14.9.20

COMPARTIR O NO COMPARTIR. UNA VISIÓN MONTESSORI

 

Una escena muy común, que seguro todas las madres y padres hemos vivido, es estar en un parque con nuestros hijos y ver  a un niño pequeño llorando porque otro le ha cogido un juguete, y la madre del niño que llora diciéndole: – ¡NO LLORES, HAY QUE COMPARTIR! Y es más, diciéndole a la mamá del otro nene: -¡Tranquila, que lo coja tu hijo, tiene que aprender a compartir! O suena, ¿verdad? Como si el niño fuera a aprender así  a base de disgustos.

En este tema tenemos opiniones encontradas, y a veces, nosotras mismas, no sabemos muy bien cómo actuar. ¿Compartir o no compartir?

Antes de nada, COMPARTIR, tiene que ver con permitir que otra persona use tus cosas o tu tiempo, cosas de ambos o de uso público. Su definición: “Dar, una persona, parte de lo que tiene para que otro la pueda disfrutar conjuntamente con ella. Usar o poseer una cosa en común o realizar algo conjuntamente”.

Por tanto, teniendo en cuenta la definición de la palabra, si dos o más personas no usan  a la vez el objeto en cuestión, no es compartir, sino prestar. Definición de prestar: “Dar una cosa a una persona para que la use durante un tiempo y después la devuelva”. Se comparte casa, comida, gastos, etc. Se prestan libros, coches, dinero, etc. Son conceptos muy similares pero con connotaciones distintas. Lo que intentamos que hagan los niños en los parques no es compartir sino prestar.

Aclarado este tema conceptual, me gustaría empezar diciendo que a compartir se aprende con el tiempo, se necesita el desarrollo cerebral y la madurez personal. Un niño pequeño no tiene aún desarrollada la madurez necesaria como para comprender que si presta su juguete después se lo van a devolver. Están en una etapa en la que sólo tiene en cuenta sus propias necesidades, es una cuestión de supervivencia, necesita estar cerca de todo lo que considera suyo porque le aporta seguridad.

Os voy a contar cómo se gestiona este tema en un aula Montessori y, por supuesto, cómo intentamos que se aplique lo mismo en los hogares.

 

Una de las características más singulares de un aula Montessori es que sólo hay un material de cada, por lo tanto, ocurre en muchas ocasiones que un niño va a coger un material y está ocupado. Esta forma de organizar el aula no es casual, se hace así a propósito. Con esto queremos conseguir que los niños aprendan a  esperar su turno y aprendan a cuidar un material que es de todos, porque si se daña no hay otro, se retira hasta que se repara o se cambia, y eso puede tardar un tiempo. Esto es aprender a compartir, en el día a día, dándose cuenta los niños, que comparten un espacio con unos materiales que tienen  que cuidar y que pueden usar libremente pero cuando estén disponibles.

Esto se puede replicar en nuestros hogares teniendo sólo un juguete de cada para que los hermanos aprendan a compartirlo, igual que compartimos el baño, la cocina, o cualquier cosa que requiera esperar tu turno si está ocupado. Con esta forma de hacer se les enseña a los niños actitudes muy positivas que les van a ayudar mucho en la formación de su personalidad: aprender a esperar para usar un material que es de uso común, aprender  a cuidarlo  porque es de todos, aprender a dejarlo en su lugar para que el próximo que lo necesite lo encuentre allí. Hay adultos que aún no tiene integradas en su personalidad estas tres facetas, tan importantes para la buena convivencia. Son comportamientos que cultivan la paciencia y el orden.

En nuestra casa, es beneficioso que los hermanos compartan sus cosas, pero no desde la obligación, sino desde el buen entendimiento de ser conocedor que el otro necesita ese objeto y lo va a cuidar. Para fomentar esto es conveniente no tener juguetes por duplicado por aquello de “que no se peleen”, por ejemplo, no comprarles un cubo rubik a cada uno, sino sólo uno para todos. Esta actitud, se debe fomentar actuando como ejemplo, que los niños vean que nosotros también somos generosos y compartimos nuestras cosas.

¿Entonces en un aula Montessori se comparte?  Sí, los materiales del aula son de todos y se usan y cuidan entre todos, pero si un alumno lleva un día un objeto suyo a clase para mostrarlo a sus compañeros, (hay días que se permite que los alumnos traigan cosas de casa para mostrarlas o hablar sobre ellas), será libre de prestarlo o no prestarlo a sus compañeros. Esta es la gran diferencia. Es de sentido común y tan fácil como lo que hacemos los adultos entre nosotros, en nuestra vida diaria, si un compañero me pide que le preste mi coche, dependerá de muchos factores que lo haga o no lo haga.

Volviendo a la situación inicial del parque, si nuestro hijo va con un juguete al parque y no quiere prestárselo a otro niño no debemos obligarle a hacerlo, esta obligación no le va a enseñar a compartir, le va a enseñar que sus necesidades no están siendo respetadas, le va a enseñar a decir SI cuando quiere decir NO, le va a enseñar a  no respetarse a sí mismo porque pondrá siempre por delante las necesidades de los demás antes que las suyas propias, le va a enseñar a apropiarse de objetos cuando el otro no quiera porque si se lo hacen a él y no pasa nada entiende que es lo que está permitido en la sociedad. Todo ello actitudes nada positivas para la formación de su personalidad, autoestima y para una adaptación saludable a la sociedad.

Así pues, aprender a compartir no se da desde la imposición, no funciona. Realmente, nada funciona desde la imposición. Si pretendemos que preste sus cosas sin querer dañaremos su autoestima, su capacidad de decisión y su escucha a sí mismo, a sus necesidades. Le habremos domesticado. Educar no es domesticar. Enseñar o educar valores, como puede ser compartir, es un proceso que se da poco a poco, sirviendo de modelo,  mostrando que si prestamos algo es desde el amor al otro y a uno mismo y no desde la obligación. No hace falta decirlo, los niños lo observan e interiorizan todo muy pronto. El fin último es que ese valor penetre suavemente en la forma de ser del niño. Y si nunca llega a nacer de él compartir sus cosas, no pasa nada, seguro tendrá otros valores positivos. Recordemos la idiosincrasia de cada persona, aquello que nos hace únicos siempre permaneciendo fieles a nosotros mismos.