14.2.22

CARTA DE FREUD A MARÍA MONTESSORI, fechada en diciembre de 1927

 

CARTA DE FREUD A MARÍA MONTESSORI, fechada en diciembre de 1927, y escrita originalmente en alemán.

* La hija que Sigmund Freud menciona en su carta, es Anne Freud, quien conoce a Maria Montessori hacia 1914.
Anne se inspira en Montessori para desarrollar su trabajo con la infancia. Durante la Segunda Guerra Mundial, fundó en Londres las Hampstead War Nurseries, una guarderìa y varias residencias para niños, donde aplicó el sistema Montessori.
Por su parte, Maria le decía tanto a Anne como a Sigmund 'os olvidais del niño, la infancia es importante, hay que centrarse en la asistencia pronta del niño'.

Viena, IX, Berggasse, 19, 20-12-1927 (5).
Muy señora mía:
Me produjo gran placer recibir carta suya. Como durante años me preocupó el estudio de la psique infantil, sus inteligentes y humanitarios esfuerzos cuentan con toda mi simpatía, y mi hija, que es pedagoga analista, se considera discípula suya.
Será un placer poner mi nombre junto al suyo al pie del llamamiento para la fundación de un pequeño Instituto como el planeado por Frau Schaxsl. La resistencia que mi nombre pudiera suscitar entre el público tendrá que ser superada por el brillo que irradia el suyo.
Le saluda atentamente,
Freud.

 

MAESTRO DE AMOR, por María Montessori
El niño es extremadamente sensible a todo lo que siente del adulto y quisiera obedecerle: no tenemos idea de cómo está dispuesto a obedecernos desde cada una de las fibras de su cuerpo, en modo perfecto, siempre: es más, esto es lo que lo caracteriza. He aquí una pequeña anécdota: un niño pone la pantufla en la cama y su mamá le dice: “La pantufla está sucia, no se pone ahí”, y limpia con una mano la colcha. Entonces el niño cada vez que ve las pantuflas repite: “está sucia”, y con las manos va a limpiar la colcha de la cama.
Qué queremos decir: el niño es sensible a un punto extremo, a un grado impresionable, que el adulto debería vigilar todos los actos y palabras, porque éstos se le graban en la mente. Él es todo obediencia, porque la obediencia para él, es la vida.
El adulto es un ser venerable, amado, de cuya boca surge la sabiduría que lo guía; el niño es tocado, como si un proyectil espiritual le entrara en el corazón.
Ante un capricho debemos, por lo tanto, pensar que esto puede ser un acto vital, una defensa profunda, y reflexionar que el niño está siempre listo a amarnos y obedecernos.
El niño ama al adulto: esto debe estar siempre presente en nuestro espíritu. Decimos: “¡El adulto ama al niño, la madre ama al niño!” Hasta decimos: “¡La maestra ama a los niños!”
Dicen que es necesario enseñar a los niños a amar a la madre, al padre, a la maestra, es necesario enseñarles a amar a todo y a todos. ¿Quién es este maestro de amor que quiere enseñar a los niños a amar? ¿acaso es aquel que juzga como caprichos todas sus manifestaciones y que piensa en defenderse contra ellos? El adulto no puede convertirse en maestro de amor sin un ejercicio especial y sin abrir los ojos de la conciencia, para ver un mundo más vasto.
El niño ama muchísimo al adulto. Cuando va a la cama, siempre quiere que la persona amada esté con él. Sin embargo, la persona amada dice: “Hay que impedir este capricho: el niño no debe adquirir esta mala costumbre de no saber dormirse sin que alguien esté cerca”.
O bien otro ejemplo: “El niño quiere ir a la mesa con nosotros y llora si no lo dejamos, ¡como si pretendiera que no comiéramos!” Esta es la voz del adulto, sin amor hacia el niño.
El niño desea estar presente cuando sus seres queridos comen; él no come, pues es un pequeño en el primer año de vida y toma solamente leche. Sin embargo, llora mientras comemos y si lo tuviéramos en la mesa con nosotros no lloraría; o bien se lamenta cuando quien come se olvida de él: quiere que lo vean y que lo consideren en la conversación.
¿Quién más llorará durante todo un día por el deseo inmenso de vernos, aunque esté en ayunas, mientras nosotros comemos?
Un día, tristemente diremos: “No hay nadie que llore por el deseo de tenerme cerca cuando está por dormirse. Todos piensan en sí mismos, se duermen llenos de pensamientos del día transcurrido, ¡nadie se acuerda de mí!”
Sólo el niño se acuerda y todas las noches dice: “¡No me dejes, quédate cerca de mí!”, y el adulto responde: “No puedo, tengo qué hacer, ¿qué es este capricho?” Entonces piensa en corregirlo, porque de lo contrario, ¡nos haría a todos esclavos de su amor!
En ocasiones el niño se despierta en la mañana y va a despertar a papá y a mamá que quisieran dormir: este es el capricho del que todos se quejan. Pero el niño que baja de la cama es un ser puro que hace aquello que deberían hacer todos: Cuando sale el sol todos deberían levantarse, pero los padres todavía duermen y este pequeño ser va, como si dijera: “Aprendan a vivir sanamente, en la mañana se deben despertar”. Pero el niño no es un maestro, solamente va a verlos porque los ama; tal vez tendrá que atravesar cuartos aún obscuros, cerrados para no dejar pasar la luz demasiado temprano; el niño va, se tropieza, no tiene miedo de la obscuridad, no tiene miedo de las puertas cerradas y llega cerca al padre y la madre, y los toca dulcemente. Cuantas veces le dicen: “Niño, no me despiertes en la mañana” y el niño responde: “¡No te desperté, sólo te di un beso!” y los padres piensan en cómo corregirlo. Pero ¿en qué otra ocasión durante nuestra vida sucederá que alguien, apenas se despierte, desee correr hacia nosotros, superando cualquier dificultad, sin la intención de despertarnos sino de darnos solamente un beso? ¿Quién más hace esto por nosotros?
El niño que ama despierta, no solamente en la mañana, al padre y a la madre, que muy frecuentemente se duermen en la vida. Todos tenemos la tendencia a dormirnos sobre las cosas y hace falta un nuevo ser que nos despierte y nos tenga atentos con maneras que no sean nuestras, alguien que actúe de manera diferente y cada mañana venga a decirnos: “Mira, hay una vida mejor, aprende a vivirla”
Vivir mejor, porque el hombre va degenerándose y el niño le ayuda a subir. Si el adulto no hace caso, se pierde y poco a poco se cubre de una costra dura y se vuelve insensible.
MARÍA MONTESSORI, en "El Niño en Familia"