19.12.20

Maria Montessori: la pedagoga que revolucionó el mundo

 

Abrió la puerta y sintió un vértigo en el centro del pecho. Un gran vacío que tiraba de ella la aspiraba hasta llevarla a un punto de desolación.

–Hola –, dijo, pero ninguna de las veinte cabecitas que flotaban entre aquellas paredes desnudas y frías le respondió. Algunos dormitaban en un rincón; otros, sobre la superficie de sus pupitres vacíos. Por la ventana que daba al patio apenas entraba un rayo de luz.

Maria se dirigió a la cuidadora, una mujer mayor, vestida de negro, que hacía media sentada junto a la puerta.
–¿Siempre están así? – le preguntó.
–Oh, sí. Solo se espabilan cuando llega la hora de comer. ¡Son unos glotones! Cuando terminan se lanzan a coger con los dedos las migas de pan que han quedado por el suelo… – contestó la mujer.

Maria se dio la vuelta para fijarse otra vez en aquellas criaturas. “Retardados”, les llamaban. Muchos sencillamente habían sido abandonados allí, depositados en una habitación vacía, con la única compañía de la guardiana que hacía media. Niños de mirada vacía. Niños de corazón deshinchado, sin vida, sin amor. Niños cuyo cerebro prefería dormir.

Se dio cuenta de algo importante: el amor era necesario para despertar la inteligencia.

Se acercó a la ventana y abrió de par en par los pesados postigos. Un rayo de sol entró en la habitación. Maria dio unas palmadas en el aire y una cabecita se levantó. Después otra. Y otra más.
–¡Muy bien! Niños, aquí, venid.
Un niño rubio, con la cabeza pelada, se le acercó.
–Me llamo Maria, Maria Montessori. ¿Y tú? –le preguntó.
–Luigi –contestó tímidamente.

Le pasó la mano por la cabeza y el niño cerró los ojos para sentirla mejor. Cuando quiso apartarla, el pequeño la retuvo para que siguiera acariciándolo. Cuánto afecto iban a necesitar aquellos niños, se dijo Maria.


La escuela es la casa de los niños

Con la luz del sol, en el aula entró la vida. Es decir, el estímulo básico para el desarrollo de la inteligencia: la curiosidad y, más allá aún, un porqué que permita que la curiosidad se despliegue. Un sentido. Y el sentido, para aquellos niños, fue Maria.

Jugar al aire libre


Con ella pudieron salir a jugar al exterior, en contacto con las plantas, con el aire, con la lluvia, permitir que sus sentidos despertaran. También despertó en ellos una conciencia de sí, empezando por el nombre propio y siguiendo por identificar los gustos y la personalidad de cada uno, en vez de sentirse un cuerpo anónimo dentro de la masa de los “retrasados”.

Cuando ya eran capaces de valorar lo que eran, les enseñó a valorar y cuidar el espacio que habitaban: el aula. A los niños había que darles cosas bellas.

Maria hizo fabricar para ellos letras y números de madera, juguetes didácticos que iban a ser una de las herramientas clave de los futuros colegios Montessori. Pero aún quedaba mucho para eso; primero aquellos niños con déficits mentales debían aprender a leer y a escribir.

Juguetes didácticos. Espacios separados para cada tarea. Responsabilidades a su medida para fomentar su autosuficiencia. En definitiva, muchos estímulos, cuidados y amor. Con estos ingredientes, Maria fue alimentando a los niños a la vez que les enseñaba el temario para el examen decisivo con que quería demostrar al mundo que merecía la pena dedicar recursos a los niños y a su método de educación, pues los niños eran la esperanza del mundo.

La revolución educativa: cada niño es un milagro

Ellos le daban la razón: el cerebro de los niños era una esponja maravillosa que absorbía todo cuanto se le ofrecía y lo devolvía multiplicado. Solo había que adaptarse a su ritmo y a su forma de aprendizaje, y no al revés.

"El niño, con su enorme potencial físico e intelectual, es un milagro frente a nosotros. Este hecho debe ser transmitido a todos los padres, educadores y personas interesadas en los niños porque la educación desde el comienzo de la vida podría cambiar verdaderamente el presente y el futuro de la sociedad”.

La revolución que llevó a cabo Maria Montessori en el ámbito de la educación partió de esta idea tan simple y a la vez tan transgresora.

Lo que se derivaba de ella daba la vuelta completamente al modo como se entendía la escuela hasta entonces: un lugar donde un maestro transmitía conocimientos a unos niños pasivos. Al contrario, para Maria la escuela debía ser un lugar donde la inteligencia y la mente de los niños se desarrollara mediante el trabajo libre con el uso de materiales especiales que proporcionaran conocimientos de modo sistemático y autónomo.

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Escuelas libres: ¿cómo logran acompañar a los niños hacia la felicidad?

Un lugar en el que cada niño trabajara a su ritmo, con relaciones de ayuda mutua entre todos, sin competencia sino con respeto y valoración de los logros de cada uno, y donde los errores se considerasen parte del aprendizaje. En definitiva, un lugar en el que el maestro no modelase a los niños, sino que ejerciera como guía en una educación para la vida y la libertad.

El legado de Maria: Cómo es un aula Montessori

En una escuela Montessori los niños tienen libertad de movimientos y eligen en cada momento la actividad que prefieren dentro de unos ambientes preparados con finalidades didácticas.

Hasta los seis años usan materiales agrupados por sentidos: materiales culinarios para el gusto y el olfato; diversas formas, texturas y temperaturas para el tacto; materiales con diversos colores, dimensiones, volúmenes y formas para la vista; y otros basados en sonidos y música para el oído.

Se trata de fomentar su autonomía y su evolución en los diversos aspectos:

  • La vida práctica: ayuda a desarrollar la coordinación, la concentración, la independencia, el orden y la disciplina.
  • El área sensorial: para el desarrollo de los cinco sentidos.
  • La lecto-escritura: también comienza desde lo sensorial, desde la coordinación ojo-mano y muscular, el sentido de la lateralidad y el trabajo de psicomotricidad gruesa y fina. Por ejemplo, repasando con el dedo formas de letras antes de pasar al lápiz.
  • Las matemáticas: se comienza asociando números a cantidades y yendo de lo concreto a lo abstracto.