Los ritmos audiovisuales que no se ajustan a los ritmos internos,
- La pornografía, la hipersexualización, que borran su sensibilidad y adelantan etapas,
- La tecnología en edades tempranas, que merma su atención,
- Las escasas horas de sueño,
- Las extraescolares que son interminables,
En resumen, “hemos de conseguir como educadores equilibrar silencios, palabras, imágenes y sentidos”. La intervención acaba con un vídeo en el que Catherine subraya que “lo que mueve a nuestros hijos a aprender es su sed de sentido, es lo único que puede llenar su cabeza y su corazón” y que “los humanos necesitamos sentir, así es como nos sentimos vivos y aliviamos nuestra sed de sentido”. Llega a afirmar Catherine que “en un mundo con más pantallas que ventanas mirarse a los ojos va camino de convertirse en un acto revolucionario” y por último cita a Platón para el que “educar es enseñar a desear lo bello”.
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