El
rol del docente infantil siempre ha estado más enfocado en la relación
que estos tuvieran con los niños, que en el dominio de conocimientos
específicos sobre educación infantil
Los docentes infantiles tienen una gran responsabilidad e influencia sobre el desarrollo de sus alumnos
- El rol del docente infantil abarca desde el el campo de la investigación científica hasta la organización y la administración de las instituciones preescolares.
- ¿Cómo deben ser los educadores preescolares? ¿A qué retos se enfrentan?
- La regulación de la formación necesaria para ser docente ha sido clave para su consolidación profesional.
En la actualidad, los programas universitarios para formación de pedagogos infantiles
tienen una duración de cinco años y deben estar acreditados para poder
ofrecer sus servicios a la comunidad. Su enfoque formativo es crear
profesionales críticos respecto a su práctica académica.
El pedagogo infantil trabaja con niños que se encuentran en la etapa más temprana de la vida, por lo que la influencia que se ejerce sobre ellos tiene un particular impacto en las siguientes fases de aprendizaje. Por todo ello, la formación del educador infantil es un asunto complejo y difícil de dilucidar.
El carácter técnico que durante tanto años tuvo la formación del educador infantil produjo un deterioro en la cualificación social de este profesional. Inclusive, muchas instituciones aún contratan a personas no graduadas en educación infantil o pedagogía y les dan una responsabilidad para lo cual no están preparadas.
Esta es una problemática que afrontan las instituciones formadoras de formadores, y por ello es importante configurar espacios para la reflexión permanente sobre las implicaciones que tiene para el futuro maestro de preescolar en esta realidad social.
Ante esta situación, surgen múltiples interrogantes. ¿Cómo se percibe a sí mismo el educador preescolar? Como una persona que le gustan los niños. ¿Cómo lo perciben los demás? Como una persona que cuida a los pequeños y que estudia para ser docente porque es una carrera fácil y no puede con otras disciplinas. ¿Son reales estas apreciaciones?
Por ello, el docente especializado en la infancia debe trabajar por cambiar muchos factores que afectan su labor formadora, entre ellas su currículo oculto, es decir, las vivencias de su niñez, la forma como aprendió, tanto en su vida escolar como en el hogar y las presiones que ejercen sobre él los padres de familia, la comunidad en general y las instituciones, en especial en lo referente a las exigencias de las innovaciones curriculares.
El docente debe reevaluar los viejos modelos de escuela que lo señalaban como la autoridad en el aula y el único poseedor del conocimiento. Asimismo, debe reconocer que asistir a talleres de actualización no es suficiente; es preciso que reflexione de manera permanente acerca de los procesos que tienen lugar en el aula y asuma un compromiso de cambio continuo, ya que su formación es un proceso que nunca acaba.
El maestro debe interactuar con las instituciones y los padres de familia en lo que se refiere a las metas de desarrollo integral del niño. En la actualidad, se maneja un concepto de jardín académico que es valorado más por consideraciones sociales y económicas que por una buena pedagogía.
En muchas instituciones, con el apoyo de los padres, o inducidos por estos, se da mayor importancia a la instrucción formal que a espacios para el desarrollo de la creatividad y el juego; los niños son sometidos a presiones excesivas, porque se cree que leer a los 3 años o intentar aprender una segunda lengua antes de que hable correctamente la lengua materna es un logro.
Se cree que así se aprende, es decir atiborrando al estudiante de conocimientos, sin considerar los criterios de socialización y desarrollo integral y, sobre todo, sin tener en cuenta la vivencia cotidiana del educador con los niños.
Con el propósito de cambiar esta visión se deben diseñar programas educativos saludables, en los cuales se respete la individualidad del niño y su etapa infantil y se convierta su paso por el preescolar en una experiencia agradable y placentera.
Ser docente de preescolar es tener la oportunidad de enfrentarse cada día a una caja de sorpresas: una sonrisa, el llanto, un logro, un interrogante difícil de responder, situaciones que hacen del ejercicio académico una labor gratificante y un reto permanente.
El pedagogo infantil trabaja con niños que se encuentran en la etapa más temprana de la vida, por lo que la influencia que se ejerce sobre ellos tiene un particular impacto en las siguientes fases de aprendizaje. Por todo ello, la formación del educador infantil es un asunto complejo y difícil de dilucidar.
El carácter técnico que durante tanto años tuvo la formación del educador infantil produjo un deterioro en la cualificación social de este profesional. Inclusive, muchas instituciones aún contratan a personas no graduadas en educación infantil o pedagogía y les dan una responsabilidad para lo cual no están preparadas.
Esta es una problemática que afrontan las instituciones formadoras de formadores, y por ello es importante configurar espacios para la reflexión permanente sobre las implicaciones que tiene para el futuro maestro de preescolar en esta realidad social.
Ante esta situación, surgen múltiples interrogantes. ¿Cómo se percibe a sí mismo el educador preescolar? Como una persona que le gustan los niños. ¿Cómo lo perciben los demás? Como una persona que cuida a los pequeños y que estudia para ser docente porque es una carrera fácil y no puede con otras disciplinas. ¿Son reales estas apreciaciones?
Más que buenas intenciones
Las respuestas a los anteriores interrogantes indican que no bastan las buenas intenciones. El docente infantil debe estar bien preparado para asumir la tarea de educar a las nuevas generaciones, y ello implica no solo la responsabilidad de transmitir conocimientos básicos para el preescolar, sino también el compromiso de afianzar en los niños valores y actitudes necesarios para que puedan vivir y desarrollar sus potencialidades plenamente, mejorar su calidad de vida, tomar decisiones fundamentales y continuar aprendiendo.Por ello, el docente especializado en la infancia debe trabajar por cambiar muchos factores que afectan su labor formadora, entre ellas su currículo oculto, es decir, las vivencias de su niñez, la forma como aprendió, tanto en su vida escolar como en el hogar y las presiones que ejercen sobre él los padres de familia, la comunidad en general y las instituciones, en especial en lo referente a las exigencias de las innovaciones curriculares.
El docente debe reevaluar los viejos modelos de escuela que lo señalaban como la autoridad en el aula y el único poseedor del conocimiento. Asimismo, debe reconocer que asistir a talleres de actualización no es suficiente; es preciso que reflexione de manera permanente acerca de los procesos que tienen lugar en el aula y asuma un compromiso de cambio continuo, ya que su formación es un proceso que nunca acaba.
El maestro debe interactuar con las instituciones y los padres de familia en lo que se refiere a las metas de desarrollo integral del niño. En la actualidad, se maneja un concepto de jardín académico que es valorado más por consideraciones sociales y económicas que por una buena pedagogía.
En muchas instituciones, con el apoyo de los padres, o inducidos por estos, se da mayor importancia a la instrucción formal que a espacios para el desarrollo de la creatividad y el juego; los niños son sometidos a presiones excesivas, porque se cree que leer a los 3 años o intentar aprender una segunda lengua antes de que hable correctamente la lengua materna es un logro.
Se cree que así se aprende, es decir atiborrando al estudiante de conocimientos, sin considerar los criterios de socialización y desarrollo integral y, sobre todo, sin tener en cuenta la vivencia cotidiana del educador con los niños.
Con el propósito de cambiar esta visión se deben diseñar programas educativos saludables, en los cuales se respete la individualidad del niño y su etapa infantil y se convierta su paso por el preescolar en una experiencia agradable y placentera.
Ser docente de preescolar es tener la oportunidad de enfrentarse cada día a una caja de sorpresas: una sonrisa, el llanto, un logro, un interrogante difícil de responder, situaciones que hacen del ejercicio académico una labor gratificante y un reto permanente.