
El niño es protagonista de su aprendizaje”. Estamos en 
presencia de una de las frases más usadas y abusadas en el ámbito 
educativo. Ese eslogan, tan escuchado o leído en publicaciones o 
congresos educativos, o como reclamo de muchos colegios, puede decir 
tanto una cosa como su contraria.
Para la pedagogía romántica el niño tiene en sí lo que 
hace falta para poder realizarse, para aprender sin necesidad de ser 
guiado o corregido. Según esa visión, el error sería intervenir. El 
alumno es semilla, que ha de crecer sin trabas externas. Esa visión 
considera al ser humano, desde el inicio, como un ser completo que va 
desplegándose progresivamente. Esa idea nace con Rousseau, está retomada
 en Pestalozzi y se ha popularizado después por Fröbel con la conocida 
metáfora del jardín de infancia (kindergarten).
La educación clásica entiende de forma distinta la cuestión
 del protagonismo del alumno en su aprendizaje. Para Agustín de Hipona, 
aprender requiere un reconocimiento interior y personal de la verdad: 
“Cuando los maestros hayan dado sus explicaciones, entonces los alumnos 
reflexionarán en su interior sobre si lo que se ha dicho es cierto o no,
 y es entonces cuando el aprendizaje ocurre realmente”. El alumno es 
activo y el deseo de conocer, el asombro, está en el centro de la 
actividad educativa; la actividad racional espontánea del alumno es 
compatible con el papel clave del maestro de transmitir conocimiento con
 sentido (adaptando el modo de hacerlo a cada etapa, como es lógico). 
Según esa postura, el alumno no construye la realidad, sino la descubre
 con ayuda del maestro.
Por antiguas que parezcan esas cuestiones siguen hoy siendo
 muy actuales. Los pedagogos debaten acerca de dos modelos que parecen 
antagónicos. Por un lado está la instrucción directa , en la que el profesor transmite contexto al alumno; por otro, el aprendizaje por descubrimiento ,
 en el que el alumno aprende por sí mismo sin la intervención activa de 
un educador. El primero suele asociarse con la posibilidad de moldear al
 alumno unilateralmente; el otro, con la postura fatalista de la semilla
 que crece sin ayuda.
Ese debate tiene hoy implicaciones concretas en nuestras 
aulas, y más en tiempos de coronavirus, en los que los políticos hablan 
de “mandar deberes a casa por el móvil”. ¿Puede un niño aplicar un 
concepto sin que un maestro se lo explique? ¿Cuántos padres han tenido 
que convertirse, en medio de su teletrabajo diario, en los que explican 
la regla de tres, el arte de dividir o las reglas gramaticales? Sin 
embargo, ¿en cuántos congresos educativos habíamos escuchado ponencias 
magistrales demonizando la clase magistral? Y todo el mundo aplaudía (la
 clase magistral). En realidad, disociar ambos métodos lleva a absurdos,
 como es aquel de tener a nuestros alumnos realizando trabajos por 
proyecto sin tener la menor idea acerca del tema que están trabajando. 
Sin conocimiento previo, ni contexto. Ya está todo en Wikipedia, ¿no? Y 
venga el cortar y pegar . No nos debería sorprender que las 
empresas tecnológicas sean las principales patrocinadoras del rechazo a 
la instrucción directa, sustituyéndola por la FlippedClassroom (aula 
invertida). Para las pedagogías naturalistas, la tableta es el vehículo 
por excelencia, porque se supone que el niño ya sabe lo que le conviene o
 no saber antes de saberlo.
Ahora bien, la experiencia de la enseñanza en tiempos de 
coronavirus nos confirma, intuitivamente, lo que los estudios llevan 
años diciendo: la adquisición de conocimientos no puede basarse 
exclusivamente en el aprendizaje por descubrimiento y la clave se 
encuentra en la combinación de ambos métodos. Es más, el aprendizaje por
 descubrimiento que mejor resultados da es el que está estructurado. 
Comprender cómo se pueden aplicar los conceptos en un experimento 
concreto ayuda a entender la teoría. En cambio, los métodos de 
aprendizaje por descubrimiento que permiten al niño diseñar sus propios 
experimentos dan resultados más pobres. Es lógico, ¿cómo puede un niño 
enseñarse a sí mismo lo que aún no conoce?, ¿cómo puede construir su conocimiento desde la nada?
El mero hecho de formular esas preguntas choca frontalmente con el dogma de la innovación ,
 porque el movimiento de la Educación Nueva (tanto el del siglo XX como 
el que está actualmente liderado por las empresas tecnológicas) da por 
supuesto que la instrucción directa siempre se da ante un niño pasivo. 
Asume que sólo hay actividad interior cuando hay actividad exterior; por
 lo tanto, colocar al niño en el centro del proceso educativo implicaría
 renegar de la importancia del papel del maestro y de la transmisión de 
los conocimientos, de la exigencia y del esfuerzo. Se ha confundido 
“protagonista de su aprendizaje” con “diseñador de su recorrido 
educativo”. Ojalá el experimento de enseñanza a distancia que nos ha 
tocado vivir sea una oportunidad para aclarar esa confusión. De esa 
forma, podríamos ahorrarnos pasos en falso y evitar hundirnos en el 
abismo del desorden y de la ignorancia.