La tecnología es útil en mentes preparadas para usarlas, no en mentes inmaduras sin autocontrol.
La Asociación de Pediatría Canadiense ha publicado recientemente sus recomendaciones respecto al consumo de medios digitales en edades tempranas. Se parecen mucho a las recientes de la Academia Americana de Pediatría. Es lógico, ya que los estudios sobre los que se apoyan ambas organizaciones son los mismos.
Las recomendaciones se articulan alrededor de cuatro ideas claves:
- Limitar el tiempo de medios digitales para los niños de menos de 5 años
- Nada de consumo para los niños de menos de 2 años
- Menos de una hora al día para los niños de entre 2 y 5 años
- Nada de consumo una hora antes de ir a la cama
- Nada de consumo pasivo de pantalla en los parvularios (o sea, nada de películas comerciales)
- Concretar tiempos libres de pantalla durante las comidas y durante el tiempo de lectura
- Atenuar los riesgos asociados con el consumo de medios digitales
- Controlar el contenido y estar, en la medida de lo posible, con el niño mientras consume pantalla
- Dar prioridad a contenidos educativos y adaptados a la edad de cada niño
- Adoptar estrategias educativas para la autorregulación, la calma y el establecimiento de límites
- Estar atento a la utilización de las pantallas
- Tener un plan (no improvisar) respecto al uso de las pantallas en el hogar
- Ayudar a los niños a reconocer y cuestionar los mensajes publicitarios, los estereotipos y otros contenidos problemáticos
- Recordar que demasiado tiempo dedicado a las pantallas deriva en oportunidades perdidas de aprendizaje (los niños no aprenden a través de la pantalla en esas edades)
- Recordar que ningún estudio apoya la introducción de las tecnologías en la infancia
- Los adultos deberían dar el ejemplo con un buen uso de las pantallas
- Sustituir el tiempo de pantalla por actividades sanas, como la lectura, el juego exterior y las actividades creativas
- Apagar los dispositivos en casa durante los momentos en familia
- Apagar las pantallas mientras no se usan, evitar dejar la televisión “siempre puesta”
En 2006 y en 2011, la Academia Americana
de Pediatría ya había hecho recomendaciones parecidas, pero estaban
basadas principalmente en investigaciones sobre el consumo de la
televisión, ya que no había aún conjuntos de estudios concluyentes sobre
el efecto de la tableta o del smartphone en la mente infantil.
Este vacío temporal dio mucho que hablar. Dimitri Christakis, uno de
los principales expertos mundiales en el efecto pantalla —y sobre cuyos
estudios se basó la Academia Americana de Pediatría para emitir sus
recomendaciones de 2006 y 2011—, se preguntó públicamente en 2014 si esas recomendaciones se aplicaban también a la tableta, dada su peculiar interactividad.
Su pregunta —que no se apoyaba en
estudios, sino en su intuición personal— sembró la duda, y provocó la
publicación de cientos de artículos en Internet que la interpretaban
como una bendición de la tableta en el ámbito educativo. El argumento
era que quizá no es lo mismo estar pasivamente sentado ante un televisor
que estar jugando con la tableta. Los estudios no confirmaron su
hipótesis. Hoy sabemos que los estudios no marcan diferencias
sustanciales para esos dos medios antes de los 5 años, ya que el efecto
pantalla tiene más inconvenientes que beneficios para esa franja de
edad.
El consumo de pantalla por encima de lo
recomendado por las principales asociaciones pediátricas en el mundo
puede contribuir a un déficit de aprendizaje, a una pérdida de
oportunidades de relaciones interpersonales, a la impulsividad, a la
inatención, a la disminución del vocabulario, a problemas de adicción y
de lenguaje. Y el etcétera es largo. La lógica es que la atención que un
niño presta ante una tableta no es una atención sostenida, sino una
atención artificial, mantenida por estímulos externos frecuentes e
intermitentes. Quien lleva la rienda ante una tableta no es el niño,
sino la aplicación del dispositivo, programada para enganchar al
usuario.
En definitiva, hoy sabemos que los niños
no aprenden a través de una pantalla, sino mediante la experiencia con
lo real y a través de sus relaciones interpersonales con una persona
sensible. Y los dispositivos, por muy sofisticados que sean sus
algoritmos, carecen de esa sensibilidad. Porque la sensibilidad es
profundamente humana.
El cerebro humano está hecho para
aprender en clave de realidad y los hechos nos indican que los niños
aprenden a través de experiencias sensoriales concretas que no solamente
les permiten comprender el mundo, sino también comprenderse a sí
mismos. Todo lo que los niños tocan, huelen, oyen, ven y sienten deja
una huella en su mente, en su alma, a través de la construcción de su
memoria biográfica que pasa a formar parte de su sentido de identidad.
En definitiva, los niños aprenden en contacto con la realidad, no con un
bombardeo de estímulos tecnológicos perfectamente diseñados. Tocar la
tierra húmeda o mordisquear y oler una fruta deja una huella en ellos
que ninguna tecnología puede igualar.
Y eso de que perderán “el tren” u
“oportunidades laborales” por no saber usar una tableta… Pues quizá ya
es tiempo de que borremos esas arcaicas ideas de nuestras acomplejadas
mentes de inmigrantes digitales. La tecnología está programada para la
obsolescencia, como es lógico. Es ley de mercado. No nos engañemos, si
nuestro hijo o nuestra hija aprende sin ayuda a manejar un smartphone en
cinco minutos, no es porque nació nativo digital y por lo tanto
sumamente inteligente, es porque los ingenieros que conciben y diseñan
esos dispositivos son inteligentes inmigrantes digitales. Steve Jobs lo sabía porque los contrataba él,
quizá por eso no dejaba a sus hijos usar el IPad. Y quizás por eso
altos directivos de empresas tecnológicas de Silicon Valley mandan a sus
hijos a una escuela que no usa pantallas.
No nos dejemos enredar por la idea de que
“la mejor educación en el uso responsable de las tecnologías se hace
adelantando la edad de uso”. Los estudios no respaldan esa hipótesis,
que demasiadas veces nos presentan fundaciones y empresas educativas
patrocinadas por entusiastas empresas tecnológicas. Es una lástima que
el ámbito científico no tenga los recursos económicos suficientes para
divulgar sus hallazgos, para competir contra los ilimitados presupuestos
de marketing de las empresas tecnológicas y contra el “trance digital”
que sufren algunas empresas educativas. Ese trance digital es contagioso
y puede hacer perder la perspectiva a más de un padre, llevándoles a
percibir un cambio tecnológico con una actitud de fascinación casi
apocalíptica, que interpreta el cambio tecnológico como radicalmente
determinante y revelador del futuro, como una condición sine qua non para el progreso de la educación de sus hijos.
Al ritmo actual de la obsolescencia
tecnológica, esa tesis no es realista. Claro que es importante la
tecnología, claro que mejora nuestra calidad de vida. ¿Quién se imagina
conduciendo sin GPS y con mapas enormes de papel, siendo operado con
tecnologías antiguas, buscando una dirección o planificando vacaciones
sin Internet, o trabajando a diario sin un ordenador en condiciones? No,
no se trata de ser un nostálgico del papel. Sin embargo, la tecnología
es útil y maravillosa en mentes preparadas para usarlas, no en mentes
inmaduras que todavía no tienen capacidad de autocontrol, templanza,
fortaleza y sentido de la intimidad. En un mundo con más pantallas que
ventanas, la mejor preparación para el mundo digital siempre será la que
ocurre en el mundo en tres dimensiones, en el mundo real.