5.12.22

RELEER A MARÍA MONTESSORI. Fulvio De Giorgi

 


RELEER A MARÍA MONTESSORI.

MODERNISMO CATÓLICO Y RENOVACIÓN EDUCATIVA

Fulvio De Giorgi

En la historia de la educación son muy pocas las mujeres pedagogas que se recuerdan: entre esas pocas —y tal vez la más importante— se encuentra María Montessori. Científica, feminista, educadora, pacifista, Montessori es, en el ámbito intelectual, la mujer italiana más famosa del mundo. Su obra pedagógica sigue siendo muy estudiada; su «método» continúa vivo y presente en las escuelas infantiles de distintos países.

Pero María Montessori fue también una mujer de fe sincera y fervorosa; jamás —ni en público ni en privado— renegó de su pertenencia a la Iglesia católica, y fue apreciada y alabada por los papas Benedicto XV y Pablo VI.

Sin embargo, una especie de «leyenda negra» se fue creando ya en su tiempo y más tarde, hasta nuestros días (a pesar de algunos trabajos que afirman lo contrario):1 la idea de una Montessori laicista, naturalista, anticristiana y teósofa. De ahí la necesidad de reinterpretar su figura y su obra, ajustándonos a la verdad histórica y sin prejuicios historiográficos.

1. PERFIL BIOGRÁFICO2

1.1. Una «mujer nueva»: científica y educadora

María Tecla Artemisia Montessori nació en Chiaravalle (Ancona), en el seno de una familia de clase media, el 31 de agosto de 1870: apenas un mes antes de la «brecha de Porta Pia», esto es, de que se completara la Unidad italiana (y del fin del poder temporal de los papas). Sus padres albergaban sentimientos católicos pero cultivaban ideales liberal-resurgimentales. Su padre, Alessandro (1832-1915), natural de Ferrara, era funcionario del Ministerio de Economía. Su madre, Renilde Stoppani (1840-1912), oriunda de las Marcas, procedía de una familia de pequeños terratenientes, parientes tal vez del abad Antonio Stoppani, aunque ese parentesco no está documentado. En cualquier caso, este vínculo estaba acreditado en el seno de la familia Montessori y en cierto modo era representativo de las referencias ideales que dominaban en el ambiente doméstico y a las que ya he aludido. Antonio Stoppani era, como es sabido, una figura destacada del catolicismo conciliador y cercano a las ideas de Rosmini: científico, gozaba del aprecio de León XIII, pero también era hombre de fe e investigador atento de las vías de conciliación entre ciencia y religión. Personalidad preocupada por la educación y por la divulgación científica, defensor convencido del estudio de la naturaleza como elemento educativo, Stoppani (muerto en 1891, cuando María tenía 21 años) fue sin duda un punto de referencia significativo en la formación de María Montessori.

Muy pronto la familia Montessori se trasladó primero a Florencia y después, definitivamente, a Roma en 1875. María, hija única, pasó en esa ciudad la infancia y la juventud. Asistió a la escuela elemental de la Vía San Nicolò di Tolentino. Puesto que aspiraba a ser ingeniera, en 1883 empezó a estudiar en la «Regia Scuola Tecnica Michelangelo Buonarroti», y posteriormente, entre 1886 y 1890, en el «Regio Istituto Tecnico Leonardo da Vinci». No obstante, cambió de idea respecto a sus estudios universitarios y, en 1890, se matriculó en la Facultad de Ciencias, para pasar, en 1892, a la Facultad de Medicina, aunque tuvo que superar algunas trabas (incluso por parte del decano Guido Baccelli, que luego sería su defensor). Fue, por tanto, una de las primeras mujeres italianas en realizar esos estudios.

Tras un período inicial de desorientación, comenzó a afianzarse gracias a la notable fuerza de voluntad que poseía: en 1894 obtuvo un premio otorgado por la «Fondazione Rolli». En 1895 conoció a su colega Giuseppe Montesano (1868-1961), con el que fue admitida en la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Roma, dirigida por Ezio Sciamanna, y allí, junto con otro colega, Sante De Sanctis (1862-1935), y bajo su supervisión, realizó la investigación para la tesis de licenciatura, presentada por el propio Sciamanna, sobre Le allucinazioni a contenuto antagonistico, y obtuvo la licenciatura en julio de 1896 («primera mujer licenciada en Medicina en Italia», según una enfática pero inexacta hagiografía). Montesano y De Sanctis fueron representantes destacados de la psiquiatría italiana del siglo XX.

Montessori entró como ayudante en el Hospital de San Giovanni, pero siguió investigando en la Clínica Psiquiátrica (en 1899-1900 obtuvo el diploma de jefe de los servicios sanitarios). En 1897 publicó, con De Sanctis o con Montesano, artículos que ilustraban los primeros resultados de este trabajo. Al mismo tiempo, y precisamente en este contexto científico e intelectual, se iba desarrollando en Montessori un interés por los niños «deficientes», impulsado por la lectura de las obras, escritas unos decenios antes, de Jean-Marc-Gaspard Itard y Édouard Séguin (considerados más tarde precursores de la «pedagogía especial»). Los estudios científicos y médicos llevaron a Montessori a adoptar no una ideología de la ciencia —como encontramos en tantos pedagogos positivistas que procedían de estudios humanísticos— sino auténticas competencias científicas biomédicas, acompañadas de una práctica en la investigación sobre el terreno. Una viva sensibilidad social, cercana a las ansias caritativas de la madre, y la atención científica al «pauperismo fisiológico», a la psiquiatría y al cuidado de los niños «frenasténicos» la condujeron progresivamente al campo educativo, como punto de encuentro entre medicina y pedagogía y como compromiso para «la educación de los deficientes».

También comenzó a interesarse por la emancipación de la mujer y, en 1896, participó en Berlín en el primer Congreso del «International Council of Women» sobre los derechos femeninos, con un notable éxito. Entre 1897 y 1898 estuvo en Francia, primero en París para estudiar las obras de Séguin y luego en el suburbio de Bicêtre para conocer los métodos educativos elaborados por Désiré-Magloire Bourneville. Entretanto, el 31 de marzo de 1898 dio a luz, en secreto, a su hijo Mario (1898-1982), nacido de la relación con Montesano. Criado primero por una familia y luego en un colegio hasta los 15 años, el muchacho conoció a Montessori, que acudía a visitarle, pero no supo por aquel entonces la verdadera identidad de sus padres. Para evitar el escándalo que habría arruinado la prometedora carrera de ambos, decidieron —o fueron obligados por sus padres— mantener oculta su relación y el fruto de ella. María sufrió mucho por esta situación antinatural: según algunos estudiosos, este sería el resorte biográfico oculto de su amorosa e infatigable dedicación a la «liberación» de los niños.

En 1898, Montesano gana el concurso de jefe de servicio en el Manicomio Santa Maria della Pietà en Roma, dirigido por Clodomiro Bonfigli, que defendía la relación entre influencia social y problemas psiquiátricos y que el año anterior había presentado al gobierno, con escaso éxito, la propuesta de una escuela especializada en la educación de los niños deficientes. En este contexto de problemas científicos, Montessori participó, en septiembre de 1898, en el célebre congreso pedagógico de Turín, donde pronunció un discurso de amplio eco, en el que abordó la relación entre medicina y pedagogía y propuso una educación específica dirigida a los niños «anormales». Como recordó: «Habíase convocado en Turín el primer Congreso Pedagógico Italiano, al que concurrieron unos tres mil educadores. Yo, impulsada por una pasión nueva, la que me hacía presentir la misión y la transformación de una selecta clase social, encaminada hacia una redención grandiosa, la clase de los educadores, tomé también parte en el concurso. Entonces era yo una intrusa, porque el feliz enlace de la medicina con la pedagogía no se vislumbraba aún».3

En realidad, las relaciones o, mejor dicho, los trasplantes sincréticos de aspectos científicos en el ámbito pedagógico habían sido prácticamente la norma en el positivismo pedagógico italiano; es decir, había habido una primera (y primitiva) pedagogía científica que contemplaba el paradigma de la ciencia —entendido en términos abstractos— como su propio fundamento epistemológico. En cambio, con Montessori se producía una operación casi opuesta: la investigación científica empírica, realizada de forma directa y rigurosa, exigía un fundamento pedagógico, con referencias espirituales y éticas que iban más allá de los límites del conocimiento científico.4 Esta nueva pedagogía científica, aun manteniéndose rigurosamente como tal, remitía a una dialéctica más profunda —tal vez no resuelta o tal vez simplemente irresoluble porque se mantiene «abierta»— entre ciencia y misticismo (un misticismo que inicialmente puede que tuviera incluso aspectos teosóficos, hasta el punto de que en 1899 está registrada la adhesión de Montessori a la Sociedad Teosófica, adhesión que no será renovada en los años siguientes; insistiremos de nuevo en esta cuestión): una tensión que en cualquier caso, desde la perspectiva montessoriana, se prolongaba en una pedagogía de la libertad, atenta siempre a la dimensión existencial concreta.

En este sentido resultan significativos algunos artículos de la doctora sobre «El despertar educativo» aparecidos entre 1898 y 1899. Montessori presentaba la educación moral como el punto culminante de la obra del científico y escribía que el médico debía amar no solo la ciencia, sino también la «criatura» que tenía delante. Y observaba que la religión podía servir de ayuda a la ciencia en la asistencia educativa de los «locos morales». Se refería de forma explícita a los trabajos de Itard y de Séguin: no los incluía en un paradigma racionalista y científico, sino que los consideraba centrados en la creencia de que en el hombre hay un alma que emana de Dios.

Mientras tanto, en diciembre de 1898, probablemente aprovechando el impacto del congreso pedagógico turinés, Bonfigli creaba el consejo provisional de la «Lega Nazionale per la Protezione dei Fanciulli Deficienti» y llamaba a Montesano para que formara parte del consejo de dirección: también se adhirió a la Liga, entre otras muchas personalidades, uno de los representantes más ilustres de la masonería, Ernesto Nathan. María Montessori, por invitación del ministro Baccelli, se comprometió a fondo en el proyecto, a partir de 1899, con una serie de conferencias cuyo objetivo era sensibilizar a la opinión pública sobre ese problema. La gira comenzó en Milán con una conferencia sobre la «Caridad moderna», en la que aparecía también el tema de la «mujer nueva». Desde hacía algún tiempo, como hemos visto, Montessori se había convertido en paladín del feminismo (especialmente del llamado «feminismo práctico», con vocación filantrópica) y de ideales universales de paz, con una actitud abierta sin compromisos políticos partidistas. En marzo de 1896, fue cofundadora y vicesecretaria de una asociación femenina romana (una de cuyas principales promotoras era Rosa-Mary Amadori, redactora jefa de la revista Vita Femminile) y, en 1899, miembro de la «Unione Materna», junto con la mujer de Nathan, Virginia. Siguió siendo portavoz de las feministas italianas en los foros internacionales, como en el congreso femenino de Londres de 1899, designada por Baccelli, junto con Olga Lodi.

En verano de 1899, Montessori entró a formar parte del comité directivo de la Liga y, en 1900 asumió, junto con Montesano, la dirección de la «Scuola Magistrale Ortofrenica», creada en Roma por iniciativa de la propia Liga y que también llamó la atención del Osservatore Romano. De esta escuela nació, el año siguiente, el «Istituto Medico-Pedagogico», apoyado con entusiasmo por el padre Semeria. La profundización de sus observaciones en la Scuola y los óptimos resultados obtenidos (véase el Riassunto delle lezioni di didattica de 1900) animaron a Montessori —en su intervención elaborada para el II Congreso Pedagógico Italiano5 sobre las «Normas para una clasificación de los deficientes en relación con los métodos especiales de educación»— a desarrollar los trabajos de Séguin desde una perspectiva nueva: «Falta la educación sentimental que, basada en la educación religiosa, podría servir de estímulo, de freno y de guía precisamente en las decisiones de la voluntad».6

Debido a unas discrepancias de opinión, que resultaron ser insalvables, en 1901 se produjo la ruptura definitiva de la relación con Montesano, que se casó aquel mismo año. Montessori abandonó entonces la Liga y la «Scuola Ortofrenica». Entre 1900 y 1906 dio clases de Antropología e Higiene en el «Istituto Superiore di Magistero Femminile» de Roma. En aquellos años estaba estudiando filosofía, pedagogía y antropología, se matriculaba, en 1903, en la Facultad de Filosofía, asistía a clases, intensificaba las relaciones con Giuseppe Sergi pero también tomaba en consideración las enseñanzas de Luigi Credaro, Giacomo Barzellotti y Antonio Labriola. En aquella misma época entró además en contacto con Sibilla Aleramo, entonces compañera de Giovanni Cena. En el ambiente de principios de siglo, el horizonte ya decididamente pospositivista llevaba a Montessori a meditar sobre el pensamiento de Nietzsche, como lo hacía en aquellos mismos años Ellen Key, por cuyo pensamiento también fue influida.

Entre 1904 y 1910, María Montessori fue profesora agregada de Antropología en la Facultad de Ciencias. Dio clases en la «Scuola Pedagogica di Roma», creada y dirigida por Credaro, y publicó las Lezioni di antropologia pedagogica del curso académico 1906-1907 (recogidas taquigráficamente y reunidas por Benedetto Franceschetti). En 1913 fue llamada al Ministerio y liberada finalmente de ese encargo en 1919. El fruto más importante de este período de trabajo científico fue Antropologia pegadogica, obra aparecida, sin fecha, entre 1909 y 1910, en la editorial milanesa Vallardi, y en la que, aun reconociendo su deuda con Sergi, se alejaba del materialismo del maestro.

Montessori tendía a unir cada vez más ciencia y atención a la espiritualidad, como puede verse, por ejemplo, en un artículo aparecido en el diario La Vita del 6 de junio de 1906, dedicado a Tolstói. Se aproximaba con ello a los ambientes del modernismo católico y de lo que podría llamarse «activismo ético» (personajes como Casciola y Semeria y, más aún, Fogazzaro, Giacomelli, Gallarati Scotti). También en 1906 se produjo una importante controversia entre Montessori y la feminista laica Anna Maria Mozzoni, que hablaba de «Eva moderna»: Montessori oponía a esta figura la de la «maternidad social» de María de Nazaret. No obstante, ese mismo año presentó, junto con Mozzoni, una petición al Parlamento para que aprobara el voto de las mujeres, esto es, el sufragio femenino en las consultas electorales.

La amistad con Olga Ossani Lodi llevó a Montessori a colaborar con el diario La Vita, dirigido por el marido de su amiga, Luigi Lodi. Este hecho, debido a la mezcolanza ideal, humana y de género, típica de aquellos años,7 y tal vez más allá de sus propias intenciones, introdujo a Montessori —apoyada ya, como hemos visto, por Baccelli, conocido representante de la maso­nería— en una red de relaciones de carácter masónico y radicaldemocrático. En realidad, el periódico era, por motivos instrumentales evidentes, una publicación abierta y atenta a las demandas del modernismo católico, y se declaraba políticamente independiente. Sin embargo, había nacido con el apoyo de los radicales de Ettore Sacchi, entre los que se encontraba también el masón Roberto Talamo (1855-1918), subsecretario en el «Ministero di Grazia e Giustizia e Culti» en el gobierno (1901-1903) presidido por el masón bresciano Zanardelli, del que Talamo había sido secretario y a cuya herencia política se mantuvo siempre fiel. Fue diputado (desde la legislatura XVIII hasta la XXIV) defendiendo posturas laicas, opuestas a las católicas aunque también a la extrema izquierda y a los socialistas, y miembro del Partido Democrático Constitucional,8 dirigido en Roma por el masón Antonio Vanni, quien contribuyó decisivamente a la victoria del bloque Nathan, en noviembre de 19079 (y La Vita era favorable a la política del bloque, en Roma y en todo el territorio nacional).10

Radical era también el masón «Credaro, el alumno de Wundt, el estudioso de Romagnosi y de Herbart, el filósofo que tiende a conciliar positivismo y kantismo, el sumo pontífice de la pedagogía laica y nacional, fundador de la “Unione Magistrale”, impulsor del Dizionario illustrato di pedagogia y firme defensor de los valores supremos de la escuela pública».11 Y precisamente en el momento de mayor compromiso de Credaro al frente del curso de perfeccionamiento para licenciados de escuelas normales (la llamada «Scuola pedagogica»), se nombraba a Montessori profesora de Antropología Pedagógica, de 1905-1906, a instancias de Giuseppe Sergi.12

Tal vez por esta relación con Credaro y a la vez por la colaboración en La Vita, Montessori despertó el interés de uno de los primeros inscritos en la «Lega Nazionale per la Protezione dei Fanciulli Deficienti», Eduardo Talamo (1858-1916), hermano de Roberto y su defensor en la campaña electoral en Lucania. El 27 de marzo de 1904, impulsada y financiada por la «Banca d’Italia» y promovida por su director, Bonaldo Stringer, próximo a Nathan, se fundó la sociedad anónima «Istituto Romano dei Beni Stabili»,13 para revalorizar el ingente patrimonio inmobiliario de la banca. Ocupó la presidencia justamente el ingeniero Eduardo Talamo,14 quien pidió a Montessori que organizara con criterios modernos una escuela infantil para los hijos de los obreros residentes en los nuevos bloques de viviendas populares de Roma, especialmente en el barrio de San Lorenzo.15 Nacieron así las primeras «Case dei Bambini» (Casas de los niños), es decir, empezó a materializarse la experiencia educativa montessoriana: la primera Casa fue inaugurada oficialmente el 6 de enero de 1907 (en la Vía dei Marsi, 53) y la segunda, el 7 de abril del mismo año. La conferencia que Montessori pronunció en esta segunda ocasión fue publicada luego en un opúsculo con la dedicatoria «al honorable Luigi Credaro, profesor de Pedagogía en la Universidad de Roma».16

Uno de los que apoyaron muy pronto a Montessori y su experimento fue Enrichetta, la hija de Giolitti y esposa de Mario Chiaraviglio, masón afiliado a la logia Roma17 que, a partir de 1913, sería diputado del partido radical, junto con Credaro. Por otra parte, la junta Nathan (1907-1913),18 representación del bloque popular de radicales, republicanos y socialistas, pero vista con buenos ojos también por Giolitti, apoyó de inmediato las iniciativas de Montessori.19 En abril de 1910, el Ayuntamiento autorizó a Montessori a impartir (aquel año y el siguiente) un curso para maestras y financió a las asistentes, con el objetivo de introducir el Método en los primeros cursos de primaria. En octubre de 1910, se comenzó a experimentar en una sección montessoriana del primer curso de primaria,20 a cargo de la maestra Silvia Massa, que lo explicó en la revista de Credaro.21

En resumen, en ese momento Montessori aparecía vinculada a un contexto en el que dominaba el sello radical-masónico y que se resumía en los nombres de Talamo-Credaro-Nathan. Hay que tener en cuenta que Talamo no actuaba solo en una dirección técnica y de gestión, sino que tenía una perspectiva ideológica —de regeneración moral y social a través de la «casa popolare»—22 que afectaba también a los ámbitos de la educación infantil: es decir, se consideraba el cerebro del proyecto «Casas de los niños», o sea, de la «Scuola in casa» (en la que se implantaba una metodología especial, la científica montessoriana, aunque claramente subordinada a la visión de conjunto).23

El discurso pronunciado por Montessori con ocasión de la apertura de las Casas de los niños expresaba a la perfección cuál era su postura personal y original: una visión social y palingenésicamente libre de la «mujer nueva», que aparecía en la conclusión del discurso, estrechamente unida al ideal educativo. De este modo, Montessori proponía un horizonte ideal apreciado tanto por los radicales próximos a La Vita, orgullosos de su «ilustre colaboradora»24 (el nombre mismo de Casa de los niños [«Casa dei bambini»] fue sugerido por Olga Lodi), cuanto por los filomodernistas como Sofia Bisi Albini y su revista Vita Femminile Italiana, que publicó el discurso de la pedagoga.25 Existía, por tanto, en la imagen pública, aunque con la idea dominante que ya hemos indicado, una cierta ambivalencia, pese a que desde el primer momento Montessori tuviese muy claras sus ideas.

El Método nació poco después como resultado de la mezcla y fusión de conocimientos científicos (médico-fisiológicos, neurológicos, antropológicos), de observaciones en los niños, de prácticas anteriores (se desarrolló con la experimentación del material), de preocupación social, ideales feministas, demandas religiosas y fuerte espiritualidad. Fue una construcción rápida, aunque no se percibió de inmediato ni su armonía y compactibilidad ni su alcance innovador. Más tarde lo recordó una de las primeras alumnas:

Fue en noviembre de 1906 cuando la doctora María Montessori, diez meses después de la apertura de la primera Casa de los niños, en la Vía dei Marsi, San Lorenzo, expuso los dos principios fundamentales de su método. Nada dijo de la obra que había comenzado, ni tampoco suscitó la sospecha de que estaba pensando en un nuevo tipo de escuela. Habló con una seguridad vehemente.

Uno de estos principios de importancia capital fue el siguiente: «El adulto no ha de estar sentado en la cátedra y emitir juicios y notas. Que se ponga al nivel de los alumnos, humildemente, y les proporcione la ayuda necesaria». [...] Esto me ha recordado que «enseñar al que no sabe» es una obra de misericordia.

La preparación del ambiente y la preparación espiritual de la dirigente son la manera práctica de ayudar. [...]

El otro principio enunciado en aquella memorable presentación es el siguiente:

Estudiar no agota, no cansa, sino que nutre y sostiene. [...] La doctora vio y juzgó la forma de estudio que es la verdadera, para todo el mundo. Y presentó, en aquel noviembre, las bases de un trabajo inteligente que no se deforma en el marco de convenciones inútiles.26

En este sentido, es interesante el testimonio (aunque aportado muchos años más tarde) de un visitante excepcional: el padre Luigi Sturzo, personaje emergente del movimiento demócrata cristiano, quien recordó:

1907: hacía dos años que era alcalde de Caltagirone. La escuela me interesaba más que cualquier otra rama de la administración; no en vano había sido profesor durante doce años en el seminario diocesano, y había librado ya las primeras batallas por la libertad de la escuela. En aquella época viajaba con frecuencia a Roma, ya sea por encargo de la asociación nacional de municipios, de la que era consejero, o por asuntos de mi Ayuntamiento. Por eso tuve ocasión de conocer en casa de unos amigos a la doctora Montessori, quien me invitó a visitar su escuela del barrio de San Lorenzo. Sabía que la iniciativa había sido obstaculizada por sospechas de naturalismo; tras una larga conversación, decidí visitar las escuelas para conocer cómo eran y las razones en que se basaba su método. Acudí varias veces a San Lorenzo y mi interés iba en aumento en cada visita; y María Montessori nunca olvidó al insignificante cura que fue el primero que se interesó directamente por su iniciativa, que la animó y afirmó que no había ningún prejuicio anticristiano en la base de esta enseñanza; cosa que bien podía ser introducida en este y en otros métodos por maestros no creyentes. [...] debido a mi interés por las escuelas infantiles [...] en Caltagirone [...] quise abrir una escuela Montessori. Mi iniciativa fracasó entonces [...] porque no contaba con el personal adecuado.27

En mayo de 1908 se celebró en Roma el primer «Congresso di Donne Italiane», organizado por el «Consiglio delle Donne Italiane». María Montessori participó en él e intervino en los debates, pero no tomó partido en la cuestión más controvertida, que provocó la división del Congreso entre católicas y laicas: el tema de la enseñanza religiosa en la escuela. En cambio, en la sección sobre la condición moral y jurídica de la mujer, presentó un informe sobre la Morale sessuale nell’educazione en el que también había trabajado Antonietta Giacomelli. Montessori defendió una lectura positiva de la sexualidad, la necesidad de una educación sexual correcta y subrayó la importancia biológica pero también ético-espiritual de la maternidad como expresión de la vida, utilizando un lenguaje religioso y citas nietzscheanas. La pedagoga estigmatizó sobre todo el puritanismo hipócrita o ignorante, que esclavizaba a las mujeres, y se pronunció por una pureza más consciente y por tanto más libre.

Enseguida llegaron las críticas desde las posturas católicas más cerradas, contrarias tanto al modernismo como a cualquier forma de renovación espiritual católica y al propio movimiento demócrata cristiano. Comentando los trabajos y los enfrentamientos del Congreso, L’Unità Cattolica escribió: «El Congreso femenino de Roma fue concebido e impulsado por algunas católicas modernistas y estas llevaron con ellas a mujeres de todas las tendencias y principios».28 La revista católico-moderada L’Azione Muliebre, no menos polémica, añadió una tendenciosa y forzada referencia a la teosofía, y una alusiva aunque explícita conexión con la revista modernista milanesa más conocida: «El Congreso estaba dominado por la secta teosófica, y la teosofía marcaba el tono de los discursos principales y de todo el proceso. El lema que aparecía en la mesa de la presidencia, fiat lux, era el más adecuado para esa secta, para la que la luz todavía no ha aparecido en el mundo y va en su busca, como hacía el año pasado el Rinnovamento».29 La Civiltà Cattolica criticó abiertamente los excesos verbales y la falta de pudor de Montessori «apóstol en Italia de una nueva moral sexual».30

En el mismo mes de mayo de 1908 la «Unione Femminile Nazionale» celebraba en Milán el primer Congreso «de actividad práctica femenina», bajo la presidencia honoraria de Ellen Key. En el encuentro participaron católicas como Antonietta Giacomelli y socialistas como Argentina Altobelli. Montessori habló en él de las Casas de los niños.

La presencia de Montessori en Milán propició las relaciones con la «Società Umanitaria». Precisamente gracias al patrocinio de la «Umanitaria» se creó una Casa de los niños en el bloque milanés de viviendas para obreros de la Vía Solari, dirigida por Anna Maria Maccheroni, que desde 1906 era una alumna fiel de Montessori.

1.2. Una opción de vida: el Método y el movimiento montessoriano mundial

En los Congresos femeninos que hemos mencionado, María Montessori tuvo ocasión de conocer mejor a mujeres modernistas o «modernizantes» como Felicitas Büchner y, sobre todo, Alice Hallgarten (1874-1911), esposa de Leopoldo Franchetti y amiga de Paul Sabatier, que ya trabajaba en obras de caridad en el barrio de San Lorenzo. Hallgarten había fundado, en las propiedades umbras de su marido, representante histórico de la Derecha liberal, las escuelas de Montesca y de Rovigliano, y había invitado a educadores renovadores y a pedagogos importantes, como Hermann Lietz, Friedrich Wilhelm Förster y Lucy Latter.

Aunque tenía ciertos prejuicios, debidos probablemente a que imaginaba que Montessori estaba vinculada a los ambientes masones (Talamo-Credaro-Nathan) y a un árido cientificismo positivista, Alice Hallgarten visitó con su marido la Casa de los niños de San Lorenzo y quedó encantada: su intelectualismo aristocrático se vio superado por la evidencia experimental montessoriana, cuya vibración espiritual interior probablemente percibió con sorpresa.

Alice Hallgarten quiso entonces que esa experiencia se diera a conocer de inmediato: Montessori dio a entender más tarde que tal vez la urgencia de Alice se debía a un temor excesivo por la vida de la doctora (pensando quizá en sí misma y en su frágil salud). En realidad, en 1909, Hallgarten escribía a Montessori que su marido «temía que un retraso permitiera que otros robaran la idea»:31 evidentemente se temía que Talamo —y tras él, la masonería— pudiese hegemonizar la experiencia y el método de las Casas de los niños. Los barones Franchetti convencieron a Montessori para que escribiera, en 1909, en la tranquilidad de su residencia romana, villa Wolkonsky (y quizá también en la Montesca), su obra fundamental —Il metodo della Pedagogia Scientifica applicato all’educazione infantile nelle Case dei Bambini— y financiaron su publicación, en el mismo año 1909, en la editorial Lapi de Città di Castello.

Al dedicar la obra a los Franchetti y aceptar abiertamente su apoyo, Montessori no podía ignorar que se situaba públicamente en esa área modernista o filomodernista que, apenas dos años después de la condena formulada por Pío X en la encíclica Pascendi, era objeto de frecuentes y duras críticas por parte de la prensa antimodernista. Alice Hallgarten trató incluso de poner en contacto a María Montessori con Paul Sabatier. Por otra parte, en el primer Curso de pedagogía científica, impartido en 1909 por Montessori en Città di Castello (que en cierto modo puede interpretarse como una alternativa a la «Scuola Pedagogica Universitaria»32 y en el que comenzó la relación con Adele Costa Gnocchi), y patrocinado por los Franchetti, participó también Felicitas Büchner, vinculada a Fogazzaro y colaboradora ya de Hallgarten en la Montesca. Asimismo Sofia Bisi Albini, amiga de Olga Lodi, pero también de Fogazzaro y sospechosa de modernismo, dedicó a Montessori, en 1910, un artículo sumamente elogioso en su revista Vita Femminile Italiana (que hacía un seguimiento de las actividades de la doctora), en la que colaboró la propia Montessori. E incluso otra amiga de Fogazzaro33 y escritora, Silvia Albertoni Tagliavini, hizo un elogio de las Casas de los niños en el diario católico L’Avvenire d’Italia.34

En el libro sobre el Método, destinado a obtener un éxito mundial notable y duradero, Montessori reflexionaba sobre las dos tradiciones pedagógicas opuestas: la de Helvétius de la omnipotencia de la educación y la de Rousseau de la educación negativa. Remitiéndose a las investigaciones de Itard, Montessori se situaba en la primera tradición, que había sido continuada por el positivismo. No obstante, advertía de la necesidad de desarrollos nuevos y diversos. Por tanto, valoraba positivamente los estudios antropológicos de sello positivista, pero condenaba algunas de sus expresiones excesivamente esquemáticas y escolásticas, que confundían el estudio experimental del niño con su educación y la antropología pedagógica con la pedagogía científica. Se abría así una nueva línea «racional» en la educación de la primera infancia: distinta del froebelismo, que el positivismo pedagógico había «adoptado» y plasmado de nuevo.35

Distinguiendo entre el espíritu del científico y el mecanismo del científico, María Montessori sostenía que había que preparar y formar en los maestros más el espíritu que el mecanismo: ese espíritu se comparaba con el del monje o del asceta, como si el científico fuese «el religioso de la naturaleza». Pero esa preparación del espíritu «ascético» del científico no era suficiente si no se completaba con la preparación de un espíritu de observación humana y humanística.

El camino propuesto partía de la educación sensorial, utilizando un material estructurado (elaborado personalmente por Montessori y ya «probado» en las Casas de los niños), para desarrollarse armónicamente hacia la educación intelectual. En cualquier caso, en la reflexión desarrollada en el Método aparecía con nitidez y radicalidad crítica una perspectiva de libertad. Si bien la pedagogía de Rousseau expresaba «principios fantásticos», para María Montessori era indudable que el principio de libertad todavía no había imprimido su huella en la pedagogía ni en la escuela, como habría sido necesario. Seguía dominando el triste espectáculo del maestro maniobrero que, mediante la «disciplina de la inmovilidad», intentaba trasvasar los conocimientos a las mentes de los escolares a base de premios y castigos.

María Montessori sostenía que el progreso humano debía basarse en la fuerza interior y no podía conseguirse mediante el deseo de un premio o el miedo a un castigo. A la «disciplina de la inmovilidad» oponía la «disciplina de la libertad». No se trataba de una disciplina de la pasividad sino de la actividad, que no debía sofocar la espontaneidad ni imponer acciones por voluntad del maestro, que debía ser más «paciente» que «activo»: un observador respetuoso. En este contexto, consideraba que era importante —para la vida física y psíquica del niño— exponerle a las «fuerzas vivificadoras de la naturaleza», ponerlo «en contacto con la creación». Sugería iniciar al niño en las labores agrícolas, guiándolo «a la contemplación inteligente de la naturaleza»: por esto valoraba positivamente, aunque con algunas críticas, el método de la jardinería de Latter.

En la primera edición del Método era muy interesante la alusión final a la educación religiosa, que se enmarcaba significativamente en una perspectiva de libertad. Montessori rechazaba con ello el argumento de quienes querían que la experiencia religiosa fuese una elección adulta, desaprobaba el concepto negativo de laicidad y destacaba, en cambio, positivamente la libertad de conciencia.

Un síntoma realmente representativo del profundo carácter espiritual de la pedagogía montessoriana era el «tratamiento didáctico» del silencio: sobre todo, si se comparaba con las orientaciones didácticas de las hermanas Agazzi, puestas en práctica en la guardería infantil de Monpiano (Brescia). Mientras para la «pedagogía del orden» agazziana, tendente a la «directividad» y al «amaestramiento», el silencio era cesación del alboroto, de una actividad excesiva de los niños (obtenida gracias a la repetición del juego «¡niños, quietos!»), para Montessori el silencio era una experiencia espiritual más elevada, no una cesación, no un menos, sino un más de actividad y de atención.

En 1909, y con objeto de albergar a muchos niños huérfanos tras el terrible terremoto que había afectado a Messina y Reggio Calabria, se abrió una cuarta Casa de los niños en Roma, en la Vía Giusti, en la casa general de las Franciscanas Misioneras de María, reforzando las actividades de la vida práctica. Este hecho, del que volveremos a hablar más adelante, en realidad dio lugar a una definición de las posturas, que podría casi definirse como un decidido «vuelco de las alianzas»: una salida de Montessori de su anómalo encaje en un contexto predominantemente laicista. Esto coincidió con un cambio rotundo en su vida: el abandono definitivo de la profesión médica (1910) y la elección de un ámbito laboral aparentemente más modesto y socialmente menos apreciado.

Talamo y sus colaboradores en el «Istituto dei Beni Stabili», sin conceder demasiada importancia a la obra de 1909, pretendían probablemente utilizar las técnicas montessorianas y gestionarlas por su cuenta, por ejemplo en las escuelas del Agro Romano, organizadas por Giovanni Cena y apoyadas tanto por el Istituto como por la junta Nathan. En cualquier caso, comenzó a producirse un deterioro que, entre 1910 y 1911, condujo a la ruptura de Montessori con Talamo. Resulta significativa una carta,36 escrita por un tal E. Lana37 a Olga Lodi, quien posiblemente intentó mediar en el conflicto: «Con Montessori estamos en posturas muy distanciadas; me escribe rechazando mis propuestas, dando a entender que existen desavenencias (?) y amenazando con impedir la utilización de su método en nuestras escuelas. Me parece que está absolutamente equivocada y muy mal aconsejada. En cuanto a retirar los métodos, que haga lo que quiera, pierde más ella cuando dice que los “Beni Stabili” los han excluido de sus “Casas de los niños”; aunque no sé cómo se pueden retirar los métodos, cuando los materiales para la enseñanza se venden en la “Umanitaria”».38 Evidentemente se confundía el Método con el simple material para el desarrollo y se consideraba a Montessori una simple maestra (con aires de grandeza). Se añadía, por último: «En el caso de M. es peor todavía porque yo le digo: tú enseña, pero de la cuestión de la disciplina me encargo yo, y ella responde (tal como me escribe) que no se puede separar la parte disciplinaria de la enseñanza, y protesto y me marcho y nos peleamos. Los locos están locos, y más cuando se exaltan, no los aguanta ni Dios».39

Esta carta (en relación con el enfrentamiento del que da fe) aclara un rasgo, poco claro, de la biografía de Montessori, que podría hacer pensar incluso en posturas oportunistas: entre positivistas y espiritualistas, entre teósofos y católicos, entre masones y cristianos y, luego, entre fascistas y antifascistas. En realidad, en su trabajo educativo María Montessori fue siempre «montessoriana»: dispuesta a aceptar la convergencia —sin prejuicios ideológicos y menos aún políticos— pero con la firme convicción de que el Método no se podía reducir nunca a un tecnicismo didáctico, meramente instrumental, de uso en contextos pedagógicos distintos (por analogía con lo sucedido con el froebelismo y los «dones» de Froebel):40 sus indicaciones prácticas y el propio material para el desarrollo debían mantenerse intrínsecamente ligados a la visión de conjunto, que buscaba la liberación del niño de la tiranía del adulto y una pedagogía de la libertad. Cuando le parecía que esto no estaba garantizado, rompía toda relación.

Además, hay que tener en cuenta que aparecía entonces un aspecto que sería luego bastante recurrente en la biografía de Montessori: frente a la actitud favorable con que fue tratada en los ambientes femeninos y feministas, hubo a menudo una actitud de suficiencia y de menosprecio hacia ella por parte de los hombres, en especial por parte de miembros de las elites culturales y burocráticas, con prejuicios de género implícitos (y en sintonía con la baja consideración social que merecían las maestras en aquella época).

Tras el conflicto con Eduardo Talamo, en 1910 Montessori reconoció la Casa de los niños de las Misioneras Franciscanas como única «montessoriana» en Roma, retirándose de San Lorenzo. Y también en las Franciscanas Montessori impartió, en 1910 (y en 1911), el segundo Curso teórico-práctico para la educación infantil (más adelante trataremos de las consecuencias que provocó la relación con este espacio religioso femenino): distinto y autónomo del que —como hemos visto— fue autorizado, por aquella misma época, por el Ayuntamiento de Roma.

Esta ruptura trajo consigo otras: con el Ayuntamiento de Roma, con Enrichetta Giolitti Caraviglio (que a principios de 1910 era una de sus defensoras, pero que en 1911 fundó la «Scuola Pratica di Assistenza all’Infanzia», en la Vía San Gregorio al Celio),41 y con Credaro (en 1910 Montessori deja de enseñar en la «Scuola pedagogica»),42 como muy pronto revelaron las críticas aparecidas en la credariana Rivista Pedagogica.

En cambio, en la joven Rivista di Filosofia Neoscolastica, medio de expresión del grupo milanés reunido en torno al padre Gemelli, aparecía en 1910 una recensión del libro sobre el Método, firmada por Giulio Canella: positiva y coincidente, aunque situándose de forma explícita en una postura filosófica, social y religiosa distinta, y marcando, por consiguiente, las diferencias.43

En cualquier caso, desde el bienio 1910-1911, Montessori mantuvo su relación con Franchetti, gracias también a la labor de la «Associazione Nazionale per gli Interessi del Mezzogiorno d’Italia» (ANIMI), fundada en 1910 y dedicada de inmediato a socorrer a las víctimas del terremoto mediante la apertura de guarderías y Casas de los niños44 (en este contexto Montessori trabó una estrecha relación con Adelaide Coari,45 que parecía interesarse por el Método). Franchetti, nombrado senador en 1909, era el presidente nacional de la ANIMI —aunque muchos, entre ellos Salvemini, pidieron a Croce que asumiera la presidencia— pero en 1910 se convirtió también en presidente del «Istituto per le Case Popolari»: y fue precisamente en este ámbito donde conoció a Gaetano Piacentini, que desde 1908 era el secretario de la institución. Franchetti le pidió a Piacentini que ayudara a organizar las Casas de los niños en los edificios que dependían del «Istituto» (Piacentini continuó esta labor también en la ANIMI, de la que fue consejero secretario en 1914). Piacentini era amigo de la familia Gentile y colaboró con Lombardo Radice en apoyo de las escuelas rurales.

El «Istituto per le Case Popolari» era en cierto modo un competidor del «Istituto dei Beni Stabili». La labor de la ANIMI era distinta a la del Comité para las escuelas de los campesinos del «Agro Romano» (promovidas por Cena y dirigidas por Alessandro Marcucci).46 Si tenemos en cuenta los amplios debates sobre temas escolares en los que se vio envuelto Credaro, por aquel entonces ministro de Instrucción Pública (de 1910 a 1914,47 en el gobierno de Luzzatti y en el cuarto gobierno de Giolitti), esto es, el de las «Scuole Pedagogiche» (en 1907 comenzó la campaña de Lombardo Radice y de su revista I Nuovi Doveri contra esas escuelas, defendidas por Credaro) y el de la adscripción de las escuelas elementales al Estado (esta opción, defendida por Credaro y que dio lugar a la ley Daneo-Credaro, contaba con la oposición, por motivos diversos, de Gentile, de Salvemini y de los católicos), por no hablar del ataque del diputado católico Filippo Meda, en 1912, en la discusión sobre el presupuesto de educación, se entiende que las decisiones que había tomado Montessori la situaban de hecho en un contexto nuevo y diferente: de Talamo-Credaro-Nathan a un conjunto alternativo de referencias, que incluía a liberales como Franchetti, aristócratas y, sobre todo, mujeres aristócratas de ideas análogas, idealistas como Gentile y Lombardo Radice, católicos, en especial filomodernistas y demócrata cristianos, hasta distintos representantes próximos a la ANIMI, como Tommaso Gallarati Scotti y como el propio Salvemini (socialistas de «cuño salveminiano», como Mario Longhena,48 fueron partidarios de Montessori).

En este sentido fueron significativas las circunstancias que condujeron a la apertura de una Casa de los niños en las Franciscanas Misioneras de Milán. Una señorita milanesa, que había asistido al curso impartido por Montessori en las Franciscanas de Roma, lo comentó en la Federación lombarda de las obras de actividad femenina, que dependía del «Consiglio Nazionale delle Donne Italiane», presidido por la condesa Gabriella Rasponi Spalletti. El 15 de julio de 1911, el franciscano padre Agostino Gemelli —con algún desliz de interés por el modernismo— escribía a la superiora general de las Franciscanas Misioneras: «La “Federazione delle Donne Italiane” [...] y concretamente la sección de Milán ha reunido un fondo de diez mil liras (10 000) para fundar una guardería tipo Montessori para familias ricas. Quieren que esté al cuidado de las hermanas. Se excluyen todas las demás. Solo se aceptan las buenas Misioneras de María. [...] Hay razones para aceptarlo, porque [...] sería algo completamente distinto a lo que han hecho las otras franciscanas».49 Hacía tiempo que el cardenal Domenico Ferrata, entonces prefecto de la Congregación de Obispos, pero que había sido nuncio en París y por tanto buen conocedor de la Congregación, presionaba para que se abriera una casa milanesa de las religiosas. El 24 de septiembre se repetía la invitación a la superiora de las Franciscanas en una carta escrita por la condesa Giulia Melzi d’Eril,50 tía materna de Tommaso, Ludovica y Myriam Gallarati Scotti, en la que proponía un encuentro en su villa de Bellagio.51 La superiora de las Franciscanas puso al frente de la comunidad milanesa que se iba a constituir a la madre Maria Verginella, buena conocedora del método Montessori.52 La fundación se fue precisando en una red de relaciones, tejida por el padre Gemelli,53 tanto con la condesa Melzi d’Eril como con el cardenal Ferrari, arzobispo de Milán, y a través de la correspondencia entre el cardenal Ferrata y el cardenal Ferrari.54 El cardenal Ferrata55 sentía una indudable simpatía por las Franciscanas, pero es poco probable que desconociera el compromiso con Montessori que ya habían contraído en Roma y que pronto contraerían también en Milán. La casa milanesa se constituyó legalmente el 17 de octubre de 1911. La comunidad y la Casa de los niños se inauguraron de forma pública y oficial el 28 de diciembre con una misa celebrada por el padre Gemelli, quien en la homilía elogió el método Montessori por ser diferente a los habituales métodos coercitivos y adultistas: «En Italia, una mujer que había estudiado medicina se ha consagrado después sobre todo a penetrar en el alma del niño. Ha comprendido que educar realmente a un niño significa aceptarlo con toda la riqueza ignorada de su alma, de su inteligencia, de su corazón; cultivar, fomentar en él lo que la naturaleza le dio».56

Entretanto, el Método empezaba a ser conocido fuera de Italia. En 1909, el vicentino español P. Casulleras, que regresaba de la misión en Guatemala (y que luego sería nombrado obispo), intentó introducir una renovación pedagógica en las Islas Baleares, donde ejercía su ministerio. En 1910 leyó el libro de Montessori, que lo cautivó (él también hablaba de «Casas de niños»). En 1911, la Revista de Educación de Barcelona se ocupó del Método. Intrigado, el pedagogo Juan Palau Vera fue a Roma, visitó las Casas de los niños y quedó agradablemente impresionado. Palau se dirigió a la Diputación de Barcelona, y el Método fue aplicado en la Casa de la Maternidad y Expósitos de Les Corts, de Sarrià, de la que era capellán el padre Frederic Clascar (1873-1919), con el que habló el propio padre Casulleras. Más tarde, Montessori escribió:

Aunque estos padres no me conocían y por tanto ignoraban que yo era católica, y aunque en mi libro no hacía ninguna profesión de fe, les pareció que mi método era sustancialmente católico. La humildad y paciencia de la maestra, el hecho de valorar las acciones más que las palabras, el ambiente sensorial como inicio de la vida psíquica, el silencio y el recogimiento de los niños pequeños, la libertad del alma infantil para perfeccionarse, la paciente atención a la prevención y corrección de todo mal, o incluso simple error o tenue imperfección, el control del error mediante el material de desarrollo y el respeto a la vida interior de los niños manifestado en el culto a la caridad eran principios de pedagogía que le parecían emanados e inspirados directamente del catolicismo.57

Mientras tanto, en Italia el apoyo al método de Montessori atrajo sobre las Misioneras Franciscanas, en 1912, las duras críticas de la revista mensual Sentinella Antimodernista, dirigida por el padre Cavallanti. Había, no obstante, algunas mujeres partidarias de la pedagoga, como Maria Maraini Guerrieri Gonzaga (en la finca de los Guerrieri Gonzaga en Palidano, cerca de Mantua, se experimentó el Método con los niños de las escuelas de enseñanza primaria) y su hermana Sofia, perteneciente a la alta burguesía y a la nobleza. En 1910 el método Montessori fue introducido en las escuelas de enseñanza primaria de la Montesca: la perspectiva pedagógica de Montessori daba así un paso más, pasando de las guarderías infantiles a las escuelas de enseñanza primaria. La misma Alice Hallgarten Franchetti, que se identificaba totalmente con la pedagogía de la libertad formulada por Montessori en el libro sobre el Método, apoyaba también su difusión, sobre todo en Estados Unidos. Hallgarten murió prematuramente en 1911, pero ya entonces acudían a Italia educadores norteamericanos para visitar las Casas de los niños (como Anne George que, al regresar a Norteamérica, fundó una escuela Montessori). En 1911, la prensa estadounidense habló de Montessori y, en 1912, se tradujo el Metodo della pedagogia scientifica (con el título de The Montessori Method), que obtuvo un enorme éxito. En 1912, Bovet y Claparède fundaron en Ginebra el «Institut J.-J. Rousseau»: la primera obra de su colección «Actualités pédagogiques et psychologiques», publicada aquel mismo año, fue precisamente el Método. Y en 1913 el propio Claparède invitó a la tesinesa Teresa Bontempi, una de las primeras alumnas de Montessori, a hacerse cargo de la recién creada «Maison des Petits».

Frente a este éxito cosechado en el extranjero, en Italia aparecían críticas, sobre todo por parte creadariana y radical-masónica, como ya hemos dicho. Guido Della Valle,58 pedagogo laico, criticó duramente el Método, en 1911, en la Rivista Pedagogica, hablando con evidente sarcasmo de «predicación del amor ultra franciscano».59 El mismo Della Valle, convertido entretanto en director de la revista, aludió al método Montessori en tono crítico y despreciativo en la necrológica, obviamente muy elogiosa, de Eduardo Talamo, publicada en 1916.60 También en la misma Rivista Pedagogica, en 1918, el socialista Zanzi reprochaba a Montessori su relación con los barones Franchetti, la criticaba por dar demasiada importancia a la educación religiosa y la acusaba de ser «ferviente católica», convencida además de que «alma, Dios y naturaleza son la misma cosa». Lo que se rechazaba era el fundamento espiritual de la pedagogía de la libertad: según Zanzi, «Montessori acepta muchas libertades, pero quiere que se conserve el fuego espiritual de los hombres de religión».61 Por otra parte, los Programas Credaro de 1914 para la escuela infantil, redactados bajo la influencia de Pietro Pasquali, reflejaban sus concepciones pedagógicas y didácticas, siguiendo la experiencia de la guardería de Mompiano (dirigida por el propio Pasquali y a cuyo frente estaban las hermanas Agazzi), es decir, de un froebelismo democrático laico, que excluía claramente la perspectiva de Montessori.

También seguían arreciando las críticas desde el frente católico más tradicional. En 1910 y en 1911, La Civiltà Cattolica se pronunciaba sobre el método Montessori sin mostrar una oposición total —señal de que se percibía un cierto espiritualismo y una base científica alejada ya del cientificismo materialista del positivismo— e incluso afirmando que inculcaba «resueltamente la necesidad de la educación religiosa»,62 aunque no por eso dejaba de apuntar algunas críticas: para los jesuitas era evidente que el enfoque educativo de Montessori no podía reducirse al tomismo pedagógico o, mejor dicho, a «los principios inmutables de la pedagogía clásica».63 Se manifestaba también una especie de escepticismo sarcástico respecto a la aparente pretensión de querer formar «héroes y heroínas del futuro».64 En 1911, el jesuita Antonio Oldrà —conocido por su antimodernismo—, en una serie de conferencias pronunciadas en Turín sobre la educación, en las que criticó con dureza la orientación de Montessori, afirmó que el método era semejante al «ideal soñado por los pobres sillonistas, recién condenados»,65 esto es, al movimiento democrático cristiano francés de Le Sillon. Era también sintomático el ya recordado artículo de 1912 en la revista Sentinella Antimodernista, donde se decía: «Montessori quiere dejar al niño total libertad en sus actos y en la explicación de su índole. [...] ¿Qué pretende ese culto exagerado a la independencia y a la libertad llevado hasta el extremo de rechazar el premio del bien y el castigo del mal?».66 Y sin embargo, a veces la furia antimodernista conseguía captar con una intuición poco corriente —atribuyendo además valoraciones erróneas— afinidades espirituales y correspondencias no evidentes ni obvias entre fenómenos aparentemente distantes, como cuando el padre Cavallanti se oponía en 1914 al escultismo, vinculándolo a las «novedades que subvierten el orden tradicional, como el deporte femenino, la ley sobre la prioridad del matrimonio civil, el tango, los congresos pacifistas, la masonería, el sistema Montessori y el modernismo».67

En enero de 1913, poco después de la muerte de su madre, Montessori dirigió en Roma, en su casa, el primer curso internacional sobre su Método, que marcó el nacimiento del movimiento montessoriano: participaron en él cursillistas estadounidenses (en especial Helen Parkhurst y Adelia McAlpin Pyle), pero también de otras diecisiete nacionalidades. Hay que destacar que, a semejanza de otros pedagogos importantes (Pestalozzi, Froebel y el propio Dewey), Montessori conjugó teoría y práctica, pero además estructuró también un movimiento internacional de educadores, bien trabado desde un punto de vista institucional, e incluso centralizado: los momentos fundacionales relevantes fueron los distintos cursos dirigidos por la propia Montessori.68

Invitada por uno de los periodistas estadounidenses más famosos, a finales de 1913 María Montessori pronunció en Estados Unidos una serie de conferencias, acompañadas de proyecciones cinematográficas sobre las Casas de los niños. Estuvo en Washington (donde conoció al presidente Wilson), en West Orange (donde conoció a Edison), en Filadelfia, en Chicago, en Pittsburg y en Nueva York. Tuvo un gran éxito de público y creó una notable red de relaciones, sobre todo femeninas. Más tarde, se fundó en Estados Unidos la «Montessori Educational Association» (de la que fueron miembros Alexander Graham Bell, su esposa Mabel y la hija del presidente Wilson, Margaret). Posteriormente, este éxito fue poco a poco disminuyendo debido a las críticas procedentes de la progressive education, de Dewey y sobre todo de Kilpatrick, que mostraba su oposición al material, temía que hubiera riesgo de precocidad y, aun considerando válidas —desde el punto de vista de las realizaciones prácticas— las Casas de los niños, ponía el énfasis en la relación Séguin-Montessori y por eso declaraba que la pedagoga había dado un paso atrás de cincuenta años.69 En general, se denunciaba una orientación «individualista», pero tal vez no se comprendían las bases espiritualistas de una pedagogía de la libertad. También en Gran Bretaña el aspecto del método Montessori más criticado, aunque con menos fuerza, fue la visión del individuo como un hecho biológico y no social: en este sentido se expresó William Boyd, de la Universidad de Glasgow.70

En 1913, Montessori se hizo cargo de su hijo, aunque sin revelar públicamente su verdadera identidad, sino presentando a Mario M. Montessori como un hijo adoptivo o un sobrino. Y en 1915 marchó de nuevo a Estados Unidos, acompañada en esta ocasión de Mario. Habló en la «International Kindergarten Union» y dio conferencias en la «National Education Association», que luego fueron publicadas en Nueva York (My System of Education; The Organization of Intellectual Work in School; Education in Relation to the Imagination of the Little Child; The Mother and the Child). Mario Montessori decidió entonces establecerse en Estados Unidos (debido además a que en Europa había estallado la Gran Guerra). María, en cambio, regresó a Italia y confió la dirección del movimiento montessoriano norteamericano a Helen Parkhurst, que se separó de ella en 1917 provocando la crisis del movimiento en Estados Unidos durante un largo período. Al parecer, también en este caso el origen de las discrepancias fue una interpretación instrumental y técnico-práctica del método Montessori.

A la traducción inglesa del Método le siguieron la francesa (1912), alemana, polaca y rusa (1913), japonesa, rumana, irlandesa, española, holandesa (1914-1915) y danesa (1917): si consideramos también el decenio siguiente, la obra apareció en 58 países y fue traducida a 36 lenguas. Asimismo se iban constituyendo asociaciones de educadores de orientación montessoriana, entre las primeras, la «Montessori Society of Scotland», la «British Montessori Society» y la «American Montessori Society». En 1924, con la ayuda del psicopatólogo holandés J. C. L. Godefroy y de Géza Révész, se fundó el periódico The Call of Education. Psycho-Pedagogical Journal. International Organ of the Montessori Movement, con sedes en Ámsterdam y en París.

También en Italia se creó en 1916 un «Comitato Nazionale Montessori» y, desde 1918, existía en Nápoles la «Società Napoletana degli Amici del Metodo»: en esta ciudad la editorial Morano71 publicó en 1921 la traducción italiana del Manuale di pedagogia scientifica, publicado anteriormente en inglés: esta traducción estaba dedicada a Maria Maraini Guerrieri Gonzaga y de ella se hicieron tres ediciones (la primera con un prólogo de Arturo Labriola).72 El mismo editor publicó al año siguiente I bambini viventi nella Chiesa: note di educazione religiosa.

Entretanto, Palau había sugerido a la Diputación de Barcelona que invitara a una de las mejores colaboradoras de Montessori. De modo que en 1915 Anna Maccheroni se trasladó a Barcelona para abrir en esa ciudad, por invitación del gobierno catalán, una Casa de los niños («Escola Modelo Montessori»).73 El abad benedictino del Monasterio de Montserrat, Antoni M. Marcet, le pidió que hablara sobre pedagogía litúrgica en el primer Congreso Litúrgico que se celebró precisamente en Montserrat en julio de 1915 (y que fue una de las bases del «movimiento litúrgico»).74 María Montessori se reunió con Maccheroni en Barcelona a finales de año, junto con otra alumna fiel, Anna Fedeli. Más tarde, se unió a ellas Mario, que se había casado en Estados Unidos.75

María Montessori se estableció en España,76 donde vivió casi veinte años, aunque viajaba con regularidad a Italia. En España promovía un Seminario de Pedagogía. En 1916, publicó en Roma una obra muy elaborada que proponía una aplicación de su método, más allá del jardín de infancia, sin solución de continuidad (Autoeducazione nelle scuole elementari; trad. cast.: La auto-educación en la escuela elemental: Continuación al método de la pedagogía científica aplicado a la educación de la infancia en las “Case dei bambini”, Barcelona, Araluce, s.d.).

Esta nueva obra de Montessori aparecía en un momento dramático de la historia europea: durante la Primera Guerra Mundial. La «monstruosa masacre» de la guerra, vista como un «terrible episodio de locura» colectiva, nacía para María Montessori de una confusión en el campo de la moral, que a la vez tenía su origen no en la difusión de un ateísmo racionalista negador de Dios, sino en la muerte de Dios en las almas: de modo que podía celebrarse la Navidad (incluso en las trincheras), es decir, el nacimiento de Jesucristo, justamente mientras su divino mensaje de fraternidad y de paz era ignorado, pisoteado y destruido con la guerra. La guerra mundial, que masacraba los cuerpos, era para Montessori el resultado de una cultura de muerte, o sea, de una guerra espiritual más amplia aún, que masacraba las almas.

Así pues, en este libro la perspectiva montessoriana de la pedagogía científica, esbozada ya en su obra sobre el Método como pedagogía de la libertad, se inscribía en una visión espiritual y religiosa más general y compleja, integrada por muchos de los anhelos típicos de la «crisis modernista», que en muchos aspectos ya había quedado atrás: una interpretación crítica del evolucionismo darwiniano; una clara distinción entre religión y superstición; el anuncio de una relación profunda y armónica entre ciencia y fe; una presentación de la conversión y de la experiencia religiosa como vivas realidades interiores más que como adhesiones a dogmas y participación en ritos; la apelación a las experiencias íntimas de los místicos (los éxtasis: con referencias a santa Teresa y a Raimundo de Capua), pero sin que estas constituyeran el aspecto específico de su santidad (que venía dado por el combate espiritual); una clara oposición entre paganismo y cristianismo, con una revalorización del perdón cristiano; por último, una nueva y más trascendente representación de los ángeles y una perspectiva espiritual global centrada en el amor, personal y social.

Quedaba claro que el criterio de la libertad, fundamento de la orientación educativa montessoriana, no era de ningún modo un criterio de abandono. Había que ofrecer al niño alimento, no solo para el cuerpo sino también para el espíritu: el alimento de la alegría espiritual. Si se proporcionaba al niño un ambiente adecuado, que incluyera los medios para la autoeducación, se desarrollaba en él esa vida activa, que era revelación de la vida espiritual, o sea, de esa «tendencia interior» que empujaba al niño a desarrollar libremente su vida y a construir, con su genio creador, el «hombre nuevo». En definitiva, era el amor a la libertad del niño lo que alimentaba el alma del propio niño, como si fuera un amamantamiento espiritual, pero basado en las observaciones de la psicología y de la pedagogía experimentales, que inducían a la actividad, y no en las especulaciones de la pedagogía tradicional, que atendían a la receptividad pasiva del niño.

En realidad, la perspectiva montessoriana se movía por una senda muy estrecha: por una parte, aceptaba el principio de nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu, pero no lo expresaba a la manera del sensismo, sino dejando implícitamente abierta la posibilidad de un horizonte trascendental; por la otra, rechazaba el materialismo de la psicología positiva (de Spencer), que consideraba la dimensión interior del educando como cera blanda, tabula rasa, y se remitía en cambio a la llamada «psicología espiritualista» (de James) para afirmar la presencia de una fuerza espiritual, de un principio activo interior, como causa y dirección del carácter. Así que el material de desarrollo, inventado por Montessori, no era más que un punto de partida necesario para la elevación espiritual, para el libre ascenso del espíritu del niño.

Después de esta nueva y significativa publicación, la Civiltà Cattolica, aun intentando salvar la intuición maternal y la práctica educativa de Montessori,77 hablaba de «teorías filosóficas equivocadas» y, remitiéndose a un artículo de septiembre de 1918 del jesuita Ramón Ruiz Amado,78 aparecido en la revista barcelonesa La Educación Hispano-Americana, añadía: «El docto padre Ruiz Amado, especialmente, considera el método Montessori como una especie de “modernismo pedagógico”, al que llama vitalismo, porque en él se pretende “promocionar la vida del alumno, dejando que descubra cuál ha de ser su educación”».79 Ahora bien, Montessori entretanto ya había recibido, el 21 de noviembre de 1918, la bendición apostólica de Benedicto XV.80 Fueron significativas algunas muestras de aprecio procedentes de altos representantes del movimiento demócrata cristiano, que veían en su obra educativa un vigorizador ético que sustentaba tanto una viva sensibilidad social como un fuerte sentido de la libertad individual. Además de los comentarios positivos de Sturzo, expresados —como ya hemos visto— de forma personal y directa, también Filippo Meda manifestó en 1922, en la gemelliana Vita e Pensiero,81 su aprobación de la pedagogía montessoriana, defendiéndola de las acusaciones de «naturalismo». Y en el mismo sentido se manifestó asimismo la revista de Meda Civitas.82 También le llegaron muestras de aprecio desde medios laicos y no idealistas, por ejemplo, de parte de Giovanni Vidari, con su personalismo educativo, liberal y neokantiano, aunque este deseaba una integración pedagógica del Método: concretamente, una dialéctica entre la independencia autónoma del niño y el contexto de la cultura, esto es, de una atmósfera histórica impregnada de espiritualidad ética.83

En la primera posguerra y, en general, en el período de entreguerras se produjo el nacimiento y la consolidación del movimiento internacional montessoriano. La doctora impartió cursos teórico-prácticos de formación de educadores «montessorianos» en Londres (1919, 1921, 1923, 1925: a este último asistió su hijo Mario, que obtuvo el diploma; se siguieron realizando nuevos cursos cada dos años), en Milán (1921), en Ámsterdam (1924), y en 1927 visitó Argentina. En 1923 la «Montessorischule» publicó en Viena, en alemán, un libro —Das Kind in der Familie— que reunía las conferencias pronunciadas aquel mismo año por Montessori en Bruselas, y que ya habían sido publicadas en La Femme Belge.

En el Congreso Internacional de la Nueva Educación, celebrado en Calais en agosto de 1921, se creó, con la participación de María Montessori, junto con Decroly, Ferrière y Cousinet, la Liga Internacional para la Nueva Educación, que reunía a los educadores y pedagogos más innovadores de la época, y a la que también se adhirió la «New Education Fellowship» (actualmente «World Education Fellowship»), fundada en 1915 y respaldada ya por Montessori.84 La nueva Liga organizó, entre el 8 y el 21 de agosto de 1929, en Elsinor (Dinamarca), una Conferencia mundial sobre la «New Education» y en ella se incluyó el primer Congreso Internacional Montessori, porque todavía no se daban las condiciones para la organización de un congreso autónomo. En este encuentro, Montessori planteó precisamente la necesidad de coordinar el movimiento montessoriano, extendido ya por varios países, y de asegurarle una orientación unitaria y un punto de referencia único y autónomo. Para ello se fundó la «Association Montessori Internationale» (AMI). Posteriormente, Montessori organizó cursos internacionales de formación en Roma (1930, 1931);85 pronunció conferencias en Viena (donde conoció a Anna Freud) en 1930 y en la Universidad de Berlín en 1931. Aquel mismo año el Mahatma Gandhi visitó en Roma las Casas de los niños.

En 1932, se organizó en Niza el segundo Congreso Internacional Montessori, de nuevo en colaboración con la «New Education Fellowship» y con una participación internacional más numerosa aún que la anterior: en ese congreso se hizo pública la fundación de la AMI, que se iba expandiendo cada vez más. Montessori fue nombrada presidenta vitalicia, de acuerdo con los estatutos, y ella nombró director general a su hijo Mario, secretario al berlinés Herbert Axter y tesorera a la holandesa Rosa Joosten-Chotzen. El tercer Congreso Internacional Montessori (el primero independiente) se celebró en Ámsterdam, en julio de 1933, y fue acogido con cordialidad por el gobierno holandés y por el de la ciudad: asistieron cerca de cuatrocientas personas, procedentes de distintos países.

En abril de 1934, se celebró el cuarto Congreso Internacional en Roma, en la sede de la «Opera Montessori» en la calle Angelico: también asistieron a este congreso unas cuatrocientas personas, procedentes de 17 países. El representante de Suiza era Piaget.86 Se constató que en pocos años, de 1929 a 1934, se habían constituido trece ramas nacionales estables de la AMI: en Inglaterra, Alemania (aunque en ese país la llegada al poder del nazismo, en 1933, dio lugar a la inmediata clausura de las escuelas montessorianas), Suiza, España, Hungría, Bulgaria, Rumanía, Austria, Suecia, Lituania, Letonia, Chile y otros países de Sudamérica. También había muchas otras ramas nacionales que estaban en proceso de constitución: Francia, Irlanda, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Checoslovaquia, Polonia, India, Noruega, Yugoslavia, Panamá, Colombia e Italia.

1.3. Catolicismo, fascismo, pacifismo

Entretanto, Montessori estaba profundizando en la aplicación de su método a la educación religiosa católica. En Barcelona, en la «Escola Modelo Montessori», se construyó una capilla de los niños, hecha a su medida. De hecho, la base de una educación integrada en la vida era la liturgia. Fruto de estas experiencias87 fue la obra ya mencionada I bambini viventi nella Chiesa (1922), de la que apareció una reseña bastante positiva en la Civiltà Cattolica.88

En 1922, el ministro de educación italiano, el católico Antonino Anile, nombró a Montessori inspectora de las escuelas italianas que aplicaban su Método. También se empezó a introducir el montessorismo en veinte escuelas elementales napolitanas. En aquella época se produjeron «encuentros rápidos» de Montessori con el padre Luigi Sturzo, entonces líder del Partido Popular Italiano.89

En cualquier caso, Montessori deseaba mantenerse al margen de la lucha partidista: no firmó en 1925 (como sí lo hizo Montesano) el manifiesto Croce, como tampoco había firmado el manifiesto Gentile. En realidad, en la segunda mitad de los años veinte, esperó que la modernidad de su Método recibiese una consagración «nacional» y fuese apoyada, en Italia, por los católicos y por el gobierno de Mussolini: en la tercera edición del Método se recogieron muchas observaciones propuestas en 1919 por la Civiltà Cattolica90 y se habló de un «período sensitivo» religioso del niño.

El naciente régimen fascista pareció efectivamente dispuesto a apoyar el montessorismo (aunque eso provocara un tremendo enojo a las hermanas Rosa y Carolina Agazzi). La Reforma Gentile, con la colaboración de Giuseppe Lombardo Radice, consideraba la escuela infantil como escuela de «grado preparatorio» y, entre las «diferenciaciones pedagógicas» admitidas, estaba también el montessorismo. Además Mussolini, tras recibir una carta de Mario Montessori, contempló la posibilidad de difundir el Método en el extranjero, y en 1924 aseguró su apoyo a la doctora, con la que tuvo un contacto directo. Gentile presidió el «Comitato pro Metodo Montessori» y dio un impulso decisivo al nacimiento de la «Opera Nazionale Montessori», con sedes en Roma y en Nápoles, y a su constitución en entidad moral en 1924: la reina Margarita fue la patrona, Gentile el presidente y María Montessori la presidenta honoraria (entre los socios se encontraban Anile, Lombardo Radice y Meda). Comenzó entonces una labor de gran alcance: publicación de libros, apertura de nuevas escuelas, fabricación de «material montessoriano» destinado a estas y organización de cursos para educadores. El apoyo fascista fue, en este sentido, importante y significativo. En el primer curso formativo, organizado en Milán en 1926, Mussolini figuró como presidente de honor del Comité.

Si bien es innegable que Montessori estaba tejiendo una relación positiva y de confianza con Mussolini, probablemente alimentada de resonancias resurgimentales y nacional-patrióticas (no muy distintas de las manifestadas por exmodernistas como el padre Brizio Casciola), más difícil resulta valorar si existía —y en qué medida— una adhesión sincera de la doctora al fascismo, si no como ideología, al menos como realidad política. Da la impresión de que, precisamente mientras coincidía con los fascistas, también buscaba cierto apoyo —casi como el contrapeso necesario— en los ambientes católicos.

En realidad, Montessori mostró cierto conformismo adulador frente al Duce: más cálida y sincera fue la simpatía recíproca con Gentile. Y en general, Montessori gozó del favor de los idealistas gentilianos, pese a sus distintas visiones. Es cierto que en 1925, estando en Londres, Montessori buscó y visitó a Luigi Sturzo, condenado entonces a un exilio forzoso que lo privaba prácticamente de relaciones y amistades.91 En cualquier caso, en 1926 la doctora fue nombrada miembro honorario del PNF y recibió por tanto el carnet fascista.

Precisamente tal vez por esta aproximación de Montessori al naciente régimen, Lombardo Radice, que se estaba distanciando en cambio del fascismo (entre otras cosas por la política de los «retoques» a la Reforma Gentile que, en su opinión, desnaturalizaba su orientación pedagógica), cambió su anterior simpatía hacia la doctora por una hostilidad manifiesta y la atacó en 1926, contraponiéndole la libertad espiritual de Alice Hallgarten Franchetti. El propio Lombardo Radice, probablemente por los mismos motivos, empezó a decir que la experiencia de las hermanas Agazzi era la realización ideal de su propuesta de «escuela serena».

No obstante, con el apoyo del régimen, en 1927 comenzó a publicarse la revista mensual de la Obra, L’Idea Montessori (1927-1929), a la que siguió Montessori (primero mensual, publicada en Roma en 1931, luego bimestral publicada en Florencia en 1932, con Nazareno Padellaro como director responsable) y, por último, Opera Montessori (Florencia, 1933-1934).92 El ministro Pietro Fedele, católico y sucesor de Gentile en el palacio de la Minerva, también mostraba su apoyo a Montessori, al igual que Augusto Turati (secretario nacional del PNF desde 1926). En el frontispicio del primer número de L’Idea Montessori figuraba Mussolini como presidente honorario de la Obra, y Fedele y Federzoni (entonces ministro de las Colonias) como vicepresidentes.

En 1928 se fundó en Roma la «Regia Scuola Magistrale di Metodo Montessori», cuya dirección fue confiada en enero de 1929 a Giuliana Sorge. Y en 1930 y en 1931, como hemos visto, se celebraron en Roma, con el entusiasta beneplácito de la prensa del régimen, los cursos internacionales para formar educadores según el Método.

Hay que destacar que en aquel momento el régimen empezaba a introducir los «libros de Estado». En Il libro della iv classe elementare. Letture, redactado por Angiolo Silvio Novaro (con ilustraciones de Bruno Bramanti), figuraban dos textos de María Montessori de carácter religioso: uno, más breve, La chiamata93 y otro más extenso y significativo. Este último —sobre Il mistero della Santa Messa— afirmaba:

La santa misa no es solo un memorial. Así puede parecerle solo a quien no penetra en los misterios. Entonces sí, puede parecer un rito que se realiza para recordar a Jesucristo que está muerto; desaparecido de la tierra como hombre vivo. Ese es el recuerdo: la imagen de Jesús crucificado es como un signo siempre presente en el centro de la mesa: y alrededor arden cirios encendidos. Parece justamente un piadoso recuerdo de su muerte.

Pero no se trata de una cosa tan simple.

No asistimos a la misa tan solo para conmemorar la Pasión de Cristo y realizar un acto piadoso, un deber perpetuo.

Allí no hay muerte.

Aquella muerte es vida.

En la misa se esconde un misterio profundo: algo sobrenatural, sorprendente, ¡un milagro sin igual! En cierto momento Jesús desciende vivo sobre el altar; es invisible, pero está realmente presente: porque su cuerpo, su sangre, su divinidad se transforman en el pan y en el vino.

Viene por nosotros.

Cuando vamos a misa no vamos a conmemorar a Jesús: vamos a reunirnos con él, ¡a recibirlo!

Cristo está presente y vivo, y no nos abandonará nunca.

Este es nuestro consuelo, nuestra esperanza, incluso nuestra fe: este es el milagroso misterio de la misa.

No somos huérfanos, no estamos solos sobre la tierra: Jesús nunca nos abandonó cuando subió a los cielos; y lo dijo: «No os dejaré huérfanos».

Sí; al salir de la santa misa podemos gritar como la Magdalena consolada: «¡Está vivo! ¡Le he hablado!».94

Pese a estas observaciones de Montessori respecto a la educación religiosa, surgía entre los católicos cierta oposición a la doctora. En diciembre de 1929, Pío IX, con la Divini Illius Magistri, abogó por una orientación pedagógica en el sentido más tradicional, criticando explícitamente el «naturalismo» e, implícitamente, una cierta interpretación del montessorismo.95 Montessori respondió de inmediato, de forma indirecta pero inteligente y siempre desde un punto de vista católico, en el discurso que pronunció en la apertura del XV Curso Internacional Montessori, celebrado en enero de 1930.96 En cualquier caso, la actitud del pontífice marcó el declive del método Montessori en el mundo católico italiano y la canonización del método Agazzi: hábilmente «catolicizado» por los ambientes pedagógicos brescianos vinculados a la editorial La Scuola, con la tácita connivencia de las propias Agazzi, tal vez no del todo convencidas en su fuero interno, pero felices de haber alcanzado la cima del éxito, a costa de la aborrecida Montessori.97

Tampoco faltaban las hostilidades que se pueden remontar a las viejas posturas antimodernistas. En Treviso, seguía siendo obispo el capuchino Andrea Giacinto Longhin, que había sido nombrado (en 1904) por Pío X, y que en 1906 había denunciado a Giacomelli por sus escritos sobre la educación litúrgica.98 Y precisamente procedía de Treviso la denuncia de Montessori al Santo Oficio en 1930: evidentemente, Longhin había percibido resonancias giacomellianas en las obras de carácter religioso de la doctora. La denuncia, admitida a trámite el 22 de noviembre de 1930, afirmaba: «La Curia episcopal de Treviso envía al S. O. un fragmento extraído del libro de Estado para la clase de IV elemental, p. 151: El Misterio de la santa misa, escrito por la profesora doctora María Montessori, donde con un estilo muy confuso se dice entre otras cosas que: “En un cierto momento Jesús desciende vivo sobre el altar; es invisible, pero está realmente presente: porque su cuerpo, su sangre, su divinidad se transforman en el pan y en el vino”». Sin embargo, el Santo Oficio no dio curso a esta denuncia: la trasladó al cardenal Giulio Serafini, prefecto de la Congregación del Concilio, el 1 de diciembre de 1930.99

Probablemente, Montessori ni siquiera se enteró de la existencia de estas acusaciones; sin embargo, en respuesta a los problemas más generales con los ambientes católicos, intensificó a principios de los años treinta, como veremos mejor más adelante, las reflexiones y los escritos sobre la educación religiosa de los niños: en este sentido se publicaron La vita in Cristo. Anno liturgico (1931) y La Santa Messa spiegata ai bambini (en inglés en 1932).

Entretanto, se estaban deteriorando las relaciones con el régimen. Durante la década de los treinta Montessori fue espiada por la «Organizzazione per la Vigilanza e la Repressione dell’Antifascismo» (OVRA).100 En 1932, Giuliana Sorge fue denunciada por antifascismo. Sorge rechazó rotundamente los cargos e incluso hizo grandes declaraciones de fidelidad al Duce; finalmente, fue rehabilitada gracias a la intervención directa de Mussolini. Este episodio demuestra que empezaba a existir cierta tensión: a las voces más nacionalistas les molestaba el universalismo que no cesaba de propugnar Montessori, y estaban anhelando un montessorismo sin Montessori: también en este caso se trataba de una visión instrumental, técnico-práctica, de mero didacticismo.101 A esto había que añadir un resurgimiento hostil del antiguo antimodernismo. Entre los espías de la OVRA estaba el anciano campeón del «Sodalitium Pianum»* y del antimodernismo, Umberto Benigni, que en un informe de 1932 decía que no había «nada más espiritualmente antifascista» que el método de Montessori, «antitético de la plurimilenaria tradición clásica que fijó Esparta y que perfeccionaron la austera Roma y el cristianismo, religión de orden»:102 era evidente que a la montessoriana pedagogía de la libertad se oponía una pedagogía de la autoridad y del orden.

La irrefrenable demanda de libertad y la tendencia universalista a la paz, que constituían el núcleo de la pedagogía montessoriana y en las que se reafirmó varias veces la pedagoga (en un discurso pronunciado en la Sociedad de Naciones, en Ginebra, en 1926, y más tarde, en una conferencia ginebrina en el «International Bureau of Education» en 1932: Peace and Education), no tardaron en sacar a la luz las contradicciones insalvables con los paradigmas de la educación fascista. En 1932, la enseñante propuesta por Montessori para la cátedra de pedagogía de la «Regia Scuola di Metodo», Adele Costa Gnocchi, fue rechazada a favor de otro candidato, el profesor Rivara, a quien la doctora consideraba inadecuado. Por otra parte, Emilio Bodrero, que en 1930 había sucedido a Gentile en la presidencia de la Obra, se lamentó ante Mussolini del carácter difícil de Montessori: en realidad, lo que pretendía era hegemonizar, naturalmente con una visión fascista, el movimiento montessoriano internacional que por aquel entonces estaba despegando (de modo que entró en contacto con sociedades montessorianas en el extranjero que la doctora consideraba impropias). A consecuencia de todo esto, el 15 de enero de 1933 Montessori se desvinculó de la Obra (el 16 de enero dimitió Mario), y lo mismo hizo unos días después Bodrero, a quien sustituyó Piero Farini. En febrero Montessori abandonó la «Regia Scuola di Metodo» y pidió que dejara de llevar su nombre.

En 1934, el Congreso Internacional Montessori que, como hemos visto, se celebró en Roma del 3 al 10 de abril, fue la ocasión de que surgieran los recelos y las hostilidades. A raíz de esto, la doctora y su hijo Mario abandonaron Italia y se trasladaron a España. Aunque Montessori no quería romper del todo con Mussolini, el hecho de abandonar Italia significaba apartarse del régimen que, por otra parte, al acentuar su forma totalitaria (y muy pronto también racista), imprimía a la política educativa un sello cada vez más fascista, que superaba en mucho las perspectivas abiertas por Gentile (con el que las personalidades partidarias del montessorismo y los propios Montessori procuraron mantener contactos personales marcados por una devoción cordial).

A partir de entonces el agazzismo fue asumido también por el régimen fascista, para el que resultaba más fácil alinearse con la «pedagogía del orden», que le era más propia, que con la «pedagogía de la libertad» de María Montessori. Las escuelas Montessori fueron cerradas (paralelamente a lo que ocurría en la Alemania nazi). En 1936, el ministro De Vecchi también suprimió la «Regia Scuola di Metodo». Más tarde, el ministro Bottai definió el «método Agazzi» como «el método italiano».

En 1936 apareció en Todi, de forma casi clandestina, la traducción italiana de Il bambino in famiglia. Los temas se repitieron y enriquecieron con muchas notas religiosas103 en Il segreto dell’infanzia, del que, tras haber sido publicado en francés en 1936, se hizo una edición italiana en Suiza en 1938 (inmediatamente aparecieron otras ediciones en Inglaterra, Estados Unidos, España y la India). En aquellos años, además de Maria Maraini Guerrieri Gonzaga, mantuvieron viva la «llamita» del montessorismo en Italia Ludovica Borromeo Gallarati Scotti y Myriam Agliardi Gallarati Scotti,104 hermanas de Tommaso Gallarati Scotti, con la colaboración de Giuliana Sorge y de Adele Costa Gnocchi, con su «escuelita» romana (en Palazzo Taverna).

De regreso, pues, a su residencia española en 1934, Montessori publicó allí aquel mismo año Psico Aritmètica y Psico Geomètria [trad. cast.: Psicoaritmética: la aritmética desarrollada con arreglo a las directrices señaladas por la psicología infantil, durante veinticinco años de experiencia, Barcelona, Araluce, 1934; Psicogeometría, Barcelona, Araluce, 1934], fruto de su experiencia romana en la «Scuola di Metodo». En 1935-1936, la sede general de la AMI se estableció en Ámsterdam. El comienzo de la guerra civil española en 1936 obligó a María Montessori a trasladarse a Inglaterra, seguida al poco tiempo por su hijo. En aquel período se celebraron, anualmente, los Congresos Internacionales Montessori: el quinto en Oxford (1936); el sexto en Copenhague (1937) y el séptimo en Edimburgo (1938).

Los Montessori, madre e hijo, se trasladaron, por invitación de Ada Pierson (que en 1947 se casaría con Mario), a Holanda, donde se habían creado, desde 1923, más de doscientas escuelas montessorianas, tanto laicas como católicas,105 y donde, en 1937, María Montessori conoció a George Sydney Arundale, presidente de la Sociedad Teosófica, que le informó del éxito del montessorismo en la India. En Holanda publicó, en 1939, The «Erkinder» and the Function of the University y God en het Kind (Dio e il Bambino), del que hablaremos más adelante.

También aquel mismo año pronunció algunas conferencias en Londres (recogidas posteriormente en Dall’infanzia all’adolescenza), en las que planteó la reflexión sobre el «plano cósmico». Montessori respondió asimismo a la llamada de la India: acudió a ese país junto con Mario, a finales de 1939, para dirigir un curso para maestros indios, invitada por la Sociedad Teosófica. En la India se encontró de nuevo con Gandhi, al que había conocido en Londres. El estallido de la Segunda Guerra Mundial la mantuvo retenida en territorio indio. Aunque tuvo algunas dificultades con las autoridades británicas (Mario estuvo preso un tiempo, bajo la acusación de «enemigo»), Montessori llevó a cabo observaciones e investigaciones especialmente sobre el desarrollo de los recién nacidos y sobre la mente del niño. Viajó por distintas regiones de la India e impartió cursos de formación y capacitación en las ciudades indias de Madrás —Kodaikanal, Karachi, Ahmedabad— y en Ceilán (Sri Lanka). En la India publicó The Child (1941) y Reconstruction in Education (1942). Las reflexiones del período indio, cuyo tema central era la educación «cósmica», fueron recogidas en el volumen Come educare il potenziale umano. También las obras Education for a New World, The Absorbent Mind (con un último capítulo plagado de apuntes religiosos) y The Formation of Man fueron publicadas en la India, en 1946, 1949 y 1955 respectivamente.

Acabada la guerra, Montessori regresó a Holanda en 1946, aunque volvió en varias ocasiones a la India, Ceilán y Pakistán.

En 1947 marchó a Italia para reorganizar la «Opera Montessori» (con la ayuda de Alessandro Casati y luego, sobre todo, del liberal laico Salvatore Valitutti y de la parlamentaria democristiana Maria Jervolino,106 que asumió la presidencia de la Obra) y reabrir las escuelas Montessori. En esta actividad de reorganización conoció, en 1949, a Myriam Agliardi Gallarati Scotti. También fundó en Perugia el Centro Internacional de Estudios Pedagógicos. No obstante, no se trasladó a vivir a Italia, sino que mantuvo su residencia principal en Ámsterdam y siguió viajando por el mundo. Su fama era enorme y fue incluso candidata al Premio Nobel de la Paz en 1949, 1950 y 1951 (en 1949 se recogieron en un volumen sus escritos sobre la educación para la paz). Se reanudaron entretanto los Congresos Internacionales Montessori: el octavo se celebró en Italia, en San Remo (1949), y el noveno en Londres (1951).

Con más de 80 años, la incansable doctora pronunció, en 1950, conferencias en Noruega y en Suecia. Aquel mismo año habló en la Conferencia General de la UNESCO, en Florencia. En 1951 organizó su último curso formativo, en Innsbruck.

Murió el 6 de mayo de 1952 en Noordwijk an Zee (Holanda), en cuyo cementerio local católico fue enterrada.

2. LAS OBRAS PEDAGÓGICO-RELIGIOSAS QUE SE PUBLICAN

2.1. Dios y el niño

La obra montessoriana, a la que ya hemos aludido y que aquí publicamos, Dios y el niño, tiene cierto «misterio» y hasta ahora nunca ha sido publicada íntegramente (ni en España ni en el extranjero). La primera edición apareció en Holanda y en holandés: con Imprimatur del 11 de julio de 1939 y Evulgetur del 11 de agosto de 1939. Se trataba de un opúsculo de 32 páginas, titulado God en het Kind, publicado, a instancias de la Acción Católica («Katholiek Comite van Actie “Voor God”»), por el editor De Toorts de Heemstede.

Como en la obra se cita a Pío XII, su composición se sitúa entre marzo de 1939 (elevación de Pacelli al solio pontificio) y julio de 1939 (imprimatur): un momento grave para la historia europea y que unos meses más tarde afectaría dramáticamente a la propia Holanda. Es probable que esta obra fuera redactada entre mayo y junio: se puede percibir en ella cierto eco de las intervenciones pontificias de aquellos días invocando la paz (un tema que era muy querido por Montessori) y del discurso pronunciado por el papa en el Sacro Colegio el 2 de junio de 1939, el día de su fiesta onomástica. En aquella ocasión, Pío XII afirmó: «Para implorar la luz y la bendición celestial sobre los acontecimientos de nuestros días y sobre las decisiones que en ellos se toman, ya en el mes de mayo convocamos al mundo católico a una cruzada en torno al altar de María, y pusimos al frente inocentes legiones de niños, como lirios en flor a los pies de la Virgen Madre, custodiados por los ángeles bienaventurados, llamados junto a sí por Jesucristo, abrazados, bendecidos y propuestos para la imitación de todos los herederos del reino de los cielos... La inocencia que ora y suplica es un aviso y un ejemplo».107 María Montessori probablemente pudo asistir al menos al comienzo de la impresión del opúsculo antes de abandonar Holanda en octubre para trasladarse a la India.

Tras la muerte de Montessori, la obra fue publicada en alemán (por Arbeitsgemeinsch. f. Montessori-Pädagogik) en 1956 en Colonia (Gott und das Kind), editada por Helene Helming (reeditada en 1964 por Herder, con Imprimatur de 1963), y de nuevo en 1995, en una edición a cargo de Günter Schulz-Benesch (también en Herder). A partir de la edición alemana de 1956 se hizo en 2007 una edición inglesa (God and the Child), promovida por la «North American Teacher’s Association», financiada por Orcillia Oppenheimer, traducida por Devan Barker y coordinada por D. Renee Pendleton.

En el año 2000 Augusto Scocchera publicó en Vita della Infancia el quinto capítulo («Cristo ed il bambino»), anteponiéndole una breve nota en la que señalaba: «Heemstede (Holanda), 1939. Por propia iniciativa o tal vez a petición de alguien, María Montessori entrega un manuscrito, probablemente un “borrador” de pensamientos y apuntes, a alguien, que a su vez lo redacta, parafraseándolo con frecuencia, en un italiano bastante forzado. De ahí nace una obra, no se sabe si revisada por la autora, titulada Dio e il bambino.108

Existe en realidad, en la AMI de Ámsterdam, un texto mecanografiado completo de esa obrita (y es el que publicamos), que lleva en el frontispicio la indicación «Traducción italiana», con el añadido: «Traducción y redacción del manuscrito italiano del padre Paschasius O. M. Cap.». Este texto mecanografiado no corresponde, por tanto, a la versión original. No obstante, la expresión «redacción» y sus características hacen pensar en un «texto base»: de hecho, está mecanografiado en dos colores (negro y rojo), como si fuese la fusión de dos textos o una ampliación del texto primitivo. Al margen, es decir, al costado de las partes en rojo, aparecen indicaciones que remiten a páginas (el número de página está escrito a máquina y en ocasiones corregido): en dos casos se indica «paráfrasis p. 5».

Es posible que María Montessori, tal vez a raíz de alguna conferencia local, hubiera proporcionado al capuchino holandés materiales diversos (no sabemos si escritos en italiano) para una publicación en holandés sobre el tema: entre estos materiales debía haber al menos un texto con las páginas numeradas (que quizá debía utilizarse para integrar o ampliar otro escrito más breve). Cabe pensar que de esta versión holandesa el padre Paschasius hiciera una traducción italiana, para Montessori, poniendo en evidencia el ensamblaje de ambas partes. El uso que el redactor hace de la lengua italiana hace pensar que esta no es su lengua materna y además se utilizan formas latinizantes (lo que apunta justamente a un eclesiástico). Teniendo en cuenta que la obra aparece con el nombre de Montessori —que entonces se encontraba en Holanda y que más tarde regresó de nuevo a aquel país—, es extremadamente improbable que la redacción final del texto no recibiera la aprobación de la doctora (y quizá precisamente con vistas a esta aprobación se preparó la traducción mecanografiada conservada en el Archivo Montessori). Tampoco hay que excluir que esa publicación fuera fomentada o solicitada por la propia Montessori: del mismo modo que, al pontificado de Pío X, no demasiado favorable para sus intereses, le había sucedido el de Benedicto XV, muy diferente y más en sintonía con sus ideas, después del pontificado de Pío XI, más bien poco receptivo al montessorismo, cabía esperar y tal vez suponer (sobre la base de las primeras intervenciones del papa Pacelli) un pontificado de Pío XII más abierto, con el que poder sintonizar de inmediato.

El capuchino Paschasius de Meerveldhoven (1889-1981), cuyo nombre era Petrus J. G. der Meeren y que aparece como protagonista del hecho, no era un ignorante en la materia. En 1931 había publicado un breve escrito, de 24 páginas, sobre la cooperación entre sacerdote, médico y educador (Samenwerking tusschen priester, geneesheer en opvoeder). Unos años más tarde entregaría a la imprenta I nostri bambini: un libro per gli amici di madri e bambini.109 Era además afín a la Acción Católica: en 1934 había publicado, para las ediciones diocesanas de Breda y con prefacio de Giuseppe Pizzardo (que unos años después, en 1937, recibiría la púrpura cardenalicia), un libro sobre esta organización:110 libro que obtuvo cierto éxito, con posteriores ediciones en otra editorial.111

Al publicar la obrita de Montessori por primera vez, hemos seguido un criterio «filológico», manteniendo la distinción de los dos colores, que aparecen en el texto mecanografiado utilizado: las partes en rojo han sido publicadas en cursiva. Se han corregido los errores evidentes, pero no las formas sintácticas dudosas. Las citas, anotadas junto a las partes en rojo, se han transformado en notas a pie de página.112

El texto, posterior a las otras obras de carácter «catequístico» de Montessori, muy conocidas y ya recordadas (I bambini viventi nella Chiesa [1922]; La vita in Cristo. Anno liturgico [1931]; La Santa Messa spiegata ai bambini [1932]), proporciona en realidad una perspectiva ideal explícita y compacta, síntesis de la visión pedagógica montessoriana y de su personal modulación espiritual y de fe, claramente presentada como católica: por este motivo nos ha parecido coherente proponerlo en primer lugar.

En esta perspectiva ideal se recuperaban vibraciones espirituales diversas: Pestalozzi, Tolstói,113 Tagore (con el que Montessori había mantenido un intercambio epistolar en 1926).114 No se trata de citas ocasionales y genéricas: la fe cristiana y católica de Montessori se fue centrando y madurando con la referencia —existencial y significativa— a las enseñanzas de Pestalozzi, de Tolstói y de Tagore: esto explica la originalidad y la complejidad arquitectónica, más allá de una imagen que se presenta transparente y simple, de su visión religiosa cristiana y de su personal vivencia espiritual.

2.2. Los inéditos de carácter mistagógico de 1931

Como ya hemos visto, al profundizar en la investigación sobre la educación religiosa —estimulada en ello por el planteamiento crítico respecto a su orientación expuesto por el papa en la Divini Illius Magistri, a finales de 1929— Montessori intensificó, a comienzos de los años treinta, la reflexión y la redacción de escritos sobre ese tema: se percibía en ellos tal vez un lejano eco de las obras de Semeria y de Giacomelli, pero se valoraban todavía más las experiencias educativas supervisadas y en especial la provechosa relación con mujeres como Anna Maria Maccheroni o como Adele Costa Gnocchi, propuesta en vano en 1932 por la doctora para la cátedra de Pedagogía de la «Regia Scuola Magistrale di Metodo Montessori». Costa Gnocchi había estado vinculada a los ambientes del modernismo: había tenido relaciones con Casciola, Semeria, Fogazzaro, Gallarati Scotti, y hasta había actuado de mediadora para conseguir un contacto a distancia entre Buonaiuti y el padre Orione. Maccheroni siempre se refería a la experiencia catalana, inserta explícitamente en el contexto católico.115

Mientras llevaba a cabo estos trabajos, Montessori decidió que la característica «litúrgica» era fundamental. En otras palabras, para pasar de una vieja educación religiosa de tipo escolar a una nueva educación de tipo activo, no era tan importante adoptar un método activo en la catequesis, o sea, en la enseñanza de la «doctrina» (como intentarían, algo más tarde y con muchas dificultades e incomprensiones, Gesualdo Nosengo y Silvio Riva),116 como pasar de la catequesis a la mistagogía, esto es, a la acción litúrgica.

En 1931, la revista Montessori anunciaba la publicación inminente de algunos textos de la doctora:117 La vita in Cristo, La tavola apparecchiata, Il libro aperto, La guida, Le sette parole di Gesù Crocifisso. Aquel año se imprimió (con el imprimatur del Vicariado de Roma) únicamente La vita in Cristo. Anno liturgico. En cambio, más tarde apareció una nueva obra, La Santa Messa spiegata ai bambini, publicada, como ya hemos dicho, en inglés en 1932.118 Estas reflexiones tuvieron un eco inmediato en el movimiento femenino católico alemán,119 en la revista Die Christliche Frau.120 Como es sabido, Alemania era terreno abonado para la renovación litúrgica de la Iglesia católica.

Al publicar de nuevo, en 1970, las tres obras de Montessori ya conocidas,121 Sofia Cavalletti observaba:

La Santa Messa spiegata ai bambini y La vita in Cristo, que siguen a I bambini viventi nella Chiesa, son solo una parte de la abundante producción religiosa de Montessori, en gran parte iné­dita. Podrían llamarse escritos «proféticos», porque en ellos se habla de liturgia como «método pedagógico de la Iglesia» y de la necesidad de “hacer accesible la liturgia a los niños». Este tipo de afirmaciones son normales en nuestros días, pero cuando María Montessori las escribía, el movimiento litúrgico todavía se movía en las altas esferas.122

La mistagogía montessoriana, adaptada a la infancia, se conjugaba con una visión cristológica no exenta de originalidad. En 1932 la doctora afirmaba:

Todos nosotros tenemos dos grandes festividades al año, Navidad y Pascua; estas festividades las reconocemos en nuestro corazón, para honrarlas suspendemos toda actividad social; muchos las observan religiosamente. ¿Qué nos recuerdan estas dos antiguas festividades? Nos recuerdan a una sola persona, cuya encarnación y cuya misión social fueron no obstante distintas. En la historia de Jesús, el período de la encarnación duró hasta la pubertad, esto es, hasta el momento en que, a los 13 años aproximadamente, dijo a sus padres: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que tenía que estar en la casa de mi Padre?». Durante ese período su conducta fue la de un chico que no adquiere el conocimiento de los sabios adultos, sino que, por el contrario, los maravilla y los confunde. Solo más tarde comenzó la vida oculta del Hijo que obedece a sus padres, que aprende el oficio de su padre y que se adapta a la sociedad en la que deberá llevar a cabo su misión.123

Los escritos montessorianos de carácter religioso, cuya inminente publicación se anunció en 1931, en realidad nunca fueron editados: excepto, como hemos dicho, La vita in Cristo. Anno liturgico y La Santa Messa spiegata ai bambini, aunque esta última obra no aparecía citada en el artículo de 1931.

Sin embargo, en la Biblioteca-Archivo personal de la madre Luigia Tincani, fundadora de las Misioneras de la Escuela y ligada a Montessori por vínculos de afecto, como veremos mejor más adelante, se conservan algunos textos mecanografiados atribuidos a Montessori y probablemente obtenidos o bien directamente de la doctora o bien de Giuliana Sorge o de Adele Costa Gnocchi. En concreto (como se lee en el Inventario del Fondo), en la carpeta 4, aparecen dos compilaciones, ambas de Scritti religiosi di Maria Montessori, marcadas respectivamente con los números 3 y 4. Los textos que contiene la número 4 son especialmente interesantes, porque se refieren a la obra, publicada, La Santa Messa spiegata ai bambini. El Inventario distingue en realidad tres textos (no numerados): La Tavola apparecchiata (La Messa spiegata ai bambini); Messa dei Catecumeni; Messa mistica.

Más interesante es la compilación marcada con el número 3, que comprende cinco textos (numerados): 1) La guida [La guía]; 2) La vita in Cristo (publicado); 3) Il libro aperto [El libro abierto]; 4) Il mistico dramma [El drama místico]; 5) Le sette parole di Gesù Crocifisso [Las siete palabras de Cristo crucificado]. Algunos de estos textos son los que menciona Prantera en su artículo de 1931.

Un análisis más detallado de estos textos mecanografiados nos permite precisar su naturaleza. En el «Prefacio» a La Santa Messa spiegata ai bambini, Montessori escribió: «Pero no se trata aquí de explicar lo que, a mi juicio, debería ser el Misal para los niños. El argumento es muy vasto, y trato de él en otro libro, dedicado especialmente a la misa de los niños».124 Así es: el conjunto de estos textos formaba parte del proyecto de un libro que trataba el problema de «qué debería ser un Misal para niños». Por otra parte, en La scoperta dei Bambini, Montessori citó entre sus textos sobre la educación religiosa un Manuale per la preparazione di un Messale per i bambini.

El libro abierto partía de una consideración del Misal y trazaba una breve historia de él como «libro único» de la Iglesia. Mostraba cómo, con el nacimiento de las lenguas vulgares, el latín de la liturgia se había convertido en una lengua incomprensible para la mayoría del pueblo, de modo que el Misal era de hecho un «libro cerrado»: en estas consideraciones podría percibirse una influencia del Rosmini de las Cinque piaghe della Santa Chiesa [Las cinco llagas de la Santa Iglesia, Barcelona, Península, 1968] (especialmente en el comentario del roveretano sobre la «primera llaga»: la división entre clero y pueblo en el público culto), aunque no se citan ni el autor ni la obra, que todavía estaba en el Index. La doctora observaba que, en tiempos más recientes, el movimiento litúrgico (iniciado, según Montessori, por la reforma promovida por Pío X) convertía de nuevo el Misal en un «libro abierto».

La obra montessoriana ofrecía indicaciones para «el estudio del texto y del rito por medio de letreros, signos representativos y cuadros».125 Se trataba de «preparar un material de cartulinas y apartados». «Naturalmente —observaba Montessori— el niño ya debe saber algo de la misa y de sus partes: para ello se preparó un librito preliminar: LA MESSA SPIEGATA AI BAMBINI, que ayuda a comprender bien las subdivisiones fundamentales».126 Es evidente, por tanto, que en la visión global de la doctora este trabajo era una continuación del que fue publicado en 1932.

La guía explicaba las características que debía tener un «libro de misa» adaptado a los niños. Se planteaba el problema de «Preparar para los fieles, y especialmente para los niños, un libro de misa que no sea solamente un “Libro abierto”, es decir, inteligible, sino también construido de una forma y con unas dimensiones tales que permitan llevarlo siempre consigo a todas partes».127

En esta visión de mistagogía activa se insertaba el texto tal vez más original y sorprendente: El drama místico, dividido en dos partes: «L’inscenamento» (La escenificación) y «Il mistico dramma» (El drama místico). Hay que recordar que para Montessori la misa era un «Teatro Divino»: «El modo establecido por la Iglesia para celebrar la misa la convierte en una representación admirable, como en un teatro del Cielo».128 Para lograr que se comprenda el significado místico de la misa en su sentido más profundo e introducir en él a los niños, la doctora proponía una auténtica Representación Sagrada, cuyos espectadores y actores eran los niños: la primera parte («La escenificación») recordaba la Pasión de Cristo —a través de un Vía Crucis— y su Resurrección, es decir, las realidades que la misa conmemora. La segunda parte («El drama místico»), en cambio, dramatizaba, o sea, transcribía en un relato de representación sagrada, la propia misa en sus distintas partes.

El breve texto Las siete palabras de Cristo crucificado, referido también a la Pasión, puede considerarse un apéndice del texto anterior: probablemente era el esquema de un librito que debía contener ilustraciones para acompañar al niño y hacerle revivir justamente la Crucifixión de Jesucristo, parafraseando textos conocidos de la tradición cristiana y de la liturgia.

Por último, hay que observar que uno de estos textos mecanografiados —El drama místico— estaba fechado: «Abril 1931». Creo que no se trata de una indicación casual: tal vez cabe formular la hipótesis, justamente en relación con esta datación, de una clave de lectura histórica sobre el motivo de esos textos montessorianos. Abril de 1931 marcó, como es sabido, el momento del enfrentamiento público y duro —el más grave después de los Pactos Lateranenses (y destinado a ser el momento de mayor fricción a lo largo de todo el veintenio)—129 entre la Iglesia católica y el régimen fascista. Aquel mes, después de numerosos ataques a la Acción Católica por parte de los fascistas y de las quejas por la actitud de la prensa católica, expresadas por el embajador De Vecchi di Val Cismon al nuncio Borgoncini Duca, Pío XI respondió con el discurso a los católicos romanos del 19 de abril; el secretario del PNF Giurati reafirmó, el 21 de abril, en una intervención en Milán, el carácter totalitario del régimen, y Pío XI contraatacó con el quirógrafo al cardenal Schuster, arzobispo de Milán. Entre mayo y junio la tensión fue creciendo, hasta la encíclica de Pío XI Non abbiamo bisogno, publicada con fecha del 29 de junio, pero divulgada el 5 de julio. El enfrentamiento se solucionó finalmente en septiembre con nuevos acuerdos.

Cabe pensar, por tanto, que este esfuerzo de Montessori por escribir (y publicar) textos de clara inspiración católica tenía como objetivo último, casi podríamos decir que «estratégico», el intento de refugiarse en la Iglesia católica para resistir a las maniobras fascistas tendentes a dominarla e instrumentalizarla, dándole una orientación fascista al Método (y hasta preparándose para un montessorismo sin Montessori). La «pequeña Conciliación» de septiembre habría restado urgencia a esas publicaciones, de modo que muchos textos que ya estaban acabados permanecieron inéditos.

3. CUESTIONES DISCUTIDAS

En el contexto de la reconstrucción histórica del «catolicismo» de Montessori que hemos intentado trazar, los dos textos que publicamos a modo de apéndice (ambos inéditos) pretenden aportar algún nuevo elemento documental a un problema, conocido ya desde hace tiempo, pero que ha sido replanteado recientemente. Me refiero a algunos ensayos que han querido interpretar la figura y la obra de Montessori desde el punto de vista global del anticristianismo y, en particular, de la teosofía.130 De entrada ya digo que esas interpretaciones parecen forzadas, con una base de estudios débil (y a veces escasa); no obstante, el problema planteado merece una nueva investigación concluyente.

3.1. Interés por la teosofía pero relaciones religiosas católicas e intento «fundacional»

Para aclarar las relaciones de María Montessori con los ambientes teosóficos es útil distinguir dos momentos muy significativos: el de su primera implicación en el ámbito educativo y en la puesta en marcha de las Casas de los niños (podríamos decir que desde finales del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial) y el de su estancia en la India (de 1939 a 1949).

En los Archivos de la Sociedad Teosófica está documentada la inscripción de María Montessori, el 23 de mayo de 1899 (tras la muerte, en 1891, de Helena Blavatsky, que en 1875 había fundado la Sociedad y, en 1878, había establecido su sede central en Adyar, cerca de Madrás, en la India): fue admitida directamente en la sección europea por el secretario general, Otway Cuffe, ya que no existía entonces la sección italiana. Su solicitud fue apoyada por el capitán Oliviero Boggiani (que había sido el secretario de la sección italiana cuando se fundó, en 1902). No obstante, esta inscripción desaparece más tarde, no se sabe en qué fecha.131 En el clima cultural claramente pospositivista y neoespiritualista de finales del siglo XIX y principios del XX, la teosofía era, en realidad, uno de los componentes de un «crisol espiritualista», cercano al modernismo católico, que en Italia tuvo una gran difusión en los ambientes femeninos cultos: de hecho, se debía a la iniciativa de mujeres inspiradas como Helena Blavatsky primero y, Annie Besant, conocida feminista, después. Como se ha observado acertadamente:

La moda o, si se quiere, el interés por las religiones orientales, la superación lírica de las obtusas regiones de la ciencia, el sueño de una restauración palingenésica de la sociedad, en resumen, todo el irracionalismo vago del fin de siglo tiene especial arraigo entre las mujeres. Su difusión entre las mujeres «cultas» era también el signo de una necesidad auténtica, una llamada tácita y tal vez desesperada. Coari y su grupo, como muchas otras mujeres muy conocidas de aquellos años, Antonietta Giacomelli sobre todo, percibieron esta llamada y entendieron hasta qué punto este incierto mundo femenino tenía necesidad del testimonio amistoso del cristiano.132

Montessori, en sintonía con esos ambientes feministas, demostró ciertamente curiosidad, sin prejuicios, por las teorías teosóficas (en un momento en que se apartaba de los enfoques positivistas y buscaba una pedagogía «científica» nueva), y probablemente asistió en Londres, en 1907, a una conferencia de Besant,133 que aquel año sería presidenta de la Sociedad Teosófica. Sin embargo, su pedagogía no bebe de estas fuentes de pensamiento (es decir, de obras como Isis sin velo o La doctrina secreta de Madame Blavatsky), aunque en aquellos años gozaron de cierto crédito en el ámbito académico.134 Fueron más bien los teósofos —y, en par­ticular, y no por casualidad, los más próximos a la llamada Iglesia Católica Liberal (por una parte Besant, que conoció a Montessori en Roma antes de la Gran Guerra, y por la otra, como ya se ha recordado, Arundale)—, los que descubrieron afinidades con el montessorismo, probablemente como alternativa a Steiner. De modo que, a instancias de Besant, se fundó en París, en 1909, una «Liga para la educación moral de la juventud», cuyas promotoras se sintieron atraídas por el método montessoriano y consiguieron financiación para enviar a Roma, en 1910, a la señorita L. Pujol para estudiar mejor la experiencia de las Casas de los niños.

En cualquier caso, para Montessori, la colaboración, hacia 1910-1911, con la pequeña pero dinámica congregación de las Franciscanas Misioneras de María fue un momento importante: era la misma joven congregación que ya había atraído positivamente la atención de la revista In Cammino (medio de expresión del grupo de activismo ético y reformismo religioso, dirigido por Antonietta Giacomelli, con la colaboración de Tommaso Gallarati Scotti)135 porque «se adapta a la índole de los tiempos» y ha «intuido los tiempos nuevos», cosa que la convierte en el instituto «que más sobresale por la impronta de la modernidad».136 La superiora general de las Franciscanas Misioneras era, desde 1905, Marie de la Rédemption (Jeanne de Geslin de Bourgogne, 1860-1917), que había cursado estudios de pedagogía y tenía cierta experiencia como educadora infantil.137

Tras haber abierto dos Casas de los niños en Roma en 1907 y una en Milán en 1908, Montessori entró en contacto con muchas mujeres interesadas en la educación, entre las que había doce franciscanas misioneras, que en diciembre de 1909 propiciaron el encuentro de la doctora, en busca de un local acogedor y suficientemente amplio en Roma para sus conferencias de formación de esas educadores, y la superiora, que puso a su disposición el oratorio de la comunidad. Comenzaban así los Cursos montessorianos, que tuvieron lugar en 1910138 y en 1911, y en noviembre de 1910 se abrió también en la Vía Giusti, en los locales de las Franciscanas y con su colaboración, una Casa de los niños dedicada especialmente a acoger a los niños huérfanos a consecuencia del terremoto calabro-siciliano (se abrieron asimismo otras Casas de los niños en los conventos de las Franciscanas en Taormina y en Milán). El bienio 1910-1911, en el que se produjo lo que hemos llamado «cambio de las alianzas», estuvo marcado, sobre todo para Montessori, por una intensa comunión con las Franciscanas Misioneras. La doctora, ayudada por la maestra de novicias de la congregación, Marie Elisabeth de l’Annonciation,139 profundizó en su búsqueda religiosa, orientada sobre todo al catolicismo. Las Misioneras, por su parte, interpretaron esta relación, con un énfasis algo exce­sivo, como un «retorno»140 de Montessori a la fe y, más acertada­mente, como una apertura del método montessoriano a las demandas catequísticas (que fueron evidentes en la Casa de los niños abierta en 1910).

En la crónica de la casa de las franciscanas de Grottaferrata, donde residía Marie Elisabeth, aparece anotado con fecha del 16 de mayo de 1910: «La doctora Montessori, que siente un especial afecto por nosotras, ha fundado en Roma una institución especial para enseñar a los niños a leer y a escribir divirtiéndose, utilizando un sistema nuevo. La ayudan en esta tarea unas muchachas cuya instrucción religiosa deja mucho que desear, y Montessori ha pedido a la madre general si alguna religiosa podría darles lecciones. La madre Elisabeth de l’Annonciation, que posee todas las cualidades necesarias para llevar a buen término esta ardua labor, ha sido designada por la madre, y parte hacia Roma con sor Adriana».141 Y en un documento interno de la congregación, sin fecha ni firma, pero que hay que situar en ese bienio, se observaba: «Las FMM no tienen hasta ahora, en relación con la persona de Montessori y con su enseñanza, más que el deseo creciente, y ya hecho realidad en la Casa de los niños de la Vía Giusti, de adaptar su método educativo, fruto de una profunda observación de la infancia, a las enseñanzas y a los criterios de la Iglesia. Saben muy bien que Montessori es ahora una cristiana practicante, que lleva una vida sumamente edificante, se acerca a menudo a la mesa eucarística, y esperan firmemente que sea una científica más a la que el estudio de la ciencia haya conducido a la fe».142

En este período y en este contexto debió de surgir la idea de crear una «Pia Unione» —lo que más tarde se llamarían «Istituti Secolari»— esto es, una hermandad católica, con las características de la consagración religiosa, pero que debía mantenerse oculta, casi en secreto, para evitar prejuicios hostiles y para poder «fermentar» en el seno mismo de los ambientes, en especial los populares. Esa hermandad habría de tener una misión educativa, consistente en la difusión del método Montessori. El primer documento, que publicamos en el Apéndice, da fe de esta iniciativa: es un manuscrito, aunque con distintas grafías (en una de ellas, como veremos, se puede identificar la mano de la propia Montessori). Nacía en el ambiente religioso de las franciscanas, pero dentro del grupo de las educadoras montessorianas: podemos pensar en figuras como Anna Maria Maccheroni (1876-1965) y Anna Fedeli,143 aunque también en Lina Olivero Traversa, Elisabetta Ballerini y Adele Costa Gnocchi. El texto revela una clara orientación católica, junto con los aspectos originales típicos del montessorismo. Se trata de una especie de «Constituciones» o «Reglas», con indicaciones detalladas incluso sobre la forma de vestir. La propia Maccheroni recordaría más tarde, a propósito de la doctora: «Era una época en que las mujeres que estudiaban se vestían a la moda masculina: chaqueta, corbata. Ella no. Conservaba, y diría que hasta respetaba, la feminidad. Se vestía de forma sencilla, pero con buen gusto».144

Hubo una consagración privada, el 10 de noviembre de 1910, de este primer núcleo de «discípulas». La fecha quedó grabada en la memoria de las «montessorianas» que participaron en ella: marcaba el inicio de su misión, en el campo educativo, con una dedicación religiosa total. Muchos años más tarde, muerta ya Montessori, Anna Maria Maccheroni evocó, de forma a la vez explícita y alusiva, aquel momento fundacional:

El 10 de noviembre de 1910, María Montessori proclamó solemnemente la finalidad de su obra: proteger a los niños. Obra de justicia y a la vez de caridad, o sea, de amor.

«Donde hay caridad, allí está Dios». [...]

Proteger al «niño».

Esta invitación se extendió por todo el mundo. Nos hizo pensar en las palabras proféticas: “Tus hijos vienen de lejos, tus hijas son llevadas en brazos”.

Pues bien, hijos e hijas de esta misión, dirijamos nuestros corazones a la fundadora de nuestro movimiento, firmes en el propósito de seguirla, unidos como los tres Magos que venían de países distintos, pero se unieron y siguieron juntos el camino que los condujo hasta el Niño, el Salvador del mundo entero.

«Non corde discedat tuo

Vis illa amoris inclyti!».

¡No abandone tu corazón esta fuerza de amor singular!145

Las conversaciones que Anna Fedeli mantuvo con la franciscana Marie Elisabeth du Messie atestiguan y confirman algunos rasgos de esa «visión fundacional» montessoriana. En una carta de Marie Elisabeth a la superiora general, del 9 de agosto (sin indicación del año, pero probablemente de 1911, y en cualquier caso del bienio del que hablamos), se aludía a esas conversaciones:

En cierta ocasión, o mejor dicho en varias ocasiones, Anna me explicó su sistema: la Casa de los niños es algo, pero muy poco comparado con el objetivo que se propone alcanzar Montessori con ella. En Milán, por ejemplo, una sociedad socialista, «l’Umanitaria» (si no me equivoco), ha hecho construir todo un barrio obrero. Con el pretexto de construir una Casa de los niños, Montessori ha participado en esta operación, la educación de los niños tiene mucha importancia en su plan, de ello no cabe duda. Pero el objetivo principal es que la maestra de los niños sea para los adultos (los padres de sus alumnos y todo el barrio) una reforma de las ideas, un elemento elevador, moralizador, un agente de la verdad. Esta rara avis ha de ser fundamentalmente cristiana, ha de llevar una vida pura y formal, ha de ser delicada en medio de la zafiedad y virtuosa en medio del vicio. Sin llegar a aprobar directamente las teorías ateas y revolucionarias, ha de hacer creer que está de su parte, para obtener primero la confianza de las personas y poco a poco reconducirlas al camino de la disciplina, de la obediencia a las leyes divinas y humanas y, finalmente, al cristianismo. Es la propia ciencia, dice la señora Fedeli, la que nos conducirá al cristianismo, pero para introducirse en el ambiente del pueblo llano ignorante, primero hay que hacerles creer que buscamos el bien, sin decir que este bien nos viene del catolicismo, reconducirlos con nuestro ejemplo sin que sepan de antemano que la fuente de la virtud practicada es el catolicismo. Lo sabrán más tarde, pero antes hay que avanzar con prudencia. Es preciso que esta persona se introduzca sola en medio de este pueblo, que sea su sostén, su guía, y que esté constantemente mezclada con él. Cena en el comedor, no tiene casa, y obedece ciegamente las directrices del jefe de la Institución, o sea, la doctora Montessori. —¡Pero —como ya he dicho—, esta persona ha de tener la virtud de una religiosa! —Sin duda —me respondió—. [...] Es hermoso esto, es hermosa la vida religiosa, es una idea que entiendo ahora [...] creo que sería feliz aquí, pero no será esta mi tarea. Las circunstancias me han llevado a consagrarme a la obra de Montessori, ¡y creo en esta misión! Creo que con el tiempo, como me decís, para conseguir su objetivo, esta deberá convertirse en una especie de institución religiosa, con una forma moderna, pero en el fondo seguirá siendo una congregación religiosa.146

Este Instituto no tuvo un desarrollo «exterior»: probablemente no obtuvo la aprobación eclesiástica.147

Entretanto, durante el año 1910, la señorita Pujol siguió el curso montessoriano y estuvo observando la Casa de los niños de la Vía Giusti. De regreso a Francia, impulsó en 1911 la creación, en el ámbito teosófico, de una Casa de los niños (el material montessoriano fue fabricado en Francia con permiso de la doctora).148 Al mismo tiempo preparaba una ponencia para el Congreso Teosófico Internacional, que debía celebrarse en Génova del 17 al 21 de septiembre de 1911, pero que fue suspendido y aplazado por Besant (tal vez para evitar el enfrentamiento con Rudolf Steiner, decidido ya a abandonar la Sociedad Teosófica), en la que afirmaba:

Las conversaciones con la señora Montessori y con sus colaboradoras, y la lectura de sus obras no tardaron en probar que todo el sistema educativo estaba basado en la concepción teosófica de la que también nosotros habíamos partido, es decir, que el desarrollo interior es la razón y la condición de cualquier otro desarrollo. [...] Y nosotros, que hemos llegado a las mismas conclusiones por otras vías, hemos decidido abrir en París dentro de unos días una escuela realmente maternal, donde aplicaremos el método que ha permitido ya transformar a muchos niños en Roma y en Milán.149

Este apoyo de los teósofos y las críticas a Montessori por parte de la prensa católica antimodernista, pese a las estrechas relaciones espirituales de la pedagoga con la superiora de las Franciscanas Misioneras, habían de desembocar en una suspensión firme de las actividades. En respuesta evidentemente a las primeras dudas surgidas, el 30 de octubre de 1911 la doctora escribía a Marie de la Rédemption:

Reflexionando con más calma sobre el curso de la Vía Giusti, creo que es mejor impartirlo: los de fuera ya han llegado: me parece injusto rechazar ahora a los que pudieran «ser considerados amigos». Los teósofos están en posesión del método: que lo estén, y más aún en la medida en que nos sea posible, los católicos. Precisamente es la ocasión de luchar, no de retirarnos con una prudencia ya tardía. Además, el curso supone la continuidad de nuestra acción en su casa. Y en este momento de ruptura de la amistad (con el Ayuntamiento, con Chiaraviglio, etc.), si suspendemos el curso, podría pensarse que también rompemos con ellas. Tal vez esta es la ocasión que nos brinda la Providencia para mostrar nuestras afinidades ideológicas y las amistades que consideramos estables.150

No obstante, en junio de 1912 el diario La sentinella antimodernista, como ya hemos señalado, atacaba duramente a Montessori y a las Franciscanas. El padre Agostino Gemelli, que inicialmente había ensalzado a las religiosas por su apertura al montessorismo, al verse también objeto de las acusaciones de los antimodernistas, cambió de postura y sugirió a las Franciscanas que se liberaran del compromiso contraído.151 De modo que a partir de 1912 los cursos Montessori ya no se impartieron en la Vía Giusti. Se mantuvo la Casa de los niños, que cerró sus puertas en 1915, cosa que ocasionó un nuevo disgusto y dolor a la doctora.152 La Casa de los niños que tenía su sede en las Franciscanas de Milán, inaugurada a finales de 1911, recibió asimismo en 1912 las críticas de los sacerdotes que temían una orientación laicista (y, en febrero de 1913, la superiora fue llamada por el arzobispo para que diera explicaciones).153

En cambio, el apoyo de los teósofos al método montessoriano se mantuvo, como se desprende de la conferencia pronunciada por Besant en Londres el 29 de octubre de 1919154 y de un ar­tículo aparecido en el Bollettino della Società Teosofica Italiana de 1920 (en el que se decía que el método Montessori «es el método educativo teosófico por excelencia»),155 aunque algunos teósofos afiliados a la masonería, como Francesco Randone, que había estado próximo a Montessori, empezaron a apartarse de ella.156 Una vez más se tendía sobre todo a una asimilación técnica del montessorismo.

3.2. La relación con Luigia Tincani y la profesión de fe católica

Un segundo momento en la biografía de Montessori que dio pie a que se hablara de su adhesión a la teosofía fue el decenio 1939-1949, que la doctora pasó casi enteramente en la India, primero en Adyar y luego en Kodaikanal (aunque con desplazamientos a distintas ciudades indias). Como ya hemos visto, el principal promotor de este viaje, acogido positivamente también por Gandhi y por Tagore,157 fue George Arundale, presidente de la Sociedad Teosófica y rector de la Universidad de Benarés: el 1 de diciembre de 1945 fue inaugurado en Adyar el «Arundale-Montessori Training Centre», con una intervención de la propia María Montessori sobre Education from Birth.158

Durante su estancia en la India, huésped de la Sociedad Teosófica, se le preguntó expresamente a Montessori si se había hecho teósofa. Para negar esa afiliación, sin mostrarse descortés con sus amigos indios, la doctora afirmó: «soy montessoriana».159 Por otra parte, el propio Arundale, en su informe a la sexagésimo cuarta Convención Internacional de la Sociedad, reconoció de forma precisa y honesta que Montessori no era miembro de la Sociedad.160 Y tras la muerte de Montessori, el entonces presidente de la Sociedad Teosófica, Jinarajadasa, manifestó con toda claridad que la pedagoga era católica.161

Es probable, en cualquier caso, que en aquellos años transcurridos en la India la pedagoga leyera textos de Blavatsky: sin duda le sorprendió la similitud entre las viejas ideas de la fundadora de la Sociedad y las suyas de entonces.162 No obstante, en 1940 escribía al jesuita italiano y colaborador de la Civiltà Cattolica, padre Barbera, para agradecerle las declaraciones en su defensa.163 Aunque el hecho de mayor importancia histórica fue sin duda el primer «Montessori Religious Course», que tuvo lugar en Kodai en septiembre de 1943. En una carta de agradecimiento que los participantes (sacerdotes, monjas y laicos católicos, pero también brahmanes y musulmanes, entre los que había algunos convertidos al cristianismo a raíz del curso) escribieron a Montessori, se destacaba especialmente la conferencia sobre el sacramento de la Confirmación, que había ofrecido una luz nueva, y sobre la santa misa, que había permitido vislumbrar significados nuevos. Y se manifestaba un deseo: «pueda la caridad de Cristo hacernos capaces de revelar estas cosas a los niños con toda su belleza».164

Cuando, una vez acabada la guerra, Montessori pudo regresar a Italia, fue recibida —el 7 de mayo de 1947— en el aeropuerto de Ciampino por la honorable Maria Jervolino y por la madre Luigia Tincani. La madre Tincani era la fundadora de las Misioneras de la Scuola, educadora de gran sensibilidad, muy apreciada por las jerarquías católicas y apoyada por el cardenal Pizzardo, pero muy vinculada también a monseñor Montini y bien introducida en la Curia romana y cercana al propio pontífice.165 Tincani conocía la obra de Montessori desde los años de su formación: en 1912 se había matriculado en el «Magistero de Roma» y en 1916 había obtenido el diploma en «Pedagogía y Moral», de modo que es imposible que no hubiera conocido entonces la obra de María Montessori e incluso, probablemente, a la propia pedagoga en persona.166 En cualquier caso, gracias a unas notas de los años veinte, sabemos que le había impresionado favorablemente la pedagogía de Montessori. Además, en 1937, una época de desgracia para el montessorismo en Italia, la marquesa Maraini, favorable al método Montessori, se había dirigido a ella para obtener su apoyo. Tincani mantenía asimismo una relación intensa con Giuliana Sorge. De modo que en mayo de 1947 hubo muchas ocasiones de encuentro entre Tincani y Montessori:167 fue sobre todo la religiosa la que propició el encuentro de Montessori con Pío XII.

La fuente fundamental de estos hechos son las Crónicas de la Comunidad de las Misioneras de la Scuola. En ellas leemos: «Jueves, 8 de mayo. [...] la reverenda madre general nos anuncia que ha conseguido una audiencia privada con el santo padre para mañana y nos pide que recemos». Y también: «Viernes, 9 de mayo. A mediodía la reverenda madre general se dirige al Vaticano para la audiencia con su santidad Pío XII. A la hora del recreo nos cuenta los detalles: el santo padre se ha mostrado sumamente cordial y ha demostrado mucho interés por lo que nuestra reverenda madre le ha expuesto, tanto sobre las hermanas como sobre la doctora Montessori».168 Por una nota autógrafa de la propia Tincani —un breve apunte para su audiencia con el papa— sabemos lo que la madre le dijo a Pío XII sobre Montessori:

Posturas de partida realistas: médica – ejercicio de la profesión durante diez años, labor humanitaria en los barrios populares de Roma.

Encuentros con el niño. Trabaja con niños pobres en el barrio Trionfale, reunidos en un local en la planta baja de un bloque de viviendas popular, los acoge, los ayuda en sus deseos, acompañándolos más que obligándolos a tareas preestablecidas; y los niños revelan cualidades desconocidas. Trabajan con calma y atención, se vuelven amables, incluso están mejor de salud.

Invierte el concepto que se tenía de la infancia: el niño es capaz de atención, no es glotón ni mentiroso, no hace rabietas. Revelación del Espíritu = atención absorbente – inteligencia absorbente.

[...]

El niño nos revela a Dios. En él vemos realizarse la obra creativa de Dios. Porque lo que sucede en la infancia es más que maravilloso, milagroso.

Si la humanidad aprende a mirar al niño, aprenderá de él a reconocer a Dios.

El adulto ha de considerar al niño como su ayuda suprema, como la divinidad en el hombre, que desciende continuamente a través de él, el niño, junto a él para ayudarle a encontrar el reino de los cielos. El Evangelio muestra al niño como guía para el adulto, y como ejemplo.

El reino de los cielos se alcanza por la vía del amor divino, que está en el alma infantil como un poder misterioso.

El niño es el apóstol espiritual de los nuevos tiempos. Su predicación misteriosa es la voz que clama en el desierto de la vida presente a los hombres extraviados.169

La madre Tincani, firmemente convencida de la fe católica de la doctora y del carácter intrínsecamente evangélico de su Método, fue la principal intermediaria entre Montessori y Pío XII. Probablemente también se sirvió de la ayuda del cardenal Pizzardo (que había conocido personalmente a Montessori) y de monseñor Montini, que era un antiguo admirador del método montessoriano,170 pese a estar vinculado a los ambientes brescianos de La Scuola Editrice, que apoyaban abiertamente el método de las hermanas Agazzi, una alternativa clara al montessorismo.171 Próximo a Montini estaba también el padre Vincenzo Ceresi, misionero del Sagrado Corazón172 y biógrafo del padre Genocchi, además de defensor convencido de la profundidad espiritual de Montessori.

En cualquier caso, la mediación de Tincani fue eficaz. En las Crónicas de las Misioneras se lee:

Lunes, 19 de mayo [...] La reverenda madre general y la señora Lucia han ido a visitar esta tarde a la doctora Montessori. Por la noche, a la hora del recreo, la madre nos ha dicho que mañana la doctora será recibida en audiencia por el papa, y que el miércoles pronunciará la primera conferencia en la universidad». Y por último: «Martes, 20 de mayo. La reverenda madre general acompaña a la doctora Montessori a la audiencia con el papa en el Vaticano. Luego, a la hora del recreo [...] nos cuenta la impresión de la doctora y cómo fueron recibidas en el Vaticano».173

En las crónicas de las Misioneras de la Scuola también había anotaciones sobre las clases impartidas por Montessori en la Universidad de Roma, entre el 21 y el 27 de mayo. Tincani participó, junto con algunas hermanas indias, en el breve curso montessoriano (4-8 de junio) organizado en Roma, en el Palacio Borromini, e inaugurado por Montessori. Mantuvo contactos frecuentes con la doctora hasta que marchó a la India, en verano: animó asimismo a las monjas de su congregación en Pakistán a ponerse en contacto con Montessori para organizar un curso montessoriano (y sugirió luego a algunas de sus religiosas que profundizaran en el conocimiento del Método).174

Pero el documento más elocuente sobre la idea exacta que una personalidad tan aguda y sensible espiritualmente y tan formada pedagógicamente, como Tincani, se había hecho de Montessori y de su método nos lo da una conferencia que la propia Tincani pronunció, el 26 de mayo de 1947, sobre la pedagogía montessoriana. Teniendo en cuenta la sintonía evidente con las ideas expresadas en Dio e il bambino, el texto de esa conferencia (conservado en el Archivo de las Misioneras de la Scuola)175 merece ser citado con cierta extensión. La madre Tincani sintetizaba el pensamiento de Montessori con estas palabras:

Enseña a respetar en el niño el milagro de la creación divina del alma humana; enseña a estudiar las leyes del desarrollo humano tal como Dios las ha puesto y las hace desarrollar en el alma infantil; y su método de educación descansa en esta norma fundamental: puesto que el adulto posee la plenitud de toda la fuerza intelectual y práctica, tiende a dominar demasiado al niño, obligándole a comportarse, a aprender y a trabajar según los criterios y los gustos del adulto; lo que hay que hacer, en cambio, es estudiar bien al niño, conocer bien las leyes de su desarrollo, y el adulto ha de saber sacrificar sus intereses al bien del niño, para que pueda desarrollarse bien, según las leyes que Dios ha determinado en él.

Entre estas leyes, Tincani citaba la de la «atención absorbente» y la relacionaba con «lo que enseña santo Tomás en el Art. 1 de la quaestio 117. Pars 1. Utrum homo possit alium docere y en el De Magistro». Luigia Tincani no tenía reparos en considerar y criticar los prejuicios contrarios al montessorismo que se habían extendido los años anteriores por Italia, incluso en los ambientes católicos:176

El método Montessori es más conocido en el extranjero que en Italia; todo el mundo se disputa las enseñanzas de la doctora Montessori, estos últimos años ha estado enseñando en la India, donde ha conseguido reconciliar a musulmanes e hindúes, que tanto se odian; a su regreso, Escocia, Londres, París y Ámsterdam se disputaban su palabra; desde Kenia la reclaman para que dé un curso en Mombasa. Pero si abrimos un libro italiano de pedagogía donde se habla del método Montessori, si preguntamos en los exámenes a algún candidato a obtener el título de maestro, nos responderá que Montessori es materialista, que trata a los niños «como animales» (¡textual!), que les deja hacer lo que quieren y condena la obediencia y la autoridad.

Es inútil tratar de entender cómo nacieron estos prejuicios contra el método y contra Montessori. Aconsejamos a todos que no hablen de cosas que no conocen bien, y que procuren no dejar de lado el estudio del pensamiento montessoriano, porque un fenómeno tan grandioso, de un interés pedagógico que mueve las masas en todo el mundo, debe contener un secreto importante que merece ser conocido.

Luigia Tincani reconstruía sintéticamente la trayectoria de Montessori desde el positivismo hasta el espiritualismo (y ese proceso permite entender mejor las ideas apuntadas en las notas redactadas para el encuentro con el papa que ya hemos recordado) y abordaba incluso aspectos típicamente religiosos:

Montessori era médica, tenía una formación científica positivista; ejerció la medicina durante diez años en los barrios más populares de Roma, donde desarrollaba una labor enormemente generosa entre las mujeres del pueblo.

Tuvo ocasión de estudiar a un grupo de niños pobres, reu­nidos en un local de la planta baja de un gran bloque de viviendas del barrio Trionfale.

Su intuición y disposición científica y moderna la llevó a proporcionar objetos a los niños para tenerlos ocupados; la imposibilidad de tener auténticos maestros la obligó a dejarles cierta libertad en la realización de las actividades.

Fue una revelación. [...]

El resultado en la propia Montessori de ese estudio de los niños fue el paso del positivismo al espiritualismo, a la fe, a la práctica de la religión.

Montessori ve justamente en el niño la mayor revelación de la omnipotencia divina, ve a través de los niños buenos cuál es el resultado de este tratamiento que obedece a las leyes de la naturaleza, es decir, a las leyes de Dios, y cuáles son las verdaderas leyes de la convivencia humana.

Medita acerca de las palabras de Jesús que nos impone la obligación de ser como niños si queremos entrar en el reino de los cielos, y se da cuenta de que estudiando al niño y las leyes que Dios ha impuesto al desarrollo humano comprenderemos que la ley de la vida es ley de generosidad y de amor recíproco.

Su formación científica la lleva a hacer constantes comparaciones y a establecer vínculos entre las grandes leyes que gobiernan toda la creación, para descubrir una semejanza que nos hace a todos hermanos; a todas las criaturas, animadas e inanimadas. Y esto es lo que hacían también santo Tomás y Dante.

Por ejemplo, Montessori dice: los evolucionistas han afirmado que la ley de la conservación de las especies en la naturaleza es la lucha y el triunfo del más fuerte. Pero no es cierto. La ley de la naturaleza es el amor, es la protección del débil. En las especies vegetales-animales todo está dispuesto para que el ser adulto se sacrifique, sacrifique sus gustos y hasta su vida para proteger al futuro hijo, al recién nacido, al ser que se está formando, que se está desarrollando.

Ningún pedagogo educador ha enseñado como ella la verdadera humildad del educador. Saber olvidarse de uno mismo, saber dejar de lado la propia personalidad, prepotente porque es fuerte, prepotente porque está acosada por intereses propios, espirituales y prácticos, para entregarse totalmente al servicio de este ser delicado, sagrado porque es hijo de Dios y confiado a nosotros por Dios.

La madre Tincani también captaba con perspicacia las evidentes implicaciones críticas y renovadoras del planteamiento montessoriano respecto a las formas tradicionales de la educación católica (y eran precisamente esos aspectos de renovación intrínseca, tanto metodológica como ético-espiritual, los que habían creado las mayores dificultades al montessorismo en el mundo católico e impidieron de hecho su despliegue incluso en el período del pontificado de Pacelli: de modo que solo tras el Concilio Vaticano II fue posible, con Pablo VI,177 recuperar plenamente en el seno del catolicismo las enseñanzas de María Montessori). Tincani afirmaba con toda sinceridad en su conferencia:

Desde hace siglos, los educadores católicos oprimimos por igual a niños y adolescentes porque no sabemos despojarnos de nuestras costumbres, gustos, necesidades y preocupaciones de adultos y de religiosos, y aplicamos al alma infantil las leyes que están adaptadas para los adultos, para los religiosos, para las almas que hemos superado una larga formación ascética, imponiendo a los niños las mismas virtudes que deberíamos —digo deberíamos— practicar nosotros. Cuántos errores se han cometido, por ejemplo, en nombre de la obediencia. Sin pensar que, si bien la obediencia es la ley de la vida religiosa, cuando el niño sea un hombre y viva en el mundo más que obedecer (¿a quién?) deberá saber gobernarse a sí mismo, según la ley interior, en conflicto a menudo con todo el ambiente y la autoridad que lo rodearán.

De regreso a la India, Montessori reanudó las relaciones con los ambientes teosóficos. Pero procuraba conservar los contactos con Tincani. El 7 de agosto de 1948 le escribía desde Kodaikanal hablando del octavo Congreso Internacional Montessori de San Remo, que se estaba organizando, y comunicándole que pensaba ponerlo bajo el patrocinio del beato Contardo Ferrini (aunque no escribía el nombre del personaje porque no lo recordaba).178 Y en una extensa carta del 27 de noviembre de aquel mismo año, le pedía a Tincani que intercediera ante la Santa Sede para conseguir la participación en el Congreso de San Remo del padre jesuita Siqueira, óptimo conocedor del método Montessori y estimado en la India.179

Más significativo es, no obstante, el documento que publicamos a modo de apéndice. Se trata de otra carta escrita por Montessori a Tincani, desde Adyar, el 29 de julio de 1949. La doctora planteaba como objetivo del octavo Congreso montessoriano oponerse a «la oleada de materialismo que está amenazando el mundo», subrayaba la coincidencia entre sus teorías y la enseñanza de la Iglesia católica, le pedía de nuevo que intercediera a favor del padre Siqueira y añadía: «Me entristece mucho que mi obra aquí en la India esté en manos de hindúes, de teósofos y de musulmanes, pero por desgracia los católicos apenas se interesan por ella. El señor Montessori ha hablado con el padre Siqueira sobre la posibilidad de establecer bajo su supervisión un centro de preparación de maestras, y este es también el motivo por el que quisiera que el padre Siqueira fuese a Italia, donde, si el proyecto obtiene el apoyo del Vaticano, podríamos acordar juntos la mejor manera de ponerlo en práctica».

No se sabe si la madre Tincani hizo algunas gestiones para satisfacer el deseo de Montessori. Lo que sí sabemos es que el padre Siqueira no participó en el Congreso de San Remo celebrado del 22 al 29 de agosto de 1949 con distintas intervenciones de Montessori, y cuyo tema era «La formación del hombre en la reconstrucción mundial». Jean Maroun (delegado del Líbano en la UNESCO) fue el portavoz del punto de vista cristiano, mientras que el padre Vincenzo Ceresi habló sobre «El espíritu religioso en el método Montessori».

En cualquier caso, Tincani fue la propulsora del telegrama de felicitación que Pío XII dirigió a Montessori el 31 de agosto de 1950, con ocasión de su octogésimo cumpleaños:180 un telegrama que, como la audiencia de mayo de 1947, se mantuvo en el ámbito privado, sin ninguna publicidad externa: casi podríamos decir un nicodemismo pedagógico pacelliano.181 Los motivos de esta reserva los señaló indirectamente en 1952 el anciano Luigi Sturzo:

Me he preguntado muchas veces por qué en los últimos cuarenta y cinco años el método Montessori no se ha extendido en las escuelas italianas. Debo dar hoy la misma respuesta que entonces: se trata del vicio orgánico de nuestra enseñanza: la falta de libertad; lo que se busca es la uniformidad, la que imponen los burócratas y ratifican los políticos. Hay también una falta de interés público por los problemas escolares, por su técnica, por la adecuación de los métodos a las exigencias modernas. Es posible que haya todavía más: una desconfianza hacia el espíritu de libertad y de autonomía de la persona humana, que es la base del método Montessori».182

Sin embargo, en cierto modo y de diversas maneras, Tincani, Sturzo y el propio Pío XII prepararon el camino al «reconocimiento» montiniano, que se produjo el 17 de septiembre de 1970, en pleno posconcilio, cuando Pablo VI, en una intervención reivindicativa extensa y elaborada, definió el pensamiento de Montessori como «una lección de singular actualidad, que debemos aceptar con simpatía para extraer de ella inspiración y energía».183

BIBLIOGRAFÍA

El archivo personal de María Montessori se conserva en Ámsterdam, en la «Association Montessori Internationale».

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Agradezco la afectuosa colaboración que me han prestado Giancarlo Rocca; la hermana Catherine Bazin, archivera de las Misioneras Franciscanas de María; la doctora Cesarina Broggi, archivera de las Misioneras de la Scuola; la doctora Paola Trabalzini de la «Opera Montessori» y la «Association Montessori Internationale».