14.2.22

Catherine L'Ecuyer: "Creo en la educación basada en las evidencias y no en las ocurrencias"



Escritora, doctora en Educación y Psicología y madre de 4 hijos, Catherine L’Ecuyer es una de las voces más respetadas del panorama educativo. Su primer libro, Educar en el asombro (2012), en el que alertó de los riesgos de la sobreestimulación en la infancia, alcanza 32 ediciones y ha sido publicado en 8 idiomas y en 60 países. Diez años después, su tesis, en la que defiende una educación basada en la exploración de la realidad, está reconocida internacionalmente como una nueva hipótesis/teoría de aprendizaje. Contra los “tecno-mitos” cargó en su segundo libro, Educar en la realidad (2015), en el que planteó una seria advertencia de las consecuencias negativas del uso de las tecnologías en el aula, en una hipótesis que cada vez tiene más consenso científico. 

La autora, que se muestra contundente ante esa educación que persigue “amoldar al alumno al mercado laboral o al proyecto político de turno”, en vez de “transformar a la persona para que alcance la perfección de la que es capaz su naturaleza”, presenta, por primera vez en Madrid, su nuevo libro, Conversaciones con mi maestra. Será el 9 de febrero a las 18:00 horas, en el Centro de Formación de Boadilla del Monte, aforo libre, y pretende dar algunas claves para los padres que estén vacilantes ante las actuales teorías de educación. Ella lo tiene claro: “Hemos de readaptar a nuestros hijos a la realidad”.

En su último libro, Matías, un joven estudiante de Primaria, conversa con una profesora suya, ya jubilada, sobre las corrientes educativas. ¿Con quién conversa Catherine L’Ecuyer?

Por un lado, diálogo con los clásicos, empezando por los griegos. Para la corriente clásica, la educación tiene como finalidad a la persona que se educa. El fin de la educación no es amoldar al alumno al mercado laboral o al proyecto político de turno, es transformar a la persona para que alcance la perfección de la que es capaz su naturaleza. Por otro lado, diálogo con los estudios. Creo firmemente en la educación basada en las evidencias, y no en las ocurrencias.

El libro se preocupa por explicar las corrientes filosóficas que sustentan los actuales métodos educativos. Constructivismo, mecanicismo, voluntarismo, realismo, idealismo, romanticismo, etc. Leyéndolo, uno tiene la intuición de que la mayoría de los educadores, sean maestros o padres, las desconocen. ¿Estamos improvisando en educación?

BIO

  • Catherine L’Ecuyer es canadiense, afincada en Barcelona, máster por IESE Business School, máster Europeo Oficial de Investigación y Doctora en Educación y Psicología. Es investigadora y autora de varios libros y artículos sobre el tema de la educación, entre ellos Educar en el asombro (32ª ed.), Educar en la realidad (12ª ed.) y Conversaciones con mi maestra (2ª ed.), publicado recientemente por Espasa.

A menudo se confunden fines y medios. Para adoptar los medios adecuados, uno tiene que tener en vista los fines que persigue. Sin un norte claro, vamos improvisando sobre la marcha, recurriendo a métodos que “suenan bien”, porque son “tendencia”.

Hoy en día la palabra mágica es "innovación".

Si, y algo se considera bueno por el mero hecho de ser nuevo. La novedad no es un concepto educativo, es un concepto comercial. La educación no es verdadera por ser innovadora, es innovadora por ser verdadera. Y es verdadera cuando los fines que persigue toman en cuenta la naturaleza de la persona, tienen un propósito inteligente. Sin ese propósito, vamos como pollos sin cabeza y nos rendimos a un activismo pedagógico que agota al profesorado y a los alumnos.

No cabe duda, sin embargo, que estas corrientes filosóficas sustentan los métodos educativos. Para saber educar, hay que saber cómo conocemos. ¿Cuál de ellas predomina en la actualidad?

La tendencia dominante es la corriente romántico-idealista, inspirada principalmente en el Emilio de Rousseau, por la que la educación está al servicio del proyecto político, no al revés. Por tanto, el aula asume una función de militancia social y política.

"El fin de la educación no es amoldar al alumno al mercado laboral o al proyecto político de turno, es transformar a la persona para que alcance la perfección"

El libro hace un alegato en favor de que se respete el derecho de elección de los padres, también en la educación pública. ¿A qué se refiere?

A menudo se plantea la defensa de la libertad educativa en términos de “lo mío, lo mío”. La libertad educativa no se puede plantear en esos términos sin creer una escisión social que solo contribuye a aumentar la lucha de clases sociales. ¿Es normal que unos padres que pagan impuestos no puedan escoger el proyecto educativo de sus hijos? ¿Por qué no existen colegios Decroly, Montessori, tecnológicos, analógicos, clásicos, en la red de escuelas pública? ¿Por qué solo pueden escoger esos modelos pedagógicos los que tiene ingresos altos? Si hubiese libertad de escoger en la pública, nos encontraríamos con muchísima más gente acudiendo a la pública, y con una gran mezcla en los niveles socioeconómico. Estoy segura que eso contribuiría a cerrar la brecha socioeconómica.

"¿Es normal que unos padres que pagan impuesto no puedan escoger el proyecto educativo de sus hijos?"

Defiende que haya coherencia en el ideario escolar de un centro. Es decir, que lo que aparece en la página web responda a la verdadera corriente y al método educativo que se aplica. ¿Qué consecuencias puede tener la incoherencia en el ideario?

Cada método e ideario responde a una corriente educativa concreta. Tiene que haber una coherencia entre lo que quiere hacer el colegio (el ideario), lo que dice que hace (el marketing educativo) y lo que hace (la realidad del día a día en las aulas). En ese aspecto, algunos colegios son monstruos con tres cabezas, unos monstruos que se convierten en las peores pesadillas de los padres, porque son incapaces de encontrar un colegio que sea continuación de su proyecto familiar. Al final, son los alumnos quienes pagan el precio más alto de esa incoherencia porque los métodos que se emplean apuntan a objetivos distintos y, a menudo, contradictorios.

En los programas universitarios de Educación Infantil y Primaria, apenas hay espacio para asignaturas como Filosofía de la Educación o Teoría de la Educación. ¿Crees que esto es parte del problema?

Creo que es una clase optativa en algunos grados. Los alumnos de magisterio estudian los métodos, pero pocas veces saben de dónde vienen esos métodos y a qué apuntan. Es la razón por la que he escrito Conversaciones con mi maestra. Creo que todos los maestros y los padres deberían tener un mínimo de conocimientos acerca de los métodos educativos y de sus orígenes.

Hablemos, por ejemplo, de las inteligencias múltiples, una teoría desarrollada por Howard Gardner que, casi contra el propio criterio del autor, se ha convertido en un método educativo.

Gardner afirma que existen ocho inteligencias: la verbal-lingüstica, la lógica-matemática, la visual-espacial, la intrapersonal, la kinestésica, la interpersonal, la naturalista y la musical-rítmica. Quiso llamarlos talentos, pero al final habló de inteligencias. Su teoría ha sido muy criticada por sus pares en Estados Unidos.

¿Sabemos qué consecuencias tiene su aplicación en el aula?

No me parece mal destacar el amplio abanico de intereses que puede tener un niño, pero es una teoría que, aplicada al aula sin entender sus limitaciones, puede ser problemática, pues conlleva el riesgo de encasillar a los niños de forma muy temprana, antes de que puedan tener contacto profundo con todos los ámbitos del conocimiento. Por ejemplo, el niño puede pensar «no sirvo para mates», y deja de esforzarse pensando «no es lo mío» y encasillarse en un ámbito que se le da bien. Es darle un consuelo barato a cambio de finiquitar su preocupación por no dominar un ámbito en una edad temprana en la que no se espera de él que domine ninguna materia.

Parece, entonces, que se han implantado en educación algunas teorías sin contar con una clara evidencia científica. En el libro te refieres, por ejemplo, a los “neuromitos”. ¿De qué estamos hablando?

Un neuromito es una mala interpretación de la neurociencia aplicada al ámbito educativo. La neurociencia se está convirtiendo en “el traje de dignidad” de la pedagogía, pero hay cada vez más neurocientíficos que advierten del “emperador desnudo”. No es cierto, por ejemplo, que “todo se juega de 0-3 años”, o que haya que “enriquecer al máximo el ambiente durante los primeros años del niño”, o que “tenemos una inteligencia infinita”. Esos mitos contribuyen a justificar el método de la estimulación temprana, una teoría obsoleta y conductista, por cierto.

A propósito de la estimulación temprana, muchos colegios la han implantado. Sin embargo, cada vez nos encontramos con niños más aburridos, más retraídos, más apagados. En tus páginas, explicas que ello se debe, en parte, a que la capacidad sensorial de los niños está empachada por multitud de estímulos…

El conductismo da por supuesto que nada se desarrolla y se aprende, que todo se estimula y se inculca. Trata al niño como una caja negra en la que entra un estímulo y sale una respuesta. Para esa corriente, el niño es un ser programable, un ser pasivo que solo reacciona ante castigos, recompensas, y estímulos frecuentes e intermitentes. A esa visión, le va como un guante la estimulación temprana, que consiste en bombardear al niño “cuanto antes y más mejor”. Entonces el bombardeo se sustituye al asombro, al interés innato del niño, y el niño se vuelve pasivo y se aburre. Luego pasa a depender de los estímulos externo.

Siempre has defendido que el asombro, en línea con la filosofía clásica, es el punto de partida del conocimiento. Parece, sin embargo, que los niños se asombran cada vez menos. ¿A qué se debe?

Precisamente a que la sobre estimulación haya adormecido el asombro del niño. Hemos de volver a ritmos lentos y menos ruidosos, dejar que el niño descubra la realidad a su ritmo. Cuando el niño está constantemente al remolque de estímulos frenéticos, es incapaz de disfrutar con la realidad lenta: la lectura, la conversación, la observación. Hemos de readaptar a nuestros hijos a la realidad.

En el libro criticas duramente a las empresas tecnológicas, por haber antepuesto sus intereses comerciales al bien de los alumnos. En la era de la digitalización, ¿cómo se defiende esta postura?

Las empresas tecnológicas no están en el negocio de vender contenidos a los que compran o usan sus productos o plataformas, están en el negocio de entregar la atención de sus usuarios a los que patrocinan sus contenidos. Ese modelo de negocio no puede desvirtuar el fin de la educación. La escuela, como primer y último espacio de libertad, debe marcar las líneas rojas que no pueden ser rebasadas. Debe mantenerse firme y luchar para que la lógica económica de las plataformas tecnológicas y de sus algoritmos se queden fuera de sus aulas.

Citando a Platón, escribes que “educar es ayudar a desear lo bello”. ¿Estamos obviando la belleza en la educación?

Algunos dirán que sobre belleza no hay nada escrito. Sobre belleza hay mucho escrito, sin embargo, leemos muy poco. Hemos de hacer la distinción entre la “belleza-moda” y la belleza tal como la entendían los griegos. Decían que es la expresión visible de la verdad y de la bondad. Educar es dar oportunidad de belleza.

La educación del tú a tú, la educación personalista, es la espina dorsal del texto. Tenemos maestros cada vez más agotados, metidos en la espiral del “papeleo”. Parece un verdadero problema.

Sí, antes hablábamos del monstruo de tres cabezas. Un director de centro me recordó hace unos días que existe una cuarta cabeza: lo que pide el Gobierno. Cuando un profesor está atrapado en la vorágine del papeleo y debe modificar sus clases cada ocho meses para adaptarlas a lo que pide la Administración, entonces queda poco tiempo para educar.

La conversación entre Matías y Casilda, personajes del libro, se da siempre en momentos muy cuidados. La maestra se preocupa, a través de múltiples detalles, por favorecer un clima de reflexión, de respeto, de disfrute y de belleza. ¿Cuál es el mejor ambiente para educar?

Casilda sabe que Matías es protagonista de su educación. Ella propone y él decide si hace suyo, o no, lo que ella le explica. Como decía Agustín de Hipona, “cuando los maestros hayan dado sus explicaciones, entonces los alumnos reflexionarán en su interior sobre si lo que se ha dicho es cierto o no, y es entonces cuando el aprendizaje ocurre realmente.” Necesitamos padres, maestros que encarnen esas cualidades con sus vidas, porque la belleza solo se transmite a través de la belleza.