A
continuación, el fragmento de un libro “La Admiración: saber mirar es
saber vivir” (EINUSA), de Miguel Ángel Martí García, Catedrático, de
Filosofía.
“No es bueno pasar muy por encima del mundo de los niños. Ellos sin saberlo, a condición de que les observemos, pueden enseñarnos muchas cosas. El brillo de sus ojos manifiesta la admiración que les produce la realidad. La primera vez que algo se nos manifiesta tiene la virtualidad de convertirse en un momento único, al que volveremos muchas veces a lo largo de nuera vida. Los primeros colores, olores, sensaciones nos marcan para siempre. El niño vive admirado, nada, o casi nada, le es indiferente. Y nosotros, los adultos, que corremos el riesgo de estar de vuelta de todo, necesitamos como tabla de salvamento volver a lo que fuimos, a nuestro primer mundo donde con tanta viveza aprendimos a relacionarnos con las cosas. Las etapas de la vida, no se yuxtaponen unas a otras, sino que están atravesadas por el mismo diseño biográfico. Se ha dicho que la madurez no es otra cosa que la explicitación de la niñez. En esta afirmación sí que se remarca el nexo existente entre estas dos etapas de la vida. Es necesario, de alguna forma, volverse como niños, si queremos recuperar el encanto que el mundo nos ofrece. No es fácil retomar la ingenuidad propia de los niños. Porque no se trata de instalarse en un estado bobalicón, sería peor el remedio que la enfermedad, sino de recuperar lo que de genuino tiene la vida. La realidad del adulto está muy maquillada, difícilmente se redescubre en ella los rasgos originarios, y a veces se desdibuja tanto el trazado de la propia biografía infantil, que se hace difícil encontrar el referente; entonces nos hallamos en una situación crítica y poco esperanzadora, porque no hay dónde volver. Y todos necesitamos volver para reconocernos a nosotros mismo. No se por qué el mundo de los niños se mira tan de soslayo, como si no fuera con nosotros, cuando en realidad es nuestro punto de referencia más importante. El mundo de la psicología y de la medicina van por delante haciéndonos ver la importancia de la infancia y la estrecha unidad que existe en las distintas etapas de la biografía de un hombre. De los niños hemos de aprender a admirarnos, porque las cosas tienen la virtualidad de producir admiración, si nosotros no interponemos nuestros dudosos intereses personales.”
“No es bueno pasar muy por encima del mundo de los niños. Ellos sin saberlo, a condición de que les observemos, pueden enseñarnos muchas cosas. El brillo de sus ojos manifiesta la admiración que les produce la realidad. La primera vez que algo se nos manifiesta tiene la virtualidad de convertirse en un momento único, al que volveremos muchas veces a lo largo de nuera vida. Los primeros colores, olores, sensaciones nos marcan para siempre. El niño vive admirado, nada, o casi nada, le es indiferente. Y nosotros, los adultos, que corremos el riesgo de estar de vuelta de todo, necesitamos como tabla de salvamento volver a lo que fuimos, a nuestro primer mundo donde con tanta viveza aprendimos a relacionarnos con las cosas. Las etapas de la vida, no se yuxtaponen unas a otras, sino que están atravesadas por el mismo diseño biográfico. Se ha dicho que la madurez no es otra cosa que la explicitación de la niñez. En esta afirmación sí que se remarca el nexo existente entre estas dos etapas de la vida. Es necesario, de alguna forma, volverse como niños, si queremos recuperar el encanto que el mundo nos ofrece. No es fácil retomar la ingenuidad propia de los niños. Porque no se trata de instalarse en un estado bobalicón, sería peor el remedio que la enfermedad, sino de recuperar lo que de genuino tiene la vida. La realidad del adulto está muy maquillada, difícilmente se redescubre en ella los rasgos originarios, y a veces se desdibuja tanto el trazado de la propia biografía infantil, que se hace difícil encontrar el referente; entonces nos hallamos en una situación crítica y poco esperanzadora, porque no hay dónde volver. Y todos necesitamos volver para reconocernos a nosotros mismo. No se por qué el mundo de los niños se mira tan de soslayo, como si no fuera con nosotros, cuando en realidad es nuestro punto de referencia más importante. El mundo de la psicología y de la medicina van por delante haciéndonos ver la importancia de la infancia y la estrecha unidad que existe en las distintas etapas de la biografía de un hombre. De los niños hemos de aprender a admirarnos, porque las cosas tienen la virtualidad de producir admiración, si nosotros no interponemos nuestros dudosos intereses personales.”