20.8.20

‘Protagonista’ de su educación

Cinco iniciativas para convertir a tus alumnos en protagonistas de su  propio aprendizaje - aulaPlaneta
El niño es protagonista de su aprendizaje”. Estamos en presencia de una de las frases más usadas y abusadas en el ámbito educativo. Ese eslogan, tan es­cuchado o leído en publicaciones o congresos educativos, o como reclamo de muchos co­legios, puede decir tanto una cosa como su contraria.
Para la pedagogía romántica el niño tiene en sí lo que hace falta para poder realizarse, para aprender sin necesidad de ser guiado o corregido. Según esa visión, el error sería intervenir. El alumno es semilla, que ha de crecer sin trabas externas. Esa visión considera al ser humano, desde el inicio, como un ser completo que va desplegándose progresivamente. Esa idea nace con Rousseau, está retomada en Pestalozzi y se ha popularizado después por Fröbel con la conocida metáfora del jardín de infancia (kindergarten).
La educación clásica entiende de forma distinta la cuestión del protagonismo del alumno en su aprendizaje. Para Agustín de Hipona, aprender requiere un reconocimiento interior y personal de la verdad: “Cuando los maestros hayan dado sus explicaciones, entonces los alumnos reflexionarán en su interior sobre si lo que se ha dicho es cierto o no, y es entonces cuando el aprendizaje ocurre realmente”. El alumno es activo y el deseo de conocer, el asombro, está en el centro de la actividad educativa; la actividad racional espontánea del alumno es compatible con el papel clave del maestro de transmitir conocimiento con sentido (adaptando el modo de hacerlo a cada etapa, como es lógico). Según esa postura, el alumno no cons­truye la realidad, sino la descubre con ayuda del maestro.
Por antiguas que parezcan esas cuestiones siguen hoy siendo muy actuales. Los pedagogos debaten acerca de dos modelos que parecen antagónicos. Por un lado está la instrucción directa , en la que el profesor transmite contexto al alumno; por otro, el aprendizaje por descubrimiento , en el que el alumno aprende por sí mismo sin la intervención activa de un educador. El primero suele asociarse con la posibilidad de moldear al alumno unilateralmente; el otro, con la postura fatalista de la semilla que crece sin ayuda.
Ese debate tiene hoy implicaciones concretas en nuestras aulas, y más en tiempos de coronavirus, en los que los políticos hablan de “mandar deberes a casa por el móvil”. ¿Puede un niño aplicar un concepto sin que un maestro se lo explique? ¿Cuántos padres han tenido que convertirse, en medio de su teletrabajo diario, en los que explican la regla de tres, el arte de dividir o las reglas gramaticales? Sin embargo, ¿en cuántos congresos educativos habíamos escuchado ponencias magistrales demonizando la clase magistral? Y todo el mundo aplaudía (la clase magistral). En realidad, disociar ambos métodos lleva a absurdos, como es aquel de tener a nuestros alumnos realizando trabajos por proyecto sin tener la menor idea acerca del tema que están trabajando. Sin conocimiento previo, ni contexto. Ya está todo en Wikipedia, ¿no? Y venga el cortar y pegar . No nos debería sorprender que las empresas tecnológicas sean las principales patrocinadoras del rechazo a la instrucción directa, sustituyéndola por la FlippedClassroom (aula invertida). Para las pedagogías naturalistas, la tableta es el vehículo por excelencia, porque se supone que el niño ya sabe lo que le conviene o no saber antes de saberlo.
Ahora bien, la experiencia de la enseñanza en tiempos de coronavirus nos confirma, intuitivamente, lo que los estudios llevan años diciendo: la adquisición de conocimientos no puede basarse exclusivamente en el aprendizaje por descubrimiento y la clave se encuentra en la combinación de ambos métodos. Es más, el aprendizaje por descubrimiento que mejor resultados da es el que está estructurado. Comprender cómo se pueden aplicar los conceptos en un experimento concreto ayuda a entender la teoría. En cambio, los métodos de aprendizaje por descubrimiento que permiten al niño diseñar sus propios experimentos dan resultados más pobres. Es lógico, ¿cómo puede un niño enseñarse a sí mismo lo que aún no conoce?, ¿cómo puede construir su conocimiento desde la nada?
El mero hecho de formular esas preguntas choca frontalmente con el dogma de la innovación , porque el movimiento de la Educación Nueva (tanto el del siglo XX como el que está actualmente liderado por las empresas tecnológicas) da por supuesto que la instrucción directa siempre se da ante un niño pasivo. Asume que sólo hay actividad interior cuando hay actividad exterior; por lo tanto, colocar al niño en el centro del proceso educativo implicaría renegar de la importancia del papel del maestro y de la transmisión de los conocimientos, de la exigencia y del esfuerzo. Se ha confundido “protagonista de su aprendizaje” con “diseñador de su recorrido educativo”. Ojalá el experimento de enseñanza a distancia que nos ha tocado vivir sea una oportunidad para aclarar esa confusión. De esa forma, podríamos ahorrarnos pasos en falso y evitar hundirnos en el abismo del desorden y de la ignorancia.