Por Catherine L’Ecuyer
Hace un siglo, Montessori llegaba a España, concretamente a Barcelona, ciudad en la que estuvo viviendo durante dos décadas. Por lo tanto, España puede ser considerado como uno de los laboratorios pedagógicos más importantes del mundo, porque es el lugar en el que Montessori hizo las pruebas de su método, con su más cercana colaboradora, Anna Maria Maccheroni.
Recientemente, SM me pidió que escribiera el prólogo de un libro que considero de referencia en el ámbito de la pedagogía montessoriana, la biografía de la pedagoga firmada por Rita Kramer. Hasta ahora, solo existía en inglés. Es un honor para mi poder presentar a una de las mejores biografías de Maria Montessori que haya sido escrito (quizás junto con la de S.M. Standing). Esa biografía debería ser parte de todas las bibliotecas educativas, y especialmente de las que se interesan por entender al verdadero sujeto de la educación: El niño.
Con el permiso de la editorial SM, publico a continuación mi prólogo del libro:
Maria Montessori siempre se ha caracterizado por despertar tanto la exacerbada reprobación como la adulación acrítica. Ambas posturas pueden tener el mismo efecto negativo respecto a la difusión de ese enfoque educativo, ya que el entusiasmo acrítico, no solo obnubila el juicio de quien lo manifiesta, sino que despierta sospecha y supone un freno al interés de terceros interesados en comprender genuinamente el trasfondo de la propuesta.
El sistema educativo montessoriano, como cualquier otro sistema, es una combinación de unos métodos —una forma de hacer, unos materiales, un sistema, unas reglas para los educadores y los niños, etc.— y de unos principios que remiten a la filosofía, el espíritu, las creencias y la postura pedagógica de su autora respecto al niño. Por tanto, no es posible entender la obra montessoriana al margen de Maria Montessori, ni a Montessori al margen de su obra. Como dice Hélène Lubienska, una de sus primeras colaboradoras, el material desvinculado del espíritu del método y, por tanto, de la intención original de su autora, se convertiría en “ritualismo”. Invertir y confundir los fines con los medios en el ámbito educativo no solo es una tentación reciente.
Para evitar caer en las caricaturas pedagógicas que circulan en los ambientes montesomething (como las llaman cariñosamente algunos de los montessorianos más ortodoxos), los padres y educadores deseosos de entender su método pueden encontrar en las biografías de Montessori algunas llaves que les permiten descubrir nuevos horizontes educativos y alejarse de las simplificaciones y de las interpretaciones desafortunadas que caracterizan la pedagogía montessoriana desde sus inicios. Pero no cualquier biografía sirve para ello.
Existe hoy un enfoque muy difundido que consiste en disociar el autor de sus textos, analizando a ambos de forma independiente. En algunas biografías, se intenta rescribir la historia tratando de “redescubrir” cuáles fueron los verdaderos y profundos motivos escondidos por los que se actuó y se escribió, sin abarcar la obra entera del personaje estudiado, sin entrar a valorar el mérito de su propuesta y sin intentar comprender sus motivos en relación con el conjunto de sus obras. Así, se torturan los hechos hasta conseguir pistas que permiten “mistificar” al autor —si era un personaje corriente y banal— o “desmitificar” —si era un personaje fascinante—. Algunos de sus escritos se reinterpretan desde la sospecha y la distancia, a la luz de intenciones que responden demasiadas veces a modas contemporáneas al lector, pero ajenas a las circunstancias del autor. En definitiva, se hace un juicio de intención sin apelación —y al margen de los textos— hacia personas que, por desgracia, ya no están para poder defenderse. Para los autores que suscriben ese enfoque, todo lo que se sale de ese modelo entra en la categoría despectiva de biografía hagiográfica. Si no hay sospecha, análisis desde el escepticismo, se considera que el retrato histórico no está bien hecho.
En la biografía que usted tiene en sus manos, Rita Kramer presenta el resultado de un riguroso y largo trabajo de investigación que se aleja de ese enfoque, navegando con agilidad y elegancia entre el método, las obras de la autora y su vida. Rita Kramer conoce bien los escritos de Montessori y presenta la información sobre su vida en paralelo con el conjunto de su obra, con una visión realista. Esa forma de acercarse a la pedagoga la lleva a adoptar un tono, a veces, poco complaciente, y otras veces más empático, adentrándose poco a poco en su pensamiento más profundo. Pues, ¿qué sería una biografía que no hiciera el esfuerzo de ver el mundo desde los ojos de su protagonista?
En los Estados Unidos, Rita Kramer no precisa introducción, pues es la conocida autora de siete libros y de varios artículos en revistas de prestigio, como el New York Times Magazine y el Wall Street Journal, entre otros. Maria Montessori: a biography (1), inicialmente publicada en inglés en 1976, toma en cuenta fuentes documentales, testimonios de testigos contemporáneos, y tiene la peculiaridad de nutrirse del valioso testimonio de familiares cercanos, entre ellos Mario Montessori, el único hijo de Montessori, a quien su madre había hecho confidencias inéditas. Para escribir su libro, Rita Kramer tuvo acceso a los archivos de la AMI (Association Montessori Internationale), asociación fundada por la misma Montessori, y dirigida por ella hasta la fecha de su fallecimiento, con 82 años, en 1952. Sin embargo, no se trata de una biografía autorizada y se escribe desde la distancia del tiempo por una persona que no “defiende” el método o a su autor.
Con Montessori, hay material para llenar cientos de páginas sin aburrir al lector. Su vida es una verdadera cruzada a favor de la causa de la infancia, llena de guerras y de batallas sin treguas. Guerras en el sentido literal. Sufrió personalmente las consecuencias de la guerra en Italia, en España, en Alemania y en la India, donde estuvo durante años en arresto domiciliario por ser italiana (aun habiendo huido 25 años antes del régimen de Mussolini por discrepar con él).
Pero las batallas fueron también en el ámbito más personal. Los naturalistas y algunos pedagogos del siglo xx le reprocharon la rigidez y la artificialidad de su método, y su rechazo a la imaginación productiva y a la fantasía; los progresistas, la individualidad y el carácter coercitivo y dogmático del método; los modernos y los positivistas, su religiosidad; algunos la criticaron por adelantar los aprendizajes, otros, por lo contrario; unos la acusaron de no respetar la libertad del alumno, mientras otros le reprocharon lo contrario. Algunos de sus contemporáneos —prácticamente todos hombres— le reprocharon endiosarse, mientras ella rechazó la fama en varias ocasiones para mantener la integridad de su método, protegiéndolo de las distorsiones y las explotaciones. Los católicos la tacharon de laicista, naturalista, positivista, anticristiana y teósofa, mientras que los teósofos y los masones la definieron como “católica ferviente”.
En la cima de la fama, renunció a su puesto de docencia en la universidad de Roma para dedicarse a los niños pobres de las periferias deprimidas de Roma, y hablaba a menudo con lástima de las personas de clase alta. Por otro lado, siempre contó con el apoyo y el reconocimiento de personas influyentes en todos los ámbitos (político, empresarial, cultural, de la aristocracia, de la jerarquía de la Iglesia católica, etc.), como la reina Margarita de Italia, Graham Bell, Helen Keller, el millonario americano McClure, Gandhi, Rabindranath Tagore, la hija del presidente americano Woodrow Wilson, Sigmond Freud, el biólogo Hugo De Vries, la hija de León Tolstói y varios cardenales y papas, entre otros.
¿Cómo reconciliar tantos reproches y tantas críticas en tantos aspectos tan contradictorios? ¿Cómo pueden convivir tantas paradojas en una sola persona? ¿Cómo explicar esas contradicciones? ¿Quién es Maria Montessori? Hay tantas preguntas como personas que las formulan. Pero hemos de saber que solo hay una respuesta, y es la que se ajusta a la realidad. Obviamente, nadie puede llegar a describir a la perfección a esta pedagoga con un pensamiento tan original, un estilo literario tan enredado, tan compleja, y de la que Jérôme Bruner dijo que era una “curiosa mezcla de misticismo y de pragmatismo”. Pero Rita Kramer lo intentó como casi nadie, llegando a dedicar, para hacerlo, tres años de su vida a tiempo completo.
Sin embargo, a pesar de la vigencia de esta biografía,
quisiéramos destacar tres temas sobre los que el lector podría ampliar y
complementar su lectura, o actualizarla con datos nuevos de escritos
inéditos que salieron a la luz desde su publicación: la relación de
Montessori con el movimiento antimodernista, con la teosofía y con el
movimiento de la Educación nueva del inicio del siglo xx.
Contrariamente a lo que se dice, no hay prueba de que Montessori asistiera a la conferencia de Calais en 1921 (2). Si bien es cierto que hubo colaboraciones puntuales, la relación que mantuvo con los principales representantes de ese movimiento, por ejemplo, con Decroly, Claparède y Ferrière, fue especialmente compleja y tumultuosa (3), llegando a tachar el giro tomado por el movimiento de la Educación nueva —de la que se consideraba precursora ignorada— de nada menos que de “una revolución que aspira al desorden y a la ignorancia” (4). Pensamos que esas discrepancias tienen un peculiar interés, porque vuelven a ser vigentes hoy en día, cuando la Educación nueva vuelve a tener más fuerza que nunca.
Respecto a los dos primeros temas, referimos al lector a las numerosas obras del historiador educativo italiano Fulvio de Giorgi (5). Por ejemplo, si bien es cierto que “muchas de las personas que se sentían atraídas por la teosofía también sentían atracción por el movimiento Montessori”, unas correspondencias personales inéditas de Montessori publicadas recientemente pueden matizar ciertas afirmaciones, como por ejemplo que “Montessori y los teósofos siempre habían considerado que sus ideas eran compatibles entre sí”. Montessori no se consideraba teósofa, nunca difundió ni suscribió esa filosofía. Es más, en los últimos años en la India, deploró que su método estuviera “en manos” de teósofos (6). Era más bien ella quien había tolerado esa alianza, aprovechándose del interés de la teosofía para dar a conocer y difundir su método.
En cualquier caso, aun habiendo pasado más de 40 años desde la publicación de su biografía, podemos afirmar que Rita Kramer fue una de las personas que intentó más seriamente llegar al fondo de la verdad sobre Maria Montessori. Junto con la biografía de E.M. Standing (7) —que se distingue más por una exposición de la filosofía del método que por una presentación sistemática y exhaustiva de los hechos de su vida como la que encontramos aquí —, la biografía que tiene en sus manos es de las (sino la) más completas fuentes de información que existen hoy sobre la vida de Maria Montessori. Se trata, pues, de una obra de referencia. Por tanto, se agradece que el Grupo SM haya decidido apostar por la primera publicación de su versión en castellano.
Pocos saben que Barcelona fue el tercer laboratorio educativo de Montessori (después de las Case dei Bambini del barrio de San Lorenzo y del convento de lasFranciscanas en Roma), así como el lugar desde el que escribió numerosos libros y cartas, a lo largo de dos décadas. Como nos indica Rita Kramer, el interés por la pedagogía montessoriana en España nació a raíz de un artículo publicado en 1911 en la Revista de Educación. La primera escuela montessoriana fue establecida en Barcelona en 1913. Dos años más tarde, Montessori manda a Barcelona su principal colaboradora, Anna Maccheroni, para dirigir una escuela que servirá de laboratorio para desarrollar su método. Montessori llegó a Barcelona en 1916 y esa ciudad fue su hogar hasta el año 1936. A partir de 1935, la Casa Editorial Araluce publica la Revista mensual ilustrada (8) de la Sociedad Montessori de Barcelona, afiliada con la AMI y dirigida por la misma Montessori. Rita Kramer nos explica que la pedagoga se ve repentinamente obligada, en el momento en que estalla la Guerra civil, a huir de las bombas que caen en la ciudad condal a bordo de un barco inglés, dejando atrás la mayoría de sus posesiones y la versión manuscrita de algunos de sus libros. Pocos días antes, en el prólogo original de El niño: El secreto de la infancia (9),
Montessori lanza un mensaje de esperanza a los lectores de su “tierra amada”. Desea que las palabras de su libro encuentren “un eco más comprensivo en los corazones transidos de dolor, y servirnos de faro que nos guíe por una nueva vía de civilización, en la cual, las dos fases de la vida humana obtengan una consideración paralela: el niño y el adulto como partes indivisibles de una misma personalidad”. A lo largo del resto de su vida, Montessori llevará una cruzada a favor de la paz a través de la educación del niño, por lo que fue propuesta tres veces para el Nobel de la Paz.
En su prólogo de la primera edición americana del primer libro de Montessori, en 1912, el profesor Henry W. Holmes de la facultad de Educación de la Universidad de Harvard escribe: “No tenemos otros ejemplos de sistemas educativos —por lo menos, originales en su globalidad sistemática y en su aplicación práctica— que hayan sido desarrollados e inaugurados por la mente y el toque femenino”. No podemos excluir que ese hecho singular fuera parte de la causa de tantas críticas recibidas por el establishment pedagógico masculino de la época. No debía de sentar demasiado bien que una mujer —que además fuera nombrada oficialmente por Italia para representar el movimiento feminista de la época— se diera tanto protagonismo a sí misma, hasta el extremo de dar su propio apellido a un método, y menos que criticara abiertamente a los hombres que la precedieron y a sus contemporáneos, corrigiendo sus principios pedagógicos de forma tan drástica (criticó abiertamente a Rousseau, Froebel, Pestalozzi, Decroly, Dewey, Claparède, entre otros). Como es lógico, las críticas que recibió por parte de la muchos de sus contemporáneos (que preferían llamarla madame en vez de doctora), tampoco fueron especialmente amables. Esas circunstancias no ayudaron a la difusión de una interpretación correcta de su método.
Profundizar en la vida de Montessori nos ayuda a resolver las contradicciones y las controversias alrededor de su propuesta, entendiendo los motivos que la movían, sus creencias, su concepción de la infancia y del mundo. Por ejemplo, una lectura cuidadosa de su vida nos lleva a constatar que Montessori no entiende el progreso de la misma forma que los militantes sociales. En Le Règne de l’Homme, el filósofo René Brague explica que la modernidad se distingue por su propuesta de un proyecto social externo al ser humano y de un progreso que supone un nuevo comienzo, una fractura con el pasado. Para Montessori, el progreso tiene su inspiración en la tradición clásica: consiste en la construcción de la personalidad del ser humano, no se reduce a logros sociales externos a él. Como dice Brague, “l’homme n’est pas d’emblée tout ce qu’il est: il est ce qu’il fait et ce qui se fait en faisant ce qu’il fait” (la persona no es, de entrada, todo lo que es: es lo que hace y lo que se hace haciendo lo que hace). De hecho, el concepto de “normalización” en Montessori indica una fractura entre el aula y el mundo.
Montessori no estaría de acuerdo con lo que se escucha hoy en cientos de congresos educativos inspirados por la corriente de la Educación nueva y por la escuela progresista de Dewey: el colegio es o ha de ser “como el mundo”. Es imposible entender a Montessori si uno no está dispuesto a profundizar sin prejuicios en el incómodo concepto de la “normalización”. Para entender a Montessori, hay que estar dispuesto a romper esquemas propios. El niño montessoriano no se normaliza estando en contacto con la sociedad, sino en un entorno adecuado a su naturaleza, desarrollando su personalidad, su disciplina interna, su capacidad de concentración y su sentido de responsabilidad personal. Para Montessori, la disciplina colectiva no puede ser el resultado de una imposición colectiva, sino el fruto de la disciplina personal, puesto que la disciplina no es un obstáculo para la libertad, sino su condición sine qua non, algo tan actual en un mundo que pretende educar a golpe de leyes y de la rebaja de las exigencias.
No es casualidad que Maria Montessori vuelva hoy a estar en primera línea de la actualidad educativa. Su propuesta no puede ser más actual en un contexto educativo de dialéctica infértil entre la “educación nueva” y la “educación vieja”. Montessori propone una tercera vía, resolviendo las falsas retóricas educativas, en un mundo que se ha olvidado de los fines de la educación, de su sentido; que se ha entregado a la novedad como valor en sí y al eclecticismo educativo como escaparate de una pedagogía a merced de las modas y de empujones que responden a los intereses económicos y políticos, no del niño.
El “progreso” en Montessori es interno y se refiere principalmente a la edificación de la personalidad del niño en relación con los fines que caracterizan su naturaleza (10). Para Montessori, lo que hace el niño es perfectivo, porque el niño no actúa meramente para realizar una tarea externa como lo hace el adulto, sino que actúa para edificarse a sí mismo de acuerdo con un plan puesto por la naturaleza. Quizá esa fue la razón por la que algunos pedagogos le reprochan el dogmatismo de su método. Lo que ellos interpretan como rigidez procede, en realidad, de un enfoque teleológico que da estabilidad al Método. Montessori nunca se describió a ella misma como “inventora” o “creadora” de ningún método, ella tan solo lo “descubrió” observando al niño. Si su método no cambia es porque el ser humano y sus fines tampoco cambian cada vez que surge un cambio de circunstancias culturales, o una nueva era tecnológica o filosófica. El educador puede decidir que quiere ver el mundo de una forma o de otra, pero esa visión del mundo no va a cambiar cómo es el niño. El niño siempre ha sido, es, y será el mismo: un niño.
Catherine L’Ecuyer
Doctora en Educación y Psicología