Hace unos días pasaba por la
peluqueria, esa cita periódica en la que se nos para el tiempo, nos
olvidamos de todo y intentamos desconectar de la vida ajetreada. Se me
ocurre ponerme al día de la vida de los famosos.
Belén Esteban dice que va a demandar a Toño. ¿Quién es Toño?, me
pregunto. Bueno, que más da quien es Toño, me respondo a mi misma.
Parece ser que Ana Obregón solo cobra 300 euros por actuación y eso es
indicador de que lo está pasando muy mal. El conde Lecquio, en su
defensa afirma que eso no es cierto. Iker ha sido abucheado en Oporto y
dicen que la culpa es de Sara porque “se cree que es la nueva Victoria
Beckam”. Tom Cruise tiene la cara hinchada, unos especulan si no habrá
abusado del botóx, otros se preguntan si no será por sobrepeso. La
Pantoja sigue en la cárcel.
Me deprimo y abandono la prensa rosa. Cojo el diario y empiezo a
hojear… Aranxa Sánchez cuenta como ha sido echada a patadas del
tanatorio en el funeral de su padre. Cierro enérgicamente el diario y me
pregunto ¿por qué tengo yo que estar al corriente de esas intimidades,
de esas desgracias? Me siento fatal, fuera de lugar. Vuelvo a coger la
prensa rosa para olvidarme del disgusto y me pregunto a mi misma “¿por
qué disfruta tanto la gente con las desgracias ajenas?” Por qué ha
pasado la cultura popular en los últimos dos años, a una especie de
adulación ciega hacia el poderoso y el famoso, a una especie de sospecha
y de morbo viendo sus grandes caídas? Veo la foto de Iñaki Urdangarin y
me da pena verle con tan mala cara. Pienso en todos los casos de
corrupción que han desalojado de su inmunidad a todos los hasta ahora
“intocables”. Es el fin de la era de la doctrina Botín. Ahora, lo que
gusta y vende, es que Leticia compre sus zapatos en Zara.
¿Qué más explica que la gente disfruta tanto de las desgracias ajenas? ¿Por qué vende tanto eso? Sigo ojeando y encuentro la segunda explicación. “Son mis piernas y mi pelo, devuélvelas, le dice Cindy Crafford a su hija, en un reportaje fotográfico que pone en evidencia el fin de la silueta de pasarela de la madre. El tiempo pasa, y esas revistas cuentan melancólicamente como la belleza cosmética se ha ido marchitando. Todos los famosos pasaran por ahí, y todos dedicaran sus últimos reportajes a explicar como fueron de guapos en sus mejores tiempos.
Las modas, la belleza cosmética, el éxito, la riqueza, la fama, todo eso está programado en nuestra frágil naturaleza para la obsolescencia y la efimeridad. En el fondo, lo sabemos, y por eso nos fastidia profundamente que la gente actúe como si no fuera algo prestado. “Ahora me tocan a mi esas piernas y ese pelo” responde la hija de Crafford a su madre. Y aquellas bellezas cosméticas volverán a acaparar las miradas envidiosas y admiradas de nuestras hijas, y la historia se repite de nuevo.
Ojalá sepamos hablar de belleza con nuestros hijos antes de que la industria de la belleza hable con ellos. Ojalá sepamos transmitirles una sana sospecha ante todo lo efimero y lo pasajero, tanto suyo como ajeno, para que nunca sean novios, novias pérfidos, o sus víctimas.
Es pérfido aquel amante vulgar que se enamora más del cuerpo que del alma, pues ni siquiera es estable, al no estar enamorado tampoco de una cosa estable, ya que tan pronto como se marchita la flor del cuerpo del que estaba enamorado, “desaparece volando” tras violar muchas palabras y promesas. En cambio el que está enamorado de un carácter que es bueno permanece firme a lo largo de toda su vida, al estar íntimamente unido a algo estable. (Platón, El Banquete)
Que nuestros hijos nunca se dejen impresionar y seducir por un pelo o una silueta perfecta, por una gran fortuna o por el poder, por las modas de lo que “se lleva”. Al final, todos somos terriblemente vulnerables y más vale tener los dos pies en el suelo que volar con alas prestadas que un caprichoso y receloso publico nos reclamará a mitad de vuelo.
Cierro la revista y me pregunto… ¿Qué es la belleza cosmética? ¿Qué es el prestigio y la fama? ¿Qué es la riqueza y el poder? Son perlas de bisutería con las que intentamos llenar el Gran Cañon, que es el espacio de belleza verdadera al que aspira nuestro a la vez miserable, sediento y maravilloso corazón humano.
¿Qué más explica que la gente disfruta tanto de las desgracias ajenas? ¿Por qué vende tanto eso? Sigo ojeando y encuentro la segunda explicación. “Son mis piernas y mi pelo, devuélvelas, le dice Cindy Crafford a su hija, en un reportaje fotográfico que pone en evidencia el fin de la silueta de pasarela de la madre. El tiempo pasa, y esas revistas cuentan melancólicamente como la belleza cosmética se ha ido marchitando. Todos los famosos pasaran por ahí, y todos dedicaran sus últimos reportajes a explicar como fueron de guapos en sus mejores tiempos.
Las modas, la belleza cosmética, el éxito, la riqueza, la fama, todo eso está programado en nuestra frágil naturaleza para la obsolescencia y la efimeridad. En el fondo, lo sabemos, y por eso nos fastidia profundamente que la gente actúe como si no fuera algo prestado. “Ahora me tocan a mi esas piernas y ese pelo” responde la hija de Crafford a su madre. Y aquellas bellezas cosméticas volverán a acaparar las miradas envidiosas y admiradas de nuestras hijas, y la historia se repite de nuevo.
Ojalá sepamos hablar de belleza con nuestros hijos antes de que la industria de la belleza hable con ellos. Ojalá sepamos transmitirles una sana sospecha ante todo lo efimero y lo pasajero, tanto suyo como ajeno, para que nunca sean novios, novias pérfidos, o sus víctimas.
Es pérfido aquel amante vulgar que se enamora más del cuerpo que del alma, pues ni siquiera es estable, al no estar enamorado tampoco de una cosa estable, ya que tan pronto como se marchita la flor del cuerpo del que estaba enamorado, “desaparece volando” tras violar muchas palabras y promesas. En cambio el que está enamorado de un carácter que es bueno permanece firme a lo largo de toda su vida, al estar íntimamente unido a algo estable. (Platón, El Banquete)
Que nuestros hijos nunca se dejen impresionar y seducir por un pelo o una silueta perfecta, por una gran fortuna o por el poder, por las modas de lo que “se lleva”. Al final, todos somos terriblemente vulnerables y más vale tener los dos pies en el suelo que volar con alas prestadas que un caprichoso y receloso publico nos reclamará a mitad de vuelo.
Cierro la revista y me pregunto… ¿Qué es la belleza cosmética? ¿Qué es el prestigio y la fama? ¿Qué es la riqueza y el poder? Son perlas de bisutería con las que intentamos llenar el Gran Cañon, que es el espacio de belleza verdadera al que aspira nuestro a la vez miserable, sediento y maravilloso corazón humano.